NÁUFRAGOS

La ironía con frecuencia tiende a la melancolía, o termina en ella. Y la melancolía suele tener algo de recurso de náufrago: hace acopio de lo que tiene, y con ello monta un refugio para vivir.

Lo que no significa que sea una vida fácil, ni resignada: hay que cortar leña, hay que pescar cangrejos en la orilla, etc. Hay que negociar con los nativos de la isla. E incluso tantear la posibilidad de tener una aventura con la hija del hechicero, que se baña desnuda frente a la cabaña todas las tardes y, para secarse, baila al sol y hace sonar sus ajorcas de hueso. Sí, ese toc-toc que a veces se infiltra en los sueños del náufrago, y acaba desvelándolo...

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Lo primero que florece en estos anticipos de la primavera son los brazos desnudos de las mujeres.

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Y ese vendedor de libros, que te aborda como abordaría a cualquier ama de casa, y te ensalza las virtudes de su mercancía: libros ilustrados sobre la "vida matrimonial", los secretos de las plantas medicinales, las maravillas del mundo... Habrá quien se los compre, quien se suscriba incluso a la colección entera, por tal de poner unos lomos con letras impresas a adornar el mueble del televisor. Pero este vendedor juega otras bazas: su traje de hace tres décadas, sus hombros cubiertos de caspa, su parla redicha le habrán granjeado no pocas conmiseraciones en las escaleras de vecindad.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Que bonito...
Anónimo ha dicho que…
Si hay una tierra firme con una nativa que se baña desnuda, es que uno ha dejado de ser náufrago. Se acabaron los dias de deriva.
O tal vez no...

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