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Mostrando entradas de marzo, 2006

LA YERBA DE LOS CINES

Otra greguería camuflada; ésta, en un poema de Pedro Salinas ( El contemplado , Variación XII, 2): La yerba de los cines está llena de esperanzas marchitas. La yerba, es decir, la moqueta verde, llena de entradas rotas, de cáscaras de frutos secos, envoltorios de caramelos... Esa impresión de desolación insalubre que dan ciertos cines cuando se encienden las luces. El tiempo machacado que uno deja en ellos.

EL VÍDEO

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No entro a discutir el significado o las consecuencias del dichoso comunicado. Me quedo con la imagen. Espeluznante. Y risible, si no fuera porque el horror, una vez más, nos quita las ganas de reírnos. Para empezar, están los uniformes. Se supone que una organización clandestina no los usa: se les reconocería a la legua. Pero hasta los propios activistas de Eta parecen no querer que se les confunda con su desastrada parroquia. Ellos no. Ellos han querido comparecer ante el público con impecables jerseys oscuros de corte militar, con sus correspondientes insignias en el brazo. También está el detalle de las capuchas: no son simples pasamontañas de cazador, sino que están hechas de una tela fina, que cae suavemente sobre las angulosidades del rostro y refleja la luz de los focos. Se diría que son de raso. Las tres iguales, claro, evidentemente cortadas por un sastre o una costurera. Fíjense en las aberturas oculares: sesgadas, coquetamente acabadas en una comisura pronunciada, como las

LAS CIEGAS HORMIGAS

La reciente notoriedad alcanzada por Ramiro Pinilla a raíz de la publicación de su trilogía Verdes valles, colinas rojas dirige mi atención hacia un ejemplar de Las ciegas hormigas disimulado en los estantes bajos de la librería de viejo de Raimundo. Ando buscando algo con que distraer la espera en la estación de autobuses y los cincuenta minutos de trayecto hasta casa, y calculo gastarme uno o dos euros: poco más que lo que me hubiese costado el periódico, cuya lectura apenas me da para veinte minutos. Cuento esto porque conviene especificar el contexto en el que se va consolidando mi creciente afición a recrearme en novelas olvidadas, descatalogadas, acaso prescindibles. Debo decir que el ejemplar está en bastante buen estado, y sólo lo afea la sobrecubierta, cuarteada y amarillenta, como si hubiese estado durante semanas a la intemperie y la hubiera quemado el sol. Empiezo, pues, la lectura de este viejo premio Nadal (1960) en el ruidoso y desabrido andén de la estación de Comes.

LEO Y OIGO...

Leo titulares de prensa y oigo declaraciones de todo tipo. ¿Qué somos? ¿Blandos, cobardes, asustadizos? ¿Olvidadizos? ¿Hipócritas, desagradecidos? ¿Ilusos? ¿Acomodaticios, interesados, oportunistas, noveleros? ¿Pervertidos? ¿Nos gustará estrechar las manos de los asesinos? ¿Los invitaremos a nuestras soirées , a nuestros cócteles, a nuestras conferencias, mítines, presentaciones de libros, efemérides, aniversarios? ¿Borrón y cuenta nueva? Qué remedio. Pero manteniendo ciertas sólidas, intransferibles reservas interiores.

CENTENARIOS

Cumplió Francisco Ayala los cien años y le hicieron los debidos homenajes. Políticos, intelectuales, periodistas, compartieron con el anciano ilustre unos instantes de gloria oficial. La edad no ha mermado, al parecer, la lucidez del escritor. Celebrar el propio centenario, ha dicho, no tiene mérito: es sólo cuestión de tiempo. Tampoco se engaña en cuanto al significado de estos actos: en medio de las sonrisas cariacontecidas de los congregados en su honor, ha declarado que no se le escapa que esto es el final, que la vida humana tiene una duración limitada, y que estos homenajes tienen un cierto aire de despedida. No ha ido más allá, quizá, por deferencia a los patrocinadores de estos honores casi póstumos. A otros escritores en trance parecido les he oído comentar que no se les ocultaba lo que de apresurado u oportunista había en esos reconocimientos tardíos, celebrados en abierta competencia con la marcha implacable de alguna enfermedad o el deterioro que trae consigo la edad. Ayala

LA "TERCERA ESPAÑA" DE ARCADI ESPADA

En la entrada de ayer de su "blog", comenta Arcadi Espada la salida de Rosa Díez de la comisión antiterrorista del Parlamento Europeo como consecuencia de sus discrepancias con las decisiones que, en este campo, ha tomado recientemente su partido. Constata Espada la abundancia de marginados, disidentes y excluidos que hay en todos los partidos del arco parlamentario, y se pregunta si no sería hora ya de que quienes piensan por sí mismos formaran una tercera opción, independiente de las dos formaciones políticas mayoritarias. La pregunta, por supuesto, es retórica: el propio Arcadi Espada figura entre los promotores de un partido de esta clase, que pretende nada menos que plantar cara al nacionalismo catalán y a la interesada connivencia de los dos grandes partidos nacionales con los objetivos y estrategias de éste. La propuesta es muy meritoria y hace pensar que no todo está muerto en el campo de la política como libre ejercicio ciudadano. Pero el propio Espada debe saber qu

