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Mostrando entradas de mayo, 2009

TRAJES

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Diré algo aquí que quizá vaya en detrimento de mi imagen mundana: hasta ahora, creía que todos los trajes de hombre eran más o menos iguales, y que, a lo sumo, sólo cabía diferenciar los hechos a medida (cuya finalidad, seguramente, es disimular algún defecto en la figura del destinatario) de los fabricados industrialmente. Más allá de esta distinción fundamental, pensaba, las diferencias de precio entre un traje y otro se deberían a cuestiones de moda o marca, como las que afectan al resto de las prendas de vestir: es decir, un traje con la solapa ancha o estrecha, según la moda vigente, costaría más que un traje que no exhibiera ese rasgo de actualidad; y un traje que luciera en el forro la etiqueta de una casa de moda prestigiosa valdría mucho más que otro fabricado en un taller anónimo de Hong Kong; aunque, como se sabe, también se da la circunstancia de que no pocas marcas de prestigio manufacturan sus prendas en una barraca asiática, a la luz de una bombilla, bajo un techo de ura

VENDAVAL

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Cuánto recuerdan estos versos de Agustín de Foxá ( El almendro y la espada , 1940), a propósito de los desmanes de la guerra civil: Y allí la ropa tenue, blanca o rosa de la muchacha con olor a novia. Y el tiragomas del hermano muerto, la almohada de la niña con su lazo, la sábana nupcial y la vitrina... a estos otros de Alberti ("Capital de la gloria, 1936-1938", en De un momento a otro ): ¡Palacios, bibliotecas! Estos libros tirados que la yerba arrasada recibe y no comprende, estos descoloridos sofás desvencijados que ya tan sólo el frío los usa y los defiende; estos inesperados retratos familiares en donde los varones de la casa (....) nos contemplan... Un mismo husmear interesado (y, entiendo, poco caritativo) entre los desechos de la violencia, con intención de, en el primer caso, levantar acta de acusación, y, en el segundo, de apuntar con el dedo a la clase social que se considera merecedora de esa furia vengativa. Y el caso es que ambos poemas, con su trasfondo de se

SONABA

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Vengo leyendo en el autobús los romances de La niña del caracol , de Agustín de Foxá, en la reciente antología que ha publicado Renacimiento. Ya en el prólogo, advertía Luis Alberto de Cuenca del arbitrario uso de la puntuación que hace este poeta, y la verdad es que, en algunos pasajes, el texto resulta casi agramatical, y sólo con muy buena intención se consigue sacarle sentido. Sin embargo, la intuición poética es más rápida, y la imaginación visualiza casi de inmediato lo que el intelecto (se me disculpará el uso de esta rancia palabra) tarda más en reinterpretar en términos lógicos. Y pienso en ese otro gran poeta (y prosista) asintáctico, José Antonio Muñoz Rojas, y en una reciente impresión constatada en un concurso literario escolar: el cuento peor escrito de los tres que escuchamos era el que sonaba mejor.

QUIZÁ

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Quizá hemos sobrevalorado demasiado la maldad en determinados personajes, y casi nos apena llegar a veredictos como éste, que encuentro hacia el final de la biografía de Lowry que he leído estos días: "A pesar de sus múltiples pecados y actos delictivos, Lowry no fue un mal hombre (...), sino antes bien un hombre bueno con deficiencias fatales" (en Gordon Bowker: Perseguido por los demonios. Vida de Malcolm Lowry ).

TEBEOS

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En esa librería madrileña, me cuenta una compañera de trabajo, le dicen que tienen mis Vacaciones de invierno : el dependiente lo ha consultado en el ordenador y allí consta como en existencias. Pero, tras una ardua búsqueda por las estanterías, en la que la cliente también echa una mano, el libro no aparece. "Tiene que estar en algún sitio", dice el librero. "Ya aparecerá". Pero sabe uno de libros que han envejecido en algún recoveco inaccesible de una librería -mi ejemplar de Mujeres y días de Gabriel Ferrater, por ejemplo, que encontré en una liquidación, cuando hacía años que se daba oficialmente por agotado-, hasta que una mano amiga viene a rescatarlos. ¿Será ése el destino del mío, en esa madrileña Librería Manuel de Falla que -ironías de la vida- tiene el mismo nombre que la gaditana en la que más y mejor saben de lo mío? *** Echo algo en falta en el espléndido ensayo sobre el cómic español de los años cincuenta que firma José María Conget en el último núme

