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Mostrando entradas de abril, 2009

ALGUNOS HOMBRES BUENOS

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Siempre que coincido con estos amigos bromeo con ellos a propósito de su militancia política: representan casi el estereotipo del izquierdista bueno, según suele mostrarse en ciertas películas y libros sobre la República y la Guerra Civil, donde estos personajes normalmente aparecen bajo la figura de un maestro de escuela rural o un obrero impresor. No levantan nunca la voz, tienen modales pausados y todo lo que dicen parece obedecer a una reposada reflexión, o ser la decantación final de largas meditaciones sobre la naturaleza humana. Representan, en fin, lo que podríamos llamar el fundamento moral de la orientación política que encarnan, tan ausente, ay, en quienes comparten esa misma orientación por puro voluntarismo desinformado, frecuentemente adobado con una amplia dosis de intolerancia y bilis. Y uno, que ha aprendido a evitar a estos últimos casi con el mismo esmero con el que procura distanciarse de la carcundia exasperante, siente que con los otros podría formarse alguna vez,

ANSIEDADES

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Me sorprendo a mí mismo escuchando con cierta ansiedad la previsión meteorológica para el próximo puente de mayo: tiempo anticiclónico, dicen; lo que, traducido al lenguaje corriente, quiere decir días de sol. Y es que tiene uno como una añoranza del sol, resultado del largo y frío invierno, de esta inestable primavera que no acaba de cumplir sus promesas y de esta garganta lastimada que reclama un poco de calor balsámico sobre el pecho. Cada uno tiene sus fantasías. Y que las mías, en esta coyuntura, sean como las de esos viejos que se conforman con sobrevivir al invierno casi me resulta preocupante; si no fuera porque me consta que los viejos no formulan las suyas de este modo tan frívolamente explícito, y se conforman con eso: con sobrevivir. *** Con qué luminosidad formula Proust, al final de A la sombra de las muchachas en flor , una especie de teoría del amor indiferenciado, en el que cualquier cara, cualquier cuerpo de un grupo de chicas deseadas en su conjunto vale por todos lo

EL SONETO A LÍSTER

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En ese acto para conmemorar el Día del Libro cada uno de los participantes (yo entre ellos) tenía que leer un poema de Antonio Machado, que es el autor homenajeado este año. Y, cuando le tocó el turno a un conocido periodista gaditano, éste decidió cambiar el poema que le había tocado por el famoso "Soneto a Enrique Líster" que el poeta sevillano escribió durante la guerra. Tenía el gesto algo de desplante, como diciendo: "Ahí queda eso". Y, como cabía esperar, uno de los que leyeron después (poeta, por más señas) no pudo por menos que señalar que seguramente Antonio Machado, de haber vivido lo suficiente, hubiera renegado de ese poema... Al final del acto, alguien me dice que al periodista en cuestión no le ha sentado nada bien lo que entiende como una especie de descalificación pública, y se ha ido echando chispas... Asisto divertido a este pequeño rifirrafe, que dice mucho de cómo andan las cosas en esa pequeña burbuja en la que nos mezclamos periodistas, literat

CHIRINGUITOS

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Como en este país no se hace nada sin que, de inmediato, se alcen voces a favor y en contra, resulta que el tardío y más bien titubeante intento del gobierno de poner coto a los chiringuitos playeros ha suscitado una reacción furibunda en el principal partido de la oposición, así como en diversos agentes sociales. Parece como si, ya que la izquierda y la derecha no pueden discrepar respecto al modelo económico y social que, mal que les pese, ambas comparten, han encontrado el modo de repartirse la clientela en función de estos asuntos coyunturales, que nunca faltan. Reconozco que en esto no puedo ser objetivo: a los chiringuitos les tengo manía desde que, de pequeño, me veía obligado a pisar descalzo el suelo de alguno de los que se alzaban entonces en la playa Victoria, en busca de un helado o un refresco. Si alguien ha olvidado a qué olían y qué aspecto tenían aquellos bares de playa, le recomiendo una excursión a las todavía casi vírgenes playas atlánticas marroquíes (uno de esos de

UN ENCUENTRO (DÍA DEL LIBRO)

