Una hora sentado en una terraza, solo. Leo el periódico y ojeo un libro que he comprado, mientras consumo una, dos cañas de cerveza y lucho con un vientecillo que, sin llegar a ser del todo hostil, sí que resulta un tanto insidioso, como si su función fuera recordarme que no es posible tanta despreocupación, tanta ¿felicidad? Pero a lo que iba: tres encuentros jalonan la hora. Primero, una muchacha a la que recuerdo vagamente haber dado clases en alguna vida anterior, y que ahora se ha convertido en lo que entonces prometía: una mujer muy bella. Detiene su motocicleta junto a mi mesa y, sin mediar saludo, me comenta lo desagradable que está el día aquí , con este viento, con estas nubes. El aquí hace referencia a que ella viene de otra zona de la ciudad donde, al parecer, el clima es diametralmente opuesto. Como quiera que, a mi modesto entender, tales contrastes climáticos no son posibles en un intervalo espacial tan reducido, me encojo de hombros y sonrío, mientras sopeso la posibil