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Mostrando entradas de junio, 2008

METÁFORAS

Después de la noche de celebración de la victoria futbolística, impresiona el silencio de la mañana. Hasta el aire está absolutamente quieto, hasta los pájaros cantan como en sordina. No creo que madrugar sea una virtud, pero sí es un privilegio: estas horas de calma, de desarrollo ordenado de la escasa actividad en marcha, de atenuación general de las intensidades de la vida hasta tonalidades soportables, bien merecen el sacrificio de una o dos horas de sueño. Saca uno sus fuerzas de la mañana, como otros, de costumbres más vampíricas, las sacan de la noche. Y no es que uno haga ascos a la noche; sólo que ésta, en su versión urbana, no es más que tiempo de ocio masivo, es decir, de aglomeraciones y ruido. Y ahora pienso que este silencio sobrevenido, siempre precario, es también una metáfora de la relativa paz social que disfrutamos, ganada a fuerza de agotar a la gente en estos grandes desfogues colectivos. La crisis, los desafíos de Ibarretxe, la desorientación general, han quedado

FANTASMAS

La pregunta es muy simple: ¿no será que nos hemos equivocado? O, más exactamente todavía: ¿no será que confundíamos unas cosas con otras? Porque una cosa era recuperar el sentimiento de pertenencia a Europa, a una tradición cultural, a un modo de vida, de los que nos alejaban el atraso económico y la penosa excepcionalidad política en que estábamos sumidos, y otra muy distinta tener plaza en una especie de asociación de tenderos asustadizos, que dan palos de ciego para evitar verse arrollados por los grandes hipermercados que les están abriendo en la periferia. La periferia es el mundo. Y la secuencia de palos de ciego todavía continúa. Primero, inventaron una moneda de juguete, para darse ínfulas de gran potencia. Y la prueba de que nadie confió en el valor nominal de esa nueva moneda es que rápidamente la equiparamos a la que más se le parecía en el sistema monetario antiguo: quiero decir que, en cuestión de meses, cuando no de días, dimos por sentado que la equivalencia natural del

INFIERNOS MUSICALES

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En el lugar donde trabajo se están examinando los futuros profesores de Música. Entro y veo en el vestíbulo a los más madrugadores: una docena, aproximadamente, cada uno con su instrumento, y muchos de ellos calentando ya dedos y pulmones y haciendo escalas y arpegios. De fondo, una voz de soprano dando el do de pecho. La atmósfera es un tanto disparatada, y tiene algo de ese infierno musical que imaginó el Bosco. Transita uno con sus papeleos de fin de curso entre estos músicos atribulados y siente el alivio retrospectivo de presenciar un trámite penoso que uno ha superado ya. Pero también, viendo a cada cual con su instrumento, me sobreviene una inesperada envidia hacia estas personas que pretenden asegurarse un puesto de trabajo mediante el procedimiento de demostrar que poseen lo que quienes no tenemos conocimientos ni habilidades musicales no podemos por menos que considerar un don. Yo me gané mi empleo demostrando que conocía la gramática inglesa (que no es nada del otro mundo,

FACCIONES

Nadie mejor predispuesto para escuchar los sueños y fantasías de uno que las empleadas de las agencias de viajes. *** Si de lo que se trata es de comer, beber y confraternizar -les digo a estos amigos con los que suelo hacer una comida todos los años por estas fechas, para celebrar el fin de curso-, mejor un almuerzo, seguido de una larga sobremesa en un lugar con aire acondicionado (lo más recomendable, la terraza de un parador, con vistas a una piscina llena de centroeuropeas lánguidas) y, eventualmente, de un tentempié al oscurecer. Y luego, retirarse a casa, a dormirla, para estar en perfectas condiciones al día siguiente, que todavía es laborable. Pero esta propuesta apenas puede hacer mella en el acendrado prestigio del noctambulismo, del que es partidario acérrimo otro de los miembros del grupo. De los demás, uno dice plegarse a lo que se decida, y el otro se mantiene a la expectativa, sin pronunciarse, aunque sospecho que, en caso de apuro, se pasaría con armas y bagajes al ban