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Pocas veces se encuentra uno en la calle a media mañana con tan buen ánimo. La jornada laboral ha sido buena, el día acompaña y anda todavía uno sumido en una especie de resaca benevolente por los modestos, pero señalados, frutos de amistad y complicidad que ha ido recogiendo en los últimos días. Hasta la faringitis parece andar atenuada; lo que, unido a los dispendios hormonales que proporciona (¡todavía a mis años!) la primavera, me hace sentir en excelente forma... Y como tanto bien no parece posible, el paseo que doy por el centro del pueblo para despachar algunos recados pendientes me depara un encuentro algo descorazonador. Es este amigo librero, que, aprovechando la efeméride (23 de abril, Día del Libro) ha puesto un tenderete en plena calle. No hace mucho viento, pero hay una brisilla insidiosa, de vuelo bajo, que parece deleitarse en enredar los faldones del paño de la mesa y en hacer aletear la modesta cartelería que anuncia los descuentos de rigor. Nadie mira el puesto, si

SUSTANCIAS PELIGROSAS

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"¿Es usted el vecino de abajo¿ ¿El que tiene la casa llena de libros?". Y, por un momento, me temo que me va a amenazar con ponerme una denuncia. Por riesgo de incendio, o por almacenar sustancias peligrosas, o Dios sabe por qué. *** Entre todas estas caras de amigos (de buenos y fieles amigos, que entienden que han de arroparme), busco un vano el rostro de un extraño. Tal vez porque lo único que en verdad justificaría todo este esfuerzo por hablar de lo de uno en público sería que, al reclamo, acudiera ese lector desconocido que uno sueña con ganarse. Y que, una vez más, no viene. *** Y, sin embargo, esta sensación tan parecida a la embriaguez, resultado de haber roto, por unos instantes, esa esfera de ensimismamiento en que consiste la mayor parte del tiempo el trabajo literario. Cuesta recuperar los parámetros normales. Y no vuelve uno a ser quien es hasta que, al día siguiente, el aire frío de la mañana en la parada del autobús te devuelve a la realidad.

EXTREMOS

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Niebla baja, de la que emergía la parte alta de los edificios, extrañamente desconectados del suelo que los sustenta. Nuestro autobús parecía tener como destino esa ciudad flotante, entrevista al final de la carretera curva que contorneaba la otra ciudad, la que efectivamente pisábamos. La que, una vez alcanzado el final del trayecto, ocupaba ya el sitio de la primera. Como todos los días. *** Todos tenemos nuestras Gilbertes y Albertines, amigo Marcel. E incluso me atrevería a decir más: todos hemos pensado en ellas, retrospectivamente, tanto como usted acredita en su libro. O puede que más; y acaso eso sea lo que entusiasma de A la sombra de las muchachas en flor : que parece zanjar de una vez por todas (para usted, al menos) lo que para todos los demás sigue abierto e irresoluble. *** Claro que ya se sabe en qué para esto del autobiografismo (y no lo digo ya por Proust): permite rectificar las cosas. Lo que, bien mirado, es la modalidad más extrema de la ficción.

UNA DIFERENCIA

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Hay una diferencia fundamental entre presentar una novela en público y presentar un libro de poemas o de cuentos; en éstos, la brevedad y variedad de los textos te sirve de pauta: se leen varios, precedidos o seguidos de sus respectivas glosas orales, y ya está el acto servido. Para presentar una novela, en cambio, hay que improvisar todo un monólogo, más o menos ocurrente; o, al menos, no demasiado aburrido; y que no parezca, en fin, la reseña que a uno le gustaría leer en un suplemento literario. Hay que hablar de la novela sin destriparla; o, al menos, mantener esa prevención un tanto inútil, pues de antemano sabe uno que nadie va a leer la novela por la intriga argumental, o simplemente por descubrir cómo termina. Pero son las convenciones que rigen estas cosas, y hay que respetarlas, porque es la única ocasión en la que el trabajo del escritor adquiere, siquiera sea por unas horas, unos aires de mundanidad que luego, en la soledad del estudio, ante el ordenador, o en esa otra sole