CADÁVERES QUE ARRASTRAN SU CADÁVER

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Apenas cuatro años después de que Dámaso Alonso escribiese aquello de “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)”, el vallisoletano Darío Fernández Flórez apostillaba y matizaba tan contundente afirmación: Madrid, de noche, no se parecía entonces a nada de lo que yo viera por Andalucía y Levante. Parejas encandiladas, grupos de hombres sin rumbo, al acecho de lo que salga, si sale barato, mujeres de la vida, recelosas y rápidas, bramando una bronca carantoña que no confunde a nadie, y ese paseante solitario que da una vueltecita sin prisa después de cenar en su modesta pensión… Y luego: ¿Ves a Guillermo en la barra? Hace veinte años que se peina así. ¿Ves a Tontolín que entra? Pues hace cuarenta años que entra así siempre que entra en alguna parte. ¿Ves al duque que mira? Pues hace muchos años que mira así. ¿Ves a la Almenit que sonríe? Pues trata de sonreír como sonreía hace quince años. Son cadáveres que arrastran su cadáver . Los zombie

JAÉN, PUERTO DE MAR

¿Será nación? ¿Será región? ¿Será “nacionalidad histórica? ¿Será sólo un conjunto de territorios unidos por la geografía y las necesidades administrativas? Los políticos andaluces andan haciéndose estos días esta clase de preguntas respecto al territorio que gobiernan. No sé si son pertinentes o no, y si nos jugamos algo importante al arriesgar una respuesta u otra. Lo que sí tengo claro es que, a ojos de cualquier observador, el espectáculo revela no pocas inseguridades y algún que otro complejo. Nada que objetar, por otra parte: entre las personas que admiro y respeto, abundan las que no saben donde tienen los pies y las que dudan constantemente de su valía, de sus merecimientos e incluso de su identidad. Así que no hay desdoro en que las cabezas pensantes de la región (o nación, o nacionalidad, o lo que sea) se planteen ahora tales dudas. Ante esta clase de cuestiones me declaro antinominalista: las cosas son lo que son, más allá de su nombre. En eso estoy de acuerdo con Julieta, la

A PROPÓSITO DE UN DOBLE ANIVERSARIO

Para entender la realidad no podemos renunciar del todo a las teorías conspiratorias. Sin ellas, el entramado del mundo sería sencillamente inexplicable. ¿Qué tienen que ver un papa polaco y la caída del Muro de Berlín? En contra de los que reclaman siempre claridad , esta querencia de lo real a emboscarse en tramas más o menos rebuscadas resulta casi estimulante. Pero sólo casi. Porque, todo hay que decirlo, el recurso a la conjura como explicación de cualquier cosa es también un atajo intelectual, un truco de vagos que se niegan a aceptar la complejidad que a veces presentan los hechos evidentes. Y un magro consuelo de la vanidad: suponer que todo lo que sucede es obra de unos conspiradores endiabladamente listos, y que nosotros lo somos aún más por habernos percatado de ello, es de bobos. Y qué pena que esa bobería sea lo que más ruido causa hoy en la política española.

ESE GATO

Ese gato desastrado que frecuenta preferentemente las escaleras del aparcamiento subterráneo en el que algunas veces me veo obligado a dejar el coche. Las escaleras son lo que cualquier recoveco urbano: un escondrijo infecto, pintarrajeado, apestoso a orines. El gato parece una excrecencia de esa suciedad. Y, sin embargo, al verme parado, terminando una llamada telefónica antes de ingresar en el espacio estanco del subterráneo, ronda mis pantorrillas y, animado por mi pasividad, roza su lomo contra ellas. Y a ver quién se retrae ante ese acto elemental de seducción, o de cariño, o mera propuesta de simbiosis entre especies.

EL PRESENTE PURO

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Horas antes de morir, la vieja señaló con un gesto a su compañera de habitación y susurró al oído de su nieta: “Esa tenía una casa de trato en la calle Posadilla”. La nieta sonrió. Los demás movimos la cabeza. “Cosas de la abuela”, dijimos o pensamos. Sin embargo, conforme pasa el tiempo y va uno viendo en qué se han convertido sus coetáneos, en qué se ha convertido él mismo, pienso que el momentáneo vislumbre rememorativo de la vieja no era tan disparatado como parecía. Cada época tiene sus fantasmas. Los de ella, fantasmas de sordidez y miseria (desde nuestro punto de vista, claro: para ella, al fin y la cabo, aquello fue su juventud). Los míos, no sé. Si alcanzo su edad, posiblemente mis nietos menearán la cabeza cuando afirme, después de señalar con un gesto a mi compañero de habitación: “¿Ése? Ése fue cabecilla de la Joven Guardia Roja”; o: “Ése era punkie y lucía una cresta de cherokee teñida de verde”; o: “Ése distribuía coca en los saraos oficiales de finales de los ochenta”