NEGATIVOS

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Improvisado programa doble de cine dedicado a Lowry: Adiós Mr. Chips , de Sam Wood, y Días sin hue lla , de Billy Wilder, vistas las dos en la tarde-noche del sábado. La elección de ambas se fundamenta en la biografía de Lowry que ando leyendo estos días: James Hilton, el autor de la novela en que se basa la película de Sam Wood, fue compañero de internado de Lowry y tomó como modelo del benévolo Mr. Chips a un profesor común de ambos; y, en cuanto a la de Wilder, la novela en la que está basada apareció cuando Lowry ultimaba Bajo el volcán , y le provocó no pocas ansiedades, debido a las muchas coincidencias que hay en el modo de abordar el alcoholismo en ambas obras. Estas dos películas trazan, por así decirlo, el reverso de la vida de Lowry. Y resulta divertido adivinar al personaje en esta especie de vaciado o negativo que entre las dos dibujan, por exclusión, cuando se les postula un hilo conductor que ninguno de los que tuvieron que ver con la gestación de las mismas, o con la de

PITOS

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El problema no es que varios miles de personas se pongan a pitar en un estadio mientras suena el himno y el rey se levanta a rendirle los honores de reglamento. El problema reside en saber qué querían dar a entender, y eso es lo que no ha acertado a explicar, hasta ahora, ninguno de los sesudos analistas que se han ocupado del incidente de Mestalla. Tal vez la pitada no hubiera alcanzado esas proporciones, en fin, si el himno en cuestión hubiera tenido letra: en ese caso, quienes no estaban de acuerdo con quienes pitaban hubieran podido esforzarse en cantar más alto que éstos. Hubiera sido un espectáculo interesante, sí, pero quizá algo deprimente. Los españoles nos hemos enfrentado ya entre nosotros de tantas maneras distintas, que un combate entre pitos y voces no hubiera sido más que un apéndice grotesco a esa larga historia de peleas. Tal vez por eso sea bueno que el himno que tenemos suscite tan tibias adhesiones. Los himnos verdaderamente populares llevan consigo el recuerdo de l

CENTRIFUGADORA

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El hecho de que, desde hace años, mi jornada de trabajo de los jueves termine a media mañana me deja en la tesitura de emplear las horas que quedan hasta el almuerzo en algo que realmente justifique la condición de tiempo libre de las mismas. Casi nunca lo consigo; la mayor parte de las veces tengo demasiados recados pendientes, que convierten ese intervalo en una especie de carrera contrarreloj para zanjarlos todos. Pero a veces, no obstante, encuentra uno la disposición de ánimo necesaria para disfrutar de ese tiempo libre. Sólo que, ay, en no pocas ocasiones el azar se conjura contra uno para que, incluso en esa disposición festiva, llegue un momento en que tengo la sensación de haber perdido por completo el control sobre esas horas, hasta sentir lo que hoy: el desconcierto de quien, pongo por caso, se ha subido a un tiovivo a pasar el rato dando vueltas y, de pronto, se ve en medio de una centrifugadora. Todo empezó bien: salí del trabajo, pasé por el quiosco a comprar un bonobús y

INTIMIDADES

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A las pocas semanas de estrenarme en este destino laboral, hace ya diecinueve años, me casé. No di demasiadas explicaciones del asunto; entre otras cosas, porque tampoco tenía demasiada confianza todavía ni con mis compañeros ni con mis alumnos. Y al poco comprobé, no sin asombro, que el rumor de mi inminente boda había dado lugar a toda una serie de especulaciones más o menos fantásticas, que me divirtieron no poco. Y algo de eso hay en los rumores que empiezan a llegarme ahora, cuando parece que ya ha trascendido la especie de que lo mismo este año cambio de destino... No es que uno quiera dárselas de misterioso. La reserva, en este caso, obedece a que no quiero hacerme a la idea hasta que la eventualidad no se confirme. Pero se ve que no hay vida estanca a los demás, ni decisión personal que no pueda ser reinterpretada según las fantasías de cada cual. Lo que no debería extrañarme, después de todo, cuando yo soy el primero que llevo un diario íntimo a la vista de todos. *** Leyendo