SEVILLA-IRLANDA

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Lluvia insistente y tenue, que disuade de abrir el paraguas pero que, al mismo tiempo, va empapando a conciencia las cabezas descubiertas y la ropa ligera, hasta infundir en los transeúntes esa sensación de calofrío resultante del contraste de temperatura entre la epidermis estremecida y el cuerpo templado. No esperábamos encontrar este tiempo en Sevilla en esta época del año. Y, como quiera que la ocasión familiar que aquí nos trae se celebró el año pasado en Irlanda, y allí hizo, según cuentan quienes estuvieron, un tiempo inusualmente soleado, bromeamos sobre lo que parece una inversión de términos: esta Sevilla insólitamente irlandesa (como la querrían, ay, los muchos irlandófilos que por aquí andan, y que incluso celebran todos los 16 de junio el Bloomsday en las cervecerías aledañas a la catedral), a cambio de aquella Irlanda inesperadamente mediterránea. Para colmo, entre los presentes se cuenta una irlandesa, a la que, por turnos, intentamos traducir las conversaciones entreme

TOMLINSON

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De las muchas noticias trágicas que nos llegan, no sabe uno cuáles impresionan más: si las que tratan de desgracias lejanas, que asustan por lo que tienen de ajeno e incomprensible; o, por el contrario, las que se insertan en una cotidianidad que, de puro parecida a la nuestra, sugiere que la desgracia en cuestión bien podría habernos sucedido a nosotros, y que sólo el azar que rige estas cosas ha hecho recaer el trágico designio sobre otro... A esta segunda clase pertenece la muerte del quiosquero londinense Ian Tomlinson. Los hechos son bien conocidos: primero se dijo que falleció “por causas naturales” en medio de la turbamulta que se produjo en Londres con motivo de las protestas contra la reunión del G-20 celebrada en esa ciudad; y luego, un vídeo tomado por un testigo presencial ha demostrado que, antes de que se produjera esa muerte “natural”, el hombre había sido increpado, zarandeado y golpeado por los policías que trataban de contener a los manifestantes, lo que seguramente l

VIENTOS

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Recurro a ese uso un tanto abusivo del correo electrónico consistente en enviar un mensaje a buena parte de los integrantes de mi lista de direcciones. Y la operación tiene un inesperado efecto: el elevado número de mensajes que me son devueltos, y sus destinatarios declarados "inexistentes" por el servidor, es bastante alto. Lo que me lleva a inquietantes reflexiones sobre lo inestable de mi esfera social, lo efímero de ciertos tratos y, sobre todo, mi incuria a la hora de mantener un mapa de amistades y conocimientos medianamente solvente. O, simplemente, mi pereza a la hora de mantener mi agenda al día. Claro que peor es cuando abro mi libreta de direcciones y teléfonos y empiezo a tachar. *** Lectura en Los Toruños, un espacio natural protegido de la Bahía de Cádiz en cuyo centro de recepción se celebran ahora unas jornadas literarias. El viento golpea con saña las paredes de lona de la carpa instalada al efecto. Y se me ocurre que, puesto que hemos venido aquí a homenaje

PARECEN VIEJOS

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¿Tendría Godard en cuenta la opinión que le merece a Proust "la enojosa expresión vivir su vida ", que el escritor pone en boca de una muchacha descocada, cuando la eligió como título de una de sus películas más características (en sus virtudes y defectos)? Si fuera así, y teniendo en cuenta que la protagonista de la misma muere asesinada (en la ficción), como culminación de su largo descenso a los infiernos del nihilismo contemporáneo, cabría considerar que la postura del cineasta a estos respectos es mucho más moralista (que no moral ) que la del escritor; y que, comparados estos dos juicios sobre la juventud contemporánea, el de Proust es mucho más complejo y objetivo, aunque no sea más que porque cuanto parece afirmar aparece matizado por la ironía, ese don de la inteligencia del que Godard, a mi modesto entender, ha andado siempre bastante escaso. *** La parte más acogedora de una librería es la trastienda. Tal vez porque, en el desaliño habitual en esas dependencias, to

SENDERO (y 2)

