ECONOMÍA
El que un escritor use como motivos de inspiración hechos y personas muy próximos a él conlleva, inevitablemente, una serie de renuncias: hay hechos y personas sobre los que uno no puede, o no debe, escribir. Y eso lo sabe hasta el escritor más impúdico. De ahí que ese curioso método literario que algunos llaman "autoficción" tienda a ser, a veces, más ficticio que la ficción pura.
En el bar no hay nadie. Entra uno y pregunta qué tienen de comer. Podrían prepararte (lo hacen otras veces) cualquier cosa: unos huevos fritos, un filete a la plancha. Pero el dueño (y la dueña, que toma el fresco a la puerta) prefieren renunciar a la única oportunidad de ganar algún dinero que se les ha presentado hoy. "Le puedo cortar un poco de queso", dice, en un tono que no animaría a nadie a aceptar la oferta. Salgo con el rabo entre las piernas. Qué bien resisten aquí a la globalización.
Alguien le debe de haber dicho que tiene una espalda preciosa. Por eso es lo único que enseña. No porque lo demás lo tenga feo (imagino), sino por ese mismo principio de economía que te lleva a cortar tres versos buenos de un poema si piensas que eclipsan otro verso mejor.
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En el bar no hay nadie. Entra uno y pregunta qué tienen de comer. Podrían prepararte (lo hacen otras veces) cualquier cosa: unos huevos fritos, un filete a la plancha. Pero el dueño (y la dueña, que toma el fresco a la puerta) prefieren renunciar a la única oportunidad de ganar algún dinero que se les ha presentado hoy. "Le puedo cortar un poco de queso", dice, en un tono que no animaría a nadie a aceptar la oferta. Salgo con el rabo entre las piernas. Qué bien resisten aquí a la globalización.
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Alguien le debe de haber dicho que tiene una espalda preciosa. Por eso es lo único que enseña. No porque lo demás lo tenga feo (imagino), sino por ese mismo principio de economía que te lleva a cortar tres versos buenos de un poema si piensas que eclipsan otro verso mejor.
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