EL VENDAVAL
Sopló un poco de viento y derribó farolas, arrancó árboles, desgajó tejados e hizo volar alguna que otra cabeza de ganado. Las palmeras agitaban sus melenas, como bailarinas posesas; las marquesinas tableteaban, los charcos sobre el asfalto se erizaban como el lomo de un gato acariciado a contrapelo. Y las juntas de las ventanas modulaban el largo aullido del vendaval, como si éste, además de causar todos los efectos descritos, necesitara reafirmarse en su papel de malvado desatado y ensayase cómo asustar a los niños… Nadie recordaba nada igual en muchos años. El clima ya no es lo que era, decíamos, como si, en medio de tanto ruido, nadie fuera a llevarnos la cuenta de los tópicos. Es el cambio climático, decían los enterados. Y se quedaban tan anchos, como si saberse parte de una especie que es capaz de provocar semejante despliegue fuese un motivo secreto de orgullo. Y me acordé de un documental que vi no hace mucho, en el que se decía que, en algunas regiones de África, se tiene la