METÁFORAS
Después de la noche de celebración de la victoria futbolística, impresiona el silencio de la mañana. Hasta el aire está absolutamente quieto, hasta los pájaros cantan como en sordina. No creo que madrugar sea una virtud, pero sí es un privilegio: estas horas de calma, de desarrollo ordenado de la escasa actividad en marcha, de atenuación general de las intensidades de la vida hasta tonalidades soportables, bien merecen el sacrificio de una o dos horas de sueño. Saca uno sus fuerzas de la mañana, como otros, de costumbres más vampíricas, las sacan de la noche. Y no es que uno haga ascos a la noche; sólo que ésta, en su versión urbana, no es más que tiempo de ocio masivo, es decir, de aglomeraciones y ruido. Y ahora pienso que este silencio sobrevenido, siempre precario, es también una metáfora de la relativa paz social que disfrutamos, ganada a fuerza de agotar a la gente en estos grandes desfogues colectivos. La crisis, los desafíos de Ibarretxe, la desorientación general, han quedado