LO NUESTRO

(Dejo para hoy este apunte del pasado domingo). Paseo matinal por el campo. Nos levantamos a las nueve y, sin desayunar, tomamos la cuesta que arranca detrás del hostalito que tenemos al final de la calle y, en cuanto hemos alcanzado la suficiente altura (lo que implica, en fin, que el paisaje circundante se ha complicado en multitud de pliegues y recovecos), buscamos el descenso hacia cierto remanso de un arroyo donde hace apenas tres semanas había aún bastante agua. Hoy ya no. El agua que queda se ha estancado en un par de pozas, y el resto del cauce está seco y polvoriento. El lugar, sin embargo, no se ha degradado aún por las calores y la presencia del agua malsana. Conserva un frescor que parece incluso anterior al propio frescor de la noche, y su condición de claro en medio de una espesura cerrada concede evidentes privilegios a la vegetación que lo circunda: las adelfas, que hasta la altura de una persona apenas tienen hojas ni flores, florecen profusamente más arriba, aprovec

LE SOBRA UN POCO

A este diario, me dice un buen amigo, le sobra un poco de cine. Tiene razón: a uno le gustaría que hubiera más materia diarística (más vida vivida, por así decirlo) y menos vida de espectador. Pero se me ocurren dos paliativos, que no sé si alcanzan a ser disculpas: a) ¿Acaso la vida de espectador es menos vida que la otra?; y b) ¿Y si la vida vivida, con toda su intensidad, sus problemas, sus satisfacciones incluso, no se deja contar?

EL LOBO

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Al margen del relato de la actualidad, casi siempre enrevesado y contradictorio, lo que de verdad queda de ella son las imágenes. Dentro de unos meses tendremos que hacer un esfuerzo para reconstruir el relato de la huelga de camioneros que sufrimos la semana pasada; sus razones se confundirán con las de otros conflictos, y de todo ello no nos quedará más que la vaga impresión de que, como en cualquier otro, lo que hayan podido ganar unos, en forma de subvenciones o ayudas, lo habremos perdido todos los demás en forma de impuestos. Nada nuevo bajo el sol. Pero, en el terreno de lo anecdótico al menos, lo que no olvidaremos tan fácilmente, ni confundiremos con otros asuntos, será la extraña impresión causada por la visión de los supermercados desabastecidos. Una impresión, todo hay que decirlo, que casi nos rejuvenece, por retrotraernos a los años setenta, los de la crisis del petróleo, cuando bastaba el rumor de que tal o cual producto básico, como el azúcar o el aceite, iba a subir de

EL CERCO

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El cerco (Miguel Iglesias, 1955): un thriller español casi perfecto, ambientado en una Barcelona destartalada y espectral, habitada por maleantes que lucen ese aire de vencido fatalismo que caracteriza, por ejemplo, a los personajes de Juan Marsé; sólo que el cine de entonces tenía que ser forzosamente lacónico al respecto, y nada de dice de por qué esos maleantes portan armamento de guerra; o por qué tienen su base en Marsella; o qué piensan hacer con el dinero del atraco con el que se inicia la trama; o por qué la policía también porta ametralladoras y no se anda con muchos remilgos a la hora de utilizarlas. También hay otros laconismos, digamos, más convencionales: el médico que ha de curar a uno de los delincuentes heridos ha perdido su licencia por causas que adivinamos nefandas, y que seguramente explican por qué lo conoce la prostituta (que tampoco se dice que lo es) amiga del jefe de los bandidos. Y todo esto se cuenta, o se da a entender, con un ritmo excelente, sin esos int