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Como para depararnos una oportunidad de resarcirnos de todos los agravios causados por la vida gregaria, y a los que atribuimos todas nuestras infelicidades, se nos interponen dos aglomeraciones vivas, que, por un lado, nos obligan a refrenar el paso y, por otro, nos incitan a rebasarlas lo antes posible. La primera es un rebaño de cabras. Con ellas no tenemos ninguna cuenta pendiente. Y ellas, a lo que parece, tampoco tienen nada que reprocharnos. Nos ignoran, nos rodean ostentosamente cuando les obstaculizamos el paso, lucen para nosotros su repertorio de gestos entre cómicos y asombrosamente pertinentes: las topadas, el modo de encaramarse sobre los cuartos traseros para devorar un brote tierno, los conmovedores diálogos que cruzan, y en los que se adivina un principio de sentido que acaso resulte más apropiado a la vida, en su versión más simple, que la logorrea constante que nos acompaña; y que, cuando no le damos salida, borbotea en nuestras cabezas como un cazo de leche pasado d

SENDERO (1)

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Retrocedo ahora al miércoles, día laborable (aunque de vacaciones para mí y para quienes me acompañaban): nos encontramos a las 7.30 de la mañana en la parada del autobús que hace el recorrido de todos estos pueblos, esperando el que nos llevará al lugar donde se inicia el sendero que ha de traernos de vuelta al punto donde estamos. Imagino que el madrugón, y el improductivo propósito que lo motiva, resultarían bastante inexplicables a quienes toman este mismo autobús por razones fundadas: por ejemplo, esta mujer que seguramente va a trabajar a algún pueblo vecino, o puede que incluso al último de ellos, Ronda, la capital natural de la comarca. El autobús va recogiendo a otras personas que parecen animadas por idénticos motivos, y a quienes nuestras mochilas, nuestros gorros para protegernos del sol y nuestro aspecto, en general, de domingueros deben de parecerles bastante absurdos, amén de un tanto irritantes, como lo es siempre el contraste entre el ocio y el trabajo cuando el primer

EL COLOR DE LA PASIÓN

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Parece que la condición sine qua non para ser titular del ministerio del ramo es haber tenido una ejecutoria artística oscura o mediocre, oportunamente reconducida al terreno del medro burocrático. Y no es que a uno le importe mucho lo que haga o deje de hacer el Ministerio de Cultura. Lo que de verdad me preocupa es la sospecha de si todas las demás vacantes ministeriales se cubren del mismo modo. *** En mi juventud, esta especie de febrícula vespertina y primaveral, no del todo desagradable, pero sí un tanto pesada de soportar durante las semanas que suele durarme, se me curaba con media docena de dolorosísimas inyecciones de penicilina... Luego descubrí que se curaba igual sin recurrir a tan drástico remedio: bastaba esperar a que pasara. Y este año, en el que el consabido arrechucho me coincide con un periodo vacacional centrado en la lectura de Proust, casi no merece ya el crédito del que gozó antaño: me parece, más bien, una simple adaptación del ánimo a la condición enfermiza d

MERCURIO

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La Unión Europea ha decretado la prohibición de los termómetros de mercurio. Y uno, que acata a pies juntillas el argumentario ecológico-sanitario vigente, se echa a las espaldas, como tantas otras cosas, las múltiples ocasiones en que, al romperse el tubito de cristal, tocábamos con los dedos las mágicas gotitas y experimentábamos el vértigo de verlas juntarse y separarse en inasibles orbes escurridizos, que terminábamos barriendo y tirando al desagüe... Esas gotitas, lo sabe uno ahora, habrán contaminado millones de litros de agua, o podrían habernos causado graves intoxicaciones. Como también podrían haberlo hecho, ahora lo sé, los vapores del plomo que fundíamos en un cazo para fabricar plomadas de pescar. Y, sin embargo, esa infancia tóxica a la que hemos sobrevivido, y en la que jugábamos con juguetes sin homologar, comíamos caramelos fabricados en un barreño y manipulábamos inadvertidamente las materias más peligrosas, nos sigue pareciendo, por comparación, más íntegra y sana qu

DECISIONES

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"Siempre adoptamos decisiones definitivas por un estado de ánimo que no está destinado a durar" (el narrador, en A la sombra de las muchachas en flor )... Supongo que esta peculiar manera de administrar los asuntos propios es la que me ha llevado a las importantes decisiones respecto a mi vida laboral tomadas la semana pasada, y que, de llevarse a buen término, implicarán grandes cambios en mi rutina diaria y en mi modo de administrar mi tiempo. Aunque la verdad es que ese "estado de ánimo que no está destinado a durar", en mi caso, ya duraba demasiado. (Como se ve, desde hace semanas vivo en clave proustiana; y lo curioso es la facilidad con que la realidad se pliega a esos dictados puramente mentales, inducidos por una lectura.)