QUE VIVA MÉXICO

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Que viva México (1931). Quizá la película estética- mente más hermosa y moralmente más inquietante de Eisenstein. Y la de más difícil encaje en los postulados ideológicos de su cine. ¿En qué axioma marxista se inserta el canto a la Edad Dorada que ocupa el primer episodio? Las escenas rodadas entre los indígenas del Trópico mejicano recuerdan abiertamente, en su delicado erotismo y su indisimulado canto a la vida primitiva, a las que por entonces filmaban Murnau y Flaherty para Tabú y King Vidor para Ave del paraíso . La felicidad no es ya conseguir un tractor, como en la muy ortodoxa Lo viejo y lo nuevo , sino amarse entre las palmeras, en un mundo inocente donde reina la desnudez primigenia y la belleza instintiva. Luego, es cierto, en los siguientes episodios, la “lucha de clases” recupera sus fueros: unos campesinos asaltan la hacienda de un terrateniente porque en ella han violado a la novia de uno de ellos. Pero no está claro si el asalto obedece a otro proyecto que no sea la

VIOLENCIA

Se ha hablado algo estos días de la violencia ejercida por menores. La violencia es una, y no admite divisiones ni atenuantes. Sin embargo, podemos decir que hay, o que ha habido, dos maneras de percibirla. Hasta no hace mucho, la respuesta habitual de un padre cuando un hijo le decía que era molestado por otros chicos era: “Defiéndete”. Se creía que una simple pelea entre chiquillos no presentaba mayores riesgos y obedecía a unas reglas que limitaban sus consecuencias. Lo veíamos en las películas: los hombres se pegaban y, después de sacudirse el polvo, quedaban tan amigos. Luego el modelo cambió, en el cine y en la vida. Ahora cualquier enfrentamiento desencadena en los enfrentados (o, al menos, en el agresor) un afán destructor sin límites. Ya no basta con derribar al contrario: hay que machacarlo, que partirle la cabeza, que matarlo. No hay reglas, no hay un código tácitamente compartido por los contendientes. Algún prestigioso sociólogo lo ha explicado de este modo: al excluir de

CARNAVAL

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Digan lo que digan los hosteleros y los concejales de fiestas, al carnaval le sienta bien la lluvia. Las máscaras mojadas adquieren una pátina siniestra, que refuerza su significado promordial: en carnaval, todos queremos ser un poco malvados, todos queremos convertirnos en acólitos del demonio que preside las fiestas. Y ese aguachirle de serpentinas e inmundicias sobre el que caminamos es la mejor representación posible del barro pecaminoso del que estamos hechos, del que apenas alcanzamos a distinguirnos por una cierta voluntad de movimiento y un principio de lenguaje (inarticulado, por supuesto). Decididamente, la lluvia ayuda al carnaval. Aunque el principal asidero del carnaval es la cuaresma: sin ella, no tiene sentido. Sin cuaresma, es carnaval todo el año. O, lo que es lo mismo, nunca.

REBECCA / LUZ DE GAS

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Lo más llamativo, quizá, de películas tan intensamente morbosas como Rebecca , de Hitchcock, o Luz que agoniza ( Gaslight ), de Cukor, es el modo que tienen de hacer al espectador cómplice de una inmoralidad (o, por lo menos, de una incorrección). ¿Alguien se cree, de verdad, que De Winter no haya matado a Rebecca? La explicación finalmente aceptada es increíble: la casquivana Rebecca, a la que habían diagnosticado un cáncer, quiere inducir a su marido a matarla, y para ello le hace creer que está embarazada de otro. Pero éste se limita a zarandearla, y es ella la que cae de espaldas y se golpea la cabeza. De Winter se limitará a agujerear el casco del barco en el que ha tenido lugar la discusión, para que el mar haga desaparecer el cadáver… ¿Habrá tribunal que se trague esta trola? Sí: las fuerzas vivas del lugar –el juez, la clase media, la gente de orden– cierra filas a favor del aristócrata y es unánime a la hora de mostrar su desprecio hacia el único acusador, un arribista sin es

RESBALARSE

Me asombra la enorme soberbia de la que pueden llegar a hacer gala ciertas personas de formación científica cuando abordan, aunque sea de pasada y en una conversación informal, algún asunto de su campo. Por eso me agrada que, de vez en cuando, la ciencia haga profesión de humildad y se ocupe de cuestiones aparentemente nimias, pero que ponen de manifiesto cuánta es nuestra ignorancia. Por ejemplo, lo que hoy leo en El País: cuáles pueden ser las causas de que el hielo resbale. Por increíble que parezca, los científicos no lo saben. Hace años, recuerdo los apuros que pasé para llegar a mi casa durante una densa granizada: era imposible dar un paso sin resbalarse. Ahora sé que, además de verme en un trance ridículo (y peligroso), me hallaba ante uno de los grandes misterios de la ciencia. Si me hubiese partido la cabeza, nadie hubiera sabido decir por qué. Mi muerte hubiera quedado sin explicar.