NAÚFRAGO

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Me sorprenden parado en medio de la calle, literalmente mirando las musarañas. El conocido que me ha visto de esa guisa me aborda con cierta preocupación. "Miraba la copa de ese árbol", le digo. Y, como veo que la explicación no disipa sus sospechas, sino que más bien las agrava, me explayo: "Es que estoy esperando el autobús -le digo, señalando la parada, que está a unos cincuenta metros -y como la parada no tiene marquesina, y hace este sol de muerte, me he parado aquí, a la sombra de este árbol. Es curioso que un árbol tan pequeño de una sombra tan fresca. Y trataba de adivinar de qué especie es. Al principio pensé que una falsa acacia, de ésas que no dan hojas; pero la verdad es que tengo mis dudas". El extraño apenas le dedica al esmirriado árbol de ciudad una mirada desdeñosa. "Es una melia", me dice, como zanjando la cuestión. Yo corro ya hacia la parada, en la que está entrando mi autobús. Ya en casa, hago mis consultas, que me dejan más perplejo

ALTA COSTURA

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Vuelvo a ver con agrado Alta costura (1954), la película que Luis Marquina hizo sobre la novela homónima de Darío Fernández-Flórez . Ambas resultan, para el gusto de hoy, remilgadas y cursis. Parece como si el autor, y también guionista y actor en la película, en la que se interpreta a sí mismo, no quisiera ser ya tan complaciente con el submundo madrileño de vividores y mantenidas que tan bien había retratado en Lola, espejo oscuro , y prefiriese dejar claro el punto de vista "políticamente correcto" de que sólo la decencia y la aceptación del lugar que cada uno ha de ocupar en la vida garantizan la felicidad: las ilusiones de Tona de casarse con un rico heredero se desvanecen cuando un sucio incidente desempolva su pasado; mientras que una de sus compañeras, que apuesta su felicidad a que su pretendiente consiga un modesto aumento de sueldo que le permita casarse, ve cumplidos sus sueños. Dicho así, ya sé que parece una historia difícil de tragar hoy día. Pero, en su conte

ERRATAS

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El conductor del autobús era nuevo en la línea. Le pedimos un billete para nuestro destino habitual y nos dice que su autobús no pasa por allí. "¿Cómo que no?", le espetamos, en un tono que trasluce quizá la irritación que producen las contrariedades incomprensibles. "Cogemos este autobús todos los días, a esta misma hora". El conductor mira sus papeles, duda, menea la cabeza. Por fin encuentra uno en el que se especifica que, a esta hora concreta, ese autobús sí para en el lugar que le decimos. Se disculpa, alega que sólo lleva dos días en esta línea y, tras forcejear no poco con la máquina expendedora, que tampoco conoce, nos da nuestros billetes. Pero está claro que éste va a ser un viaje sorprendente. Al parar frente a la universidad, entre pinares, un viajero le dice al conductor que espere, que tiene que bajar... a orinar. El conductor, todavía enzarzado con las máquinas que no le responden y los itinerarios dudosos, no acierta a contestarle. Y allí nos vemos

CERDOS

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Una última nota humorística rescatada del fin de semana: la imagen de una chica que lleva de una correa uno de esos cerditos exóticos que ahora se estilan como animales de compañía. Es una criatura rara (el cerdo, aunque también la chica lo es un poco). No tan pequeño como lo esperaba: supera el tamaño medio de sus congéneres semisalvajes que corretean por la sierra, endureciendo las carnes para la matanza. Sí es un poco más largo de piernas, lo que le da un extraño aspecto de llevar zancos, acentuado por el pelaje blanco que le cubre las patas. El resto es de un negro parduzco, distinto del gris oscuro o negro azulado característico del cerdo ibérico. Y aunque éste, cuando vive suelto en el campo, no suele estar demasiado sucio, el aspecto de su pelaje, hirsuto y cerdoso, no puede competir con la apariencia sedosa y brillante del de este congénere mimado. Todo lo cual, en su conjunto, resulta un tanto monstruoso, a la vez que cómicamente incongruente. La muchacha ha soltado la correa

SANGUIJUELAS

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Nos dicen que la piscina municipal no abrirá este año porque el ayuntamiento no tiene dinero para remozarla. Y recuerdo lo que me dijo al respecto una concejala de ese mismo ayuntamiento el año pasado: en realidad, aquí la piscina municipal la usa muy poca gente, porque todo el mundo tiene la suya. Y me quedé un tanto asombrado por ese "todo el mundo", por el país de favorecidos por la fortuna que implícitamente postulaba, y por el enorme desprecio hacia lo comunitario y lo público que desprendía el razonamiento. Hoy las implicaciones del mismo se han cumplido: no habrá piscina. No pasa nada: a diez minutos en coche hay otro pueblo donde la piscina pública sí funciona. Aunque quizá lo propio sería recorrer esa distancia del modo que propugnaba John Cheever en un conocido cuento suyo: nadando de piscina en piscina, como si entre todas ellas formaran el olvidado río de la comunidad perdida. *** Pero esos ríos metafísicos fluyen por otra parte, y a tiempo limitado. Me lo dice M.

