ESPECTADORES

Año tras año, el campeonato de motos de Jerez me plantea los mismos interrogantes. Primero, por qué los aficionados a estos eventos han de emular tan fielmente a los participantes; es decir, por qué quienes gustan de las carreras de motos han de venir a verlas en moto y luciendo toda la parafernalia asociada a los corredores de motos. Y, segundo, por qué, todos los años, los arcenes de las carreteras de la provincia se llenan de adolescentes que aguardan el paso de los motoristas; no el de los campeones, claro, que se supone que andan descansando en los mejores hoteles de la zona, sino el de la mera concurrencia; es decir, todos esos tipos que se rigen por la misma lógica que llevaría a un aficionado a la ópera a andar por el mundo disfrazado de Rigoletto, o a un forofo del boxeo a entrar en una cafetería con las manos enfundadas en guantes acolchados. De estos dos fenómenos, el que más desazón me causa es el segundo. Chicos que, en el día a día, seguramente desafían la autoridad de l