NOCHEVIEJA
Qué sería de nosotros si no tuviéramos el recurso de imaginar que el tiempo corre por cauces regulares, medibles y abarcables (cursos, años). Y qué curioso que el mecanismo que hemos ideado para ello admita una doble interpretación: por un lado, que tenga carácter circular, y que el fin de un ciclo suponga necesariamente el regreso al principio, el comienzo de uno nuevo; y, por otro, que el hecho de que podamos hablar de fines y principios nos permita hacernos la ilusión de que, con cada fin, clausuramos lo que nos convenga dar por concluido, y que con cada comienzo inauguramos algo radicalmente nuevo. Clausurar e inaugurar, echar el cerrojo sobre cuanto hicimos mal, o sobre cuanto dejamos por hacer, y comenzar la cuenta a partir de cero. Mucho pedir, quizá, para una festividad convencional, que se resuelve en una sola noche de comilona, copas y ritos bienintencionados. Pero necesario, en todo caso, para no sentir el vértigo de discurrir continuamente por una pendiente cuyo comienzo y