GRACIOSOS

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Leo en la página de economía de este periódico dos noticias aparentemente contradictorias: una asegura que tres de cada cuatro empleados en España sufren estrés laboral; la otra, en cambio, anuncia que se está poniendo de moda fomentar la risa y el buen humor en las empresas, y que algunas exigen ya que sus directivos sean gente divertida. Me imagino a uno de esos directivos graciosos haciendo su entrada en la oficina: va silbando una canción, hace un paso de baile para colgar el abrigo, remata el gesto con una reverencia y un tachán, como los presentadores marchosos, y luego, antes de dar las órdenes del día, cuenta un chiste de Jaimito. Me imagino las caras de los empleados (recuérdese: uno de cada cuatro padece estrés), y casi me parece oír el rechinar de dientes, apenas disimulado por la risa estridente del pelota de turno… Leo también los nombres de las empresas que se han apuntado a esta metodología novedosa: un banco (ya se sabe la gracia que rebosan los bancos), unos grandes al

TRINOS

Estamos tan acostumbrados al verso blanco meramente correcto, el que tiene todos los acentos en su sitio y el número apropiado de sílabas (lo que no es moco de pavo, a a la vista de la cantidad de versificadores a los que no les salen las cuentas), que casi hemos perdido la capacidad de apreciar la musicalidad añadida que los buenos poetas saben infundir a este tipo de metro. Por eso es tan grato abrir una antología de poemas de un autor que uno no había leído antes y encontrar aciertos como esta imagen del sol poniente con la que Miguel Ángel Velasco remata su poema "Trinos": y en lo alto, una perla repica un punto cuando toca el fondo de la copa profunda del silencio. Ese repica viene a ser la última nota, la definitiva, del trino continuo, hecho de delicadísimas aliteraciones, que hemos estado entreoyendo a lo largo de todo el poema. De este autor me han gustado, en general, todos los poemas sustentados en la mirada, preferentemente dirigida a la naturaleza. Menos me ha i

COMEDIA

En el supermercado. Estanterías vacías, muchas cerradas con cortinillas. La de la carne, la de las verduras, la de la fruta fresca. La de los yogures y postres lácteos permanece abierta, sólo para dar la imagen de la más perfecta desolación. Y uno, que ha visto un cambio de régimen, un intento de golpe de estado, varias crisis económicas y unas cuantas mundiales, y que en ninguna de estas circunstancias ha llegado a constatar una verdadera situación de pánico por desabastecimiento, no tiene más remedio que pensar que se trata de una comedia: la farsa de la escasez en un país rico, la mascarada de la pobreza, las fintas de los especuladores, amparados en una huelga mafiosa y, probablemente, concertada. Nada que hacer, salvo comprar unas cuantas bolsas de congelados y... esperar. Cuesta trabajo aceptar que una gran empresa de distribución de alimentos, como la que regenta este supermercado, se pliegue sin más a los caprichos de los camioneros. Le bastaría con rescindir los servicios de t

V.O.S.

