MANTIS
Al cerrar la puerta me parece ver que el amasijo de briznas secas que el viento ha dejado en el escalón del umbral adquiere vida. Es una mantis, a la que mis movimientos y ruidos han sacado de su inmovilidad; una más, en fin, de las muchas que el levante de los últimos días ha empujado contra nuestra ventana, e incluso ha metido dentro de la casa, para gozo de la gata, que las ha perseguido y martirizado con saña digna de mejor causa. La de hoy tal vez esté aquí en misión de reconocimiento, para certificar la partida de esta familia que incluye entre sus miembros un elemento tan declaradamente hostil. La segunda vuelta de esta cerradura exige que uno tire con fuerza del pomo con la otra mano, lo que me obliga a dejar en el suelo el último bulto de nuestra impedimenta. Los demás están ya en el coche. Lo deposito con cuidado en el escalón, muy cerca del insecto. La mantis, muy digna, levanta la cabeza, se vuelve, gana de un salto la acera y desaparece con un extraño vuelo en el que se me