ENAMORADOS
Él la llamaba “Azúcar”, y ella a él “Príncipe de la Satisfacción”. Extraños apelativos, que quizá en serbocroata suenen mejor que en nuestro desencantado español; o tal vez, simplemente, pertenezcan al intransferible idioma de los enamorados. El caso es que “Azúcar”, leemos, era una esposa insatisfecha, y “Príncipe…” un hombre de ésos que se confiesan incomprendidos por su mujer. Se conocieron en un “chat” (no me pregunten qué es eso: yo nunca he estado en ninguno), y en ese extraño lugar inexistente, en esa ilocalizable coordenada del ciberespacio, se enamoraron… Otros hubieran dejado que ese amor perviviera en esos espacios intangibles, donde nada puede enturbiarlo. Pero ellos decidieron conocerse. Se citaron (quiero imaginar que en algún rincón discreto de alguna ruidosa cafetería de Belgrado, por ejemplo) y descubrieron, horrorizados, que “Azúcar” era la esposa desabrida de la que él andaba huyendo, y el “Príncipe” no era sino el marido al que ella ya no soportaba. Si esto hubiera