Historias truculentas, relacionadas con la huelga de camioneros y la consecuente crisis de desabastecimiento: oigo a unos chavales comentar que, en las inmediaciones de cierto conocido hipermercado, los merodeadores asaltan a quienes salen cargados de comida. Lo destacable no es, evidentemente, lo disparatado del rumor, sino su pertinencia como síntoma: en caso de que hubiese una verdadera crisis de desabastecimiento, ¿qué porcentaje de la población estaría dispuesto a actuar de ese modo? ¿Cuántos lo encontrarían incluso divertido ? *** K. literalmente llorando la ausencia de C., que ha pasado la noche fuera, sobre la cama de ésta. Daba que pensar: si esos maullidos lastimeros no eran de dolor, ¿de qué eran? *** No, el sarcasmo no es mi tono, no es el tono en el que habla esa versión ideal de mí mismo a la que me gustaría parecerme. Pero cuántas veces no está uno ni siquiera a la altura de sí mismo. (Lo que en mi caso, y siendo, como soy, más bien bajito, tampoco sería ninguna hazaña

CARACOLES

Ya me ha pasado dos veces: en sendos bares donde anuncian con grandes carteles que sirven caracoles, se muestran molestos y se diría que decepcionados cuando me siento a una mesa y pido... caracoles, y no los otros manjares que se supone que sirven, o el menú completo. Y pienso, no sé por qué, en cierto escritor de éxito, que ocupa este mes la portada de la revista Mercurio , y que ofrece a sus lectores el equivalente a una buena ración de caracoles muy (quizá demasiado) especiados: él también se siente ofendido porque no se espere de él otra cosa, y porque otros escritores especializados en otros platos (no sé, en ensaladilla rusa, o en suchi , o en cordero asado), no le reconozcan la primacía más que en ese modesto pero valioso registro suyo. Vanidad de vanidades, que dijo el sabio. En los dos bares, por cierto, me han cobrado por el tazón de caracoles casi el equivalente al precio del menú completo. Y luego se quejan.

LA FERIA

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Las ferias obedecen siempre a un planteamiento infantil: vamos a ellas a subirnos en los caballitos, pegasos, lindos pegasos. Miro mi mano cerrada en torno a un objeto cilíndrico: habrá quien piense que es un vaso largo, y que contiene una bebida. Pero no: es el eje sobre el que sube y baja el caballito, y lo tengo bien asido para no caerme. *** La misión de esos ventiladores de techo que ponen en las casetas de feria es decapitar los deseos que vuelan demasiado alto. *** Escotes. Hay una regla no escrita de urbanidad que prohíbe mirarlos con demasiada fijeza, pero que autoriza a inclinar la cabeza brevemente ante ellos, en señal de asentimiento. *** Las espaldas desnudas, en cambio, invitan a la impunidad. *** Ese cónclave de fantasmas que se congrega alrededor de una mesa con los vasos vacíos. *** El alma de las ferias son los urinarios. *** Y estas arquitecturas efímeras, hechas como para que se las lleve por delante ese huracán que amenaza siempre el trópico de pega de las ferias.

TODOS NÓRDICOS

Me alegra que hayamos llegado a junio con estas temperaturas que apenas rebasan las de un día soleado de invierno y estas lluvias intermitentes pero pertinaces. Lo normal por estas fechas es asarse de calor sin esperanza de remisión posible (las vacaciones quedan todavía lejos). Y envidiar a todos esos extras disfrazados de turistas que los ayuntamientos contratan para llenar las terrazas de los bares y dar la imagen de una ciudad despreocupada y feliz. Aunque, en el fondo, sospechamos que, en cuanto dejemos de desfilar ante ellos, de vuelta a casa, un camión municipal los retirará de la vía pública y los guardará hasta el día siguiente en el mismo almacén donde guardan los gigantes y cabezudos del carnaval. De ahí que a veces den la impresión de estar algo apolillados. Pero este año no. Este año los pocos que se atreven a sentarse al aire libre llevan jerseys de entretiempo y tienen el paraguas a mano, por si acaso. Y convendrán conmigo que así no se da esa imagen de paraíso tropical

EL GANCHO FANTASMA

El libro de José Luis Pardo me lleva a buscar en Youtube el vídeo del famoso combate de 1965 en el que Cassius Clay noqueó a Sonny Liston en el primer asalto, mediante lo que los comentaristas llamaron the phantom punch , el gancho fantasma, que nadie vio, y que dio lugar a una polémica, que todavía colea, sobre si el combate estuvo o no amañado desde el principio. Veo esas imágenes en blanco y negro, con la calidad de la televisión de la época, e inmediatamente me traslado a los años en que mi padre y yo, ante la contrariedad de las mujeres de la casa, nos quedábamos a ver los combates que a veces televisaba el único canal entonces disponible. Al principio, a mí también me fastidiaba tener que renunciar a la película o a la serie de turno para ver una aburrida retransmisión deportiva, que yo entonces conceptuaba tan poco interesante como los partidos de tenis o de fútbol. Pero poco a poco me fue picando la curiosidad hacia lo que allí sucedía, ese drama elemental que se resolvía a puñ