PÁJAROS

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No es verdad que todo el mundo con la edad se vuelva cauteloso y amigo de componendas. La gacetilla que J.B. acaba de publicar en El Cultural, denunciando la absoluta falta de rigor del premio Loewe de poesía, del que él ha sido preseleccionador este año, certifica todo lo contrario: que, a sus cuarenta y tantos, sigue tirándose de cabeza a la piscina con el mismo entusiasmo con que lo hacía a los veintipocos, cuando codirigía un cáustico y brillante suplemento literario en su ciudad natal. A una piscina, en fin, en la que nunca se sabe si habrá bastante agua, ni qué clase de bichos nadan en el fondo. Lo que es muy de admirar en alguien que, por vivir exclusivamente de la literatura y sus oficios aledaños, puede ver sus ingresos muy mermados si alguien decide pasarle la cuenta por estos arranques. Bravo, Juan. *** No, no es del todo cierto lo que dije ayer. Los gustos de uno no son resultado del azar, sino más bien de una voluntad que cuenta con el azar como su mejor guía. Ese azar que

ROZAR EL LOMO

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Leo las necrológicas que le andan haciendo a Benedetti y me digo: ¿cómo puedo haberme pasado tantos años ciego y sordo ante un escritor que, al decir de todos, fue tan grande? Su poesía me llegó en forma de póster, en una época en la que yo ya empezaba a desconfiar de todo lo que venía en ese formato, y poco a poco iba despojando las paredes de mi cuarto de algunos de los que me habían acompañado durante la adolescencia, como el del Che. Su novela La tregua se me cayó de las manos, en un tiempo en el que me entusiasmaban otros productos más vistosos de la nueva narrativa hispanoamericana: Borges y Cortázar, sobre todo. Serrat, con el disco que le dedicó, terminó de quitarme las ganas de abordarlo seriamente alguna vez. Naturalmente, no pretendo convertir mis muchos desencuentros con este escritor en vara de medir sus posibles méritos, que a lo mejor los tiene. Ésta ha sido mi experiencia con él. Eso es todo. *** Mis deslumbramientos fueron otros: el modernismo, el simbolismo francés,

DESCANSABA

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Ni rastro ya de aquella Sevilla irlandesa , oscura y lluviosa, de la que hablábamos hace apenas un mes: la realidad, que no teme a los tópicos, suscribía sin reparos los que correspondían a la ocasión, y la ciudad lucía ya pertinentemente sus naranjos florecidos, sus hordas de turistas y sus mujeres radiantes. Claro que uno estaba allí para trabajar: para permanecer una hora en la caseta de Interbook, con la pretensión de firmar ejemplares de su libro a los posibles compradores, y para comparecer luego en una carpa ante el todavía más impredecible público que quisiera renunciar a las tentaciones de la calle a cambio de oír hablar de su trabajo a un editor y a tres escritores. Firmar, no firmé más que un libro, a una simpática madre joven que, después de pasarse casi toda la hora frente al mostrador, puede que esperando a alguien, y conteniendo mientras tanto los ímpetus de un niño impaciente, debió de pensar que lo mínimo que podía hacer en desagravio era comprar un libro al tipo que,

ANUNCIOS

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Lo verdaderamente llamativo hubiera sido que hubieran suprimido los anuncios de la televisión pública antes de que hubiesen echado a andar las televisiones privadas; y no ahora, cuando, con la amplísima oferta de canales y formatos televisivos disponibles, una medida que afecte a uno solo de ellos apenas logrará variar los hábitos de una clientela tan repartida como voluble. La medida, además, llega demasiado tarde para quienes llevan décadas quedándose dormidos en el primer intermedio de la película, o para quienes no conciben una emisión televisiva sin un sinfín de paradas largas en las que visitar el retrete o la nevera. Y llega tarde, incluso, para esa generación frívola que, en los últimos lustros del siglo precedente, coqueteó con la idea de que lo mejor de la televisión eran precisamente los anuncios… Quién no ha temblado de emoción, o de otra cosa, cuando se tropezaba, en alguno de los interminables intermedios de Qué grande es el cine , por ejemplo, con ese anuncio en el que C

PRECAUCIÓN, AMIGO CONDUCTOR...