LECHUGAS

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A José Antonio Martel, hortelano Hay quien pone una huerta y, literalmente, se aparta del mundanal ruido, para regirse por los ritmos inherentes a la naturaleza: los que ordenan desbrozar el terreno cuando corresponde, sembrar a su tiempo, recoger el fruto. Paradójicamente, quienes así se alejan del mundo desarrollan una sociabilidad más matizada y rica, porque, al empezar a entender lo que supera al hombre, comienzan también a entrever la importancia relativa de las cosas que son fuente de conflicto entre los hombres. Ve uno crecer una lechuga y es como si viera madurar un argumento a favor de la ecuanimidad y la paciencia. Cosecha uno unos tomates y es como si cosechara otras tantas razones para amar la vida. Claro que eso ocurre cuando se acude a la huerta sin pretensiones, con el solo deseo de aprender a tratarla y a esperar de ella los frutos merecidos. Y no sé si serán ésas las razones por las que Michelle Obama, la mujer del actual presidente de los Estados Unidos, ha anunciado

A SU PESAR

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No he leído mucho de John LeCarré: lo único suyo que tengo es un ejemplar de Smiley's People , con el sello de la biblioteca de la base norteamericana de Rota, que encontré hace años en un mercadillo: un producto, seguramente, de los expurgos periódicos de esa biblioteca. Lo leí con esfuerzo, cuando aún no andaba muy suelto en el inglés; y lo que me impresionó del libro fue la envolvente melancolía que destilaba, bastante impropia de una novela conceptuada como "de género", en la que las sutilezas sentimentales suelen sacrificarse al ritmo y a la acción. No he frecuentado mucho esa clase de literatura; pero, en la que he leído (Conan Doyle, Raymond Chandler) normalmente he echado en falta la dimensión añadida que aporta la mera densidad del texto, ese espacio en el que se manifiesta la inteligencia que gobierna el discurso y la temperatura sentimental de los hechos. Incluso Chandler, tan reputado literariamente, resulta algo plano en ese sentido. No así LeCarré, al menos

VIXEN

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Hacía tiempo que no se permitía uno ver una película de Russ Meyer. Y la verdad es que, después de haber vuelto a ver, a mis años, ésta que venía con el periódico del sábado (la indignación de mi quiosquero sigue aumentando), me da por pensar que este cineasta estaba llamado a logros de mayor alcance, o en ámbitos más respetables. De que no se haya dedicado a ellos debemos congratularnos, después de todo, quienes agradecemos que en todas las artes haya un espacio consagrado a la frivolidad gratuita, sin pretextos ni excusas. Pero decía que lo que me ha llamado la atención de Vixen (1968), en este último y un tanto melancólico visionado, es cómo trasluce bien a las claras que su director poseía una capacidad para la dramaturgia cinematográfica de la que andan bastante escasos otros cineastas más reputados; y que, sin apearse ni un momento del propósito declarado de la película (la exhibición corporal de la protagonista, en una muy bien graduada serie de escenas escabrosas), Meyer logra

VACACIONES DE INVIERNO

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Recibidos los primeros ejemplares de Vacaciones de invierno , mi cuarta novela; o quizá sería mejor decir, para no complicar las cosas, la tercera, ya que la tercera propiamente dicha, que debió de haber salido el otoño pasado, anda perdida en su vericueto editorial, lo que estropea un poco mi pretensión de presentar ésta de ahora como la primera de una posible segunda trilogía, una vez completada la anterior, a la que no he dado título, pero que me gusta describir como la de la educación sentimental , por eso de que los sucesivos protagonistas de las tres novelas que la componen ( La raya de tiza , Las islas pensativas y la aún no publicada Los bosques sumergidos ) habían crecido conmigo y representaban otras tantas etapas de ese proceso de maduración anímica... Uno propone y la suerte editorial dispone. La idea de Vacaciones de invierno surgió en una comida de Navidad, en la que salieron a colación algunos recuerdos de mis mayores sobre cierto episodio familiar acaecido en torno al