NO SÉ

Niebla, sí. Pero no sé si dentro o fuera. *** La niebla es el velo que el sol utiliza para disfrazarse de luna llena. *** Más que ocultar el paisaje, lo que hace la niebla es sacar a la luz lo que no se ve del mismo en los días despejados. Esa fronda extranjera, arrebatada y misteriosa, donde ayer no había más que unos eucaliptos escuálidos de descampado. Esa base secreta de misiles de la Guerra Fría, con sus garitas de guardia y todo, donde ayer no había más que una fábrica semidesmantelada. (La niebla es muy dada a las novelerías.)

PIN UPS

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Leo en Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas , de José Luis Pardo, el capitulillo dedicado al psiquiatra, psicoanalista y santón de la contracultura Wilhelm Reich (1897-1957). De Reich había leído yo hace años un especioso librito titulado Psicoanálisis y educación , escrito en colaboración con Vera Schmidt, en el que se proclaman, entre otras lindezas, las bondades de los "hogares de infancia socialistas" de la URSS y de la RDA, y se elogia la aportación de Lenin a la liberación sexual femenina. Reich posteriormente rompió con el "socialismo real", que no estaba muy dispuesto a secundar sus teorías, y encontró acomodo en los Estados Unidos, donde la CIA, cuenta Pardo, lo contrató para el "experimento Fénix", que pretendía explorar el modo de inducir "cambios de humor" en la población mediante la manipulación de la atmósfera... Para tan mefistofélico fin construyó Reich una especie de "acumuladores de energía&quo

REVUELTA

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Unamuno entrevistado por J. Martínez Ruiz (que todavía no firmaba como Azorín ) en uno de los textos recogidos en este tomito de Artículos olvidados del de Monóvar que voy leyendo en el autobús. Un hueso duro de roer, incluso para alguien con tanta capacidad de encaje como el entonces aguerrido periodista de revistas "radicales". Éste no duda en postular una juventud "que alienta por nobles ideales de solidaridad universal, de amor y bienestar", dando por sentado, sin duda, que él mismo es parte de esa juventud y que en nombre de la misma se dirige al maestro. Pero éste no está para gaitas, y rebate sin piedad el vago misticismo revolucionario, entre cristiano y anarcoide, en el que se inspira su interlocutor, y contrapone, al Cristo "anarquista" de Renan, entonces tan de moda (el propio Martínez Ruiz le había dedicado más de un artículo), el de la Biblia... Le hubiera resultado fácil al joven catedrático de Salamanca contemporizar con su interlocutor, co

SAN ESTEBAN

La "diana floreada" no acaba de decidirse a pasar por nuestra calle. Vemos a los músicos parados en la esquina, dubitativos. En esa calle de casas nuevas, deben decirse, seguro que no vive nadie a quien pueda interesar nuestro rito festivo. Pero se equivocan. Del balcón de al lado veo asomar una cabezota desgreñada, seguramente de mujer. En el nuestro estamos ya toda la familia, recién despertada. Incluso K. ha hecho el intento de asomarse. Pero se ve que esta música ratonera no les gusta a los gatos: al primer golpe de bombo, sale despavorida hacia el interior de la casa. El caso es que, una vez desayunados y vestidos, nos acercamos a las inmediaciones de la iglesia, para ver el ambiente. Aquí incluso las fiestas públicas resultan íntimas. Qué pocos son. Pero cómo se multiplican para hacer de ejecutantes y de público al mismo tiempo, con cuánta precisión y puntualidad llevan a cabo el programa previsto, cuánta seriedad le ponen a lo que, a simple vista, parece más una parodi