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Cuando me veo conduciendo por esas carreteras de Dios para cumplir uno de esos extraños compromisos a los que me lleva la literatura (y en este pobre coche mío, que no ha vuelto a ser el que era desde que le cambiaron el embrague), se me ocurre: a) que no tendría que haberme sacado nunca el carné de conducir; b) que es muy extraño que uno de los requisitos para pertenecer a este parnasillo local sea tener coche y saber conducir: es como si a Virgilio, pongo por caso, le hubiesen exigido poseer una cuadriga y saber guiarla, como Mesala; y c) que, si no tuviera coche ni disponibilidad para estas cosas, uno podría granjearse por fin esa deseable fama de poeta huraño e intratable que, al menos, garantiza cierta tranquilidad. Aunque a esos, tengo entendido, los llevan y los traen en taxi.

NAÚFRAGO

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Parados, este compañero mío y yo, en una de esas esquinas desoladas en las que, según se ponga uno, hace calor o frío, o calor y frío a la vez. Uno de esos puntos que hay en todas las ciudades y que parecen estar ahí para que sintamos un desamparo anterior a la existencia de la ciudad, cuando los elementos se disputaban lo que, en este caso, debía de ser poco más que un peñasco batido por las olas... Y esa especie de desamparo ancestral se suma al que ya traemos con nosotros. Y volvemos del extraño cometido que nos ha llevado a salir a media mañana del centro de trabajo cabizbajos, derrotados. Como si nuestra relación, en fin, con este peñasco que nos sustenta fuera la del náufrago con el islote que lo salva. *** Le preguntan a este chico feo y bajito, con cierta crueldad, qué es lo que lo hace tan distinto de su despampanante hermana mayor. "Es que ella lleva tacones". *** En ciertas películas biempensantes (pienso en El club de los poetas muertos , de la que anoche volví a

DÍAS LABORABLES

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Imágenes de Honolulu en un documental de televisión. "Parece Zaragoza", dice M.A. *** Mientras corto a taquitos, con cierta dificultad, un chorizo muy curado, para saltearlo con los garbanzos del cocido, me viene a la memoria una viñeta de una historieta de "Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio", de Ibáñez, en la que el siempre hambriento Otilio corta con una sierra mecánica un chorizo del tamaño de un tronco de árbol, mientras dice: "Así me gusta a mí el chorizo, sequito". Pienso que la asociación de ideas puede deberse a mi inmersión en Antonio B., ciudadano de tercera , la dickensiana novela de Ramiro Pinilla sobre un ladrón por hambre; pero también se me ocurre que sobre este afloramiento de la memoria heredada de las hambres que pasaron mis padres y abuelos pesan también algunos comentarios oídos o leídos recientemente sobre la actual crisis económica. Y es que, a este respecto, no faltan a ambos lados del espectro político quienes parecen encan

EL RUSO

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La verdad es que esta novela me resultaba un tanto antipática desde el título; y que cada vez que mis ojos tropezaban con su grueso lomo en mis estanterías tenía la certeza de que era uno de esos libros destinados a ocupar sitio en las mismas durante años, sin que fuera a decidirme nunca ni a leerlos ni a deshacerme de él: lo primero, por lo ya dicho; y lo segundo, por una mezcla de respeto hacia el autor (que lo merece) y de piedad hacia los libros que uno adivina desdichados, no se sabe por qué. Sin embargo, un extraño impulso, seguramente relacionado con el ánimo retrospectivo que me domina últimamente , me ha llevado a abrir Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera , de Ramiro Pinilla . Y ya no lo he soltado. Me he leído ya casi la mitad: casi trescientas páginas. Y me está pareciendo una muy buena novela, de ésas que se presentan dominadas por la urgencia de contar, más que por el propósito forzado de llenar de palabras unos centenares de cuartillas. El autor ha querido presentarl

COMEDIA EN UN SOLO ACTO

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Podría escribirse una obrita de teatro de un solo acto sobre lo que ocurre cuando un escritor se sienta a "firmar" ejemplares de una novela suya en la feria del libro de su ciudad natal. Para empezar, habría que obligarle a confesar sus temores (tal vez en un aparte, si ese recurso teatral no hubiese caído en desuso), su miedo a que no acuda nadie, y a quedar en evidencia ante el librero que le ha ofrecido sus instalaciones, e incluso ante el cínico desfile de indiferentes que lo mirarán como diciendo: "fijaos en ése; ¿pensará que vamos a comprar su libro, sólo porque se ha sentado ahí, bolígrafo en ristre, a ver pasar a la gente?". No hubiera sido la primera vez; sólo que, cuando le ha ocurrido eso en alguna ciudad lejana, donde nadie lo conocía, el mal trago no le importó mucho. Pero aquí, claro, se jugaba algo más. Lo vemos llegar a la feria con cierta anticipación sobre la hora prevista, como si no hubiera podido dominar su impaciencia. Y, después de pasarse a s

EL MIEDO

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Los carniceros, recuerdo, andaban desolados. Especialmente los que vendían casquería. Una ministra recomendó que al típico puchero andaluz se le echara hueso de cerdo, en vez del imprescindible hueso de vaca con tuétano. Eran, ustedes lo recordarán, los días del llamado “mal de las vacas locas”. Quien más, quien menos, todo el mundo redujo la ingestión de carne vacuna. No tanto por el mal propiamente dicho, sino por lo que éste puso de manifiesto: que las vacas eran alimentadas con harinas de origen animal, a veces procedentes de otras vacas, lo que convertía a estos bondadosos rumiantes en animales virtualmente caníbales… Y hubo quien relacionó el mal, en fin, con cierta enfermedad que desarrollaban los antropófagos de Papúa. Todo lo cual, en fin, daba un poco de asco. Luego se habló de la gripe aviar, o aviaria (porque también en esto hubo sus discrepancias terminológicas). Venía de China, en una época en que el sorprendente crecimiento económico de ese país todavía nos cogía un poco

LAS MADRES

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La veo entrar en la sala y dirigirse a la parte de atrás. Viste unos vaqueros muy ajustados y una camisa blanca que le transparenta el contorno del cuerpo y las tirantas del sujetador. Se acomoda en las últimas filas y mira a quienes, desde la mesa, tratamos de mantener distraído al auditorio. Tiene una cara franca, fresca, enmarcada en una vistosa mata de pelo negro. Me pregunto qué la ha hecho acudir a este "acto cultural" en el que la práctica totalidad del público es cautivo (niños de colegio, y mujeres que visten la camiseta de uno de esos "talleres de empleo" que organizan en estos pueblos para distraer el paro, y a las que seguramente han hecho acudir a este acto para llenar con el mismo una jornada más). Es, de todos modos, un público agradecido y educado. Y a uno le hace cierta ilusión que al mismo se haya sumado, al parecer por propia iniciativa, la atractiva recién llegada. Pero mi gozo en un pozo: tras aguardar apenas unos minutos de cortesía, hace un ge

ASTENIA

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De vez en cuando, los defensores de lo breve (del cuento, del poema, del apunte diarístico, etc.), entre los que teóricamente debería contarme, aducen la idoneidad de estos géneros para el apresurado lector de hoy. Pero, por una vez, déjeseme intentar el argumento contrario. En mi caso, cuando me entrego durante demasiado tiempo a lecturas de esta índole (normalmente, en periodos como éste, en el que, a la espera de una inminente lectura larga, doy cuenta de los libros más breves acumulados en las últimas semanas o incluso meses), acaba asaltándome una muy incómoda sensación de dispersión, de falta de objetivo, de algo así como la ausencia de una música de fondo a la que acordar mis pensamientos; una sensación, en fin, muy parecida a la que se siente en ciertas situaciones de apresuramiento y estrés, cuando uno constata que lo que normalmente hace bien, con aprovechamiento y placer, lo efectúa ahora de un modo apresurado y negligente, y con resultados poco o nada satisfactorios. Natura

LECCIONES

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Me dice una alumna que se me veía cara de felicidad mientras tenía lugar cierto acto escolar que celebrábamos ayer por la mañana. Y tenía razón. Se presentaba una "novela" de un alumno. Un relato con personajes y peripecias inspirados en los manga o tebeos japoneses que éste lee desde que tiene uso de razón. Y un relato, sobre todo, adobado de esa clase de anhelos y fantasías de las que está hecha la adolescencia. Nos pareció buena idea "editarle" el resultado de su trabajo, y eso hicimos: se han impreso varias decenas de ejemplares, y se ha procedido a organizar una presentación literaria en toda regla, con su representante "institucional" (un profesor), dos reporteros del periódico del instituto, que le hicieron al autor una entrevista en directo, un público entusiasta, y una cumplida puesta en escena en la que no se han obviado ninguno de los ritos al uso: lectura, firma de ejemplares, e incluso degustación de canapés... Todos los participantes se toma

DIVERTIDO

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El rostro redondo, los labios abultados, los ojazos entre vivarachos y saltones, las caderas rotundas, el porte achaparrado... Así era hace treinta años Lina Romay, musa y esposa del cineasta Jesús Franco , y protagonista de muchas de sus películas, en especial de la larga serie erótica, a medio camino entre el cine de serie Z y las improvisaciones a lo Warhol, que éste filmó desde su vuelta a España en 1978, y que se inauguró con Ópalo de fuego , una curiosa historia de intriga rodada entre España y Portugal, y en la que la actriz es nada menos que una agente especial que investiga una red de trata de blancas, para lo que se hace pasar por bailarina de striptease ... La vimos no hace mucho, convertida ya en una venerable pero todavía vistosa anciana, empujando la silla de ruedas de su marido, cuando éste se disponía a recoger el Goya honorífico que le había concedido la Academia. No sabría decir cuál es la causa de la simpatía que, en general, me inspiran estos personajes. No desearí

DEMONIOS

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A diferencia de la mayoría de los aguardientes, que saben a colonia (aunque sea a colonia con aroma de bellotas o canela, en fin), el mezcal sabe... al gusano que lleva la botella para certificar la gradación del alcohol. Al paladearlo, quiere uno poner la cara de uno de esos perdidos de Tijuana que salen en las películas. Pero lo que le sale es eso: cara de estar saboreando un gusano; que, encima, no sabe demasiado bien. Y es que el malditismo es cuestión más bien de fantasía, y casi nunca resiste la prueba de la realidad. *** Entre los inéditos en libro que incluye Oficios estelares , los cuentos completos que acaba de publicar Felipe Benítez Reyes, hay tres al menos que destacan sobre el nivel medio de excelencia que posee toda la colección: "La voz sobre el cristal de color ámbar", "Los herederos" y "El campeón". Son tres cumplidos ejemplos de cuentos que dicen lo que no dicen, o que juegan al escamoteo de lo esencial; y no por mero artificio literario

EL VÍDEO

No tiene uno mucha paciencia consigo mismo. Por eso, a modo de acto de contrición, pongo aquí este vídeo tomado durante la presentación de Vacaciones de invierno en Cádiz. Para purgar algún pecado antiguo, que seguro que lo tengo.

DESLEALTADES

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El mediano revuelo que ha despertado el nombramiento de Rosa Aguilar, hasta ahora militante de Izquierda Unida, como consejera de Obras Públicas en un gobierno autonómico dominado por los socialistas me ha hecho pensar. En ningún otro ámbito de la vida civil se le podrían haber hecho a la persona que libremente acepta un puesto de mayor responsabilidad los reproches y acusaciones que ha merecido la hasta ahora muy respetada y poco discutida alcaldesa de Córdoba. Los partidos políticos tienden a pensar que las personas que militan en ellos y han sido elegidos para determinados cargos dentro de candidaturas presentadas bajo sus siglas no son sólo ciudadanos que ejercen libremente sus derechos, sino una especie de títeres que deben obedecer fielmente las instrucciones emanadas del aparato al que, se piensa, deben cuanto son. Por eso es tan difícil hallar en nuestros políticos rasgos de originalidad o de libertad de actuación; y por eso entre éstos, agotada ya la notable generación que hiz

LO UNIVERSAL ÍNTIMO

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Mientras me llega el tercer tomo de En busca de el tiempo perdido , lleno el intervalo con la lectura de varios libros de poesía que he recibido últimamente. Alguno, anteayer mismo, como este Todo es para siempre , de Pedro Sevilla, que el autor me entregó en mano en un acto literario en el que coincidimos, en un instituto de Arcos. Lo leí ese mismo día, con el placer de quien se sustrae durante toda una tarde a sus rutinas para dedicar el tiempo a mejor causa. Refresco con agrado el recuerdo que tenía de los poemas de Pedro que había leído ya, pero se me presenta con más claridad que otras veces el pesimismo y la obsesión por la muerte que los había dictado, y que aquí, en la condensación de una antología, parecen destacar más, como si en el proceso de selección se hubieran perdido algunos matices que hacían más tolerable, en los libros originales, la absorción de tan doloroso mensaje... Por eso me sorprenden tanto, y me emocionan aún más, los diez poemas inéditos que cierran el libro