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Mostrando entradas de julio, 2009

ERROR HUMANO

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En las películas de antes, que son un referente cultural tan bueno como cualquier otro, cuando un médico creía que no había hecho lo adecuado para salvar a un enfermo, o un abogado a un inocente, veíamos a ese médico o a ese abogado (o policía, o boxeador, o capitán de barco, porque ese drama tenía tantas variantes como oficios hay) entrar en una complicada crisis personal, que lo llevaba a recluirse en sí mismo, a romper con los suyos, a emprender un largo viaje de expiación y reencuentro… Pienso en esos viejos argumentos de melodrama ante ciertos preocupantes sucesos recientes. Y siento una enorme compasión, por ejemplo, por la enfermera que cometió el trágico error de ponerle a un recién nacido una inyección equivocada y fatal. Nadie está libre de cometer errores que puedan tener gravísimas consecuencias. Los hay de todas clases: domésticos, laborales, de tráfico. Y a casi todos puede buscárseles algún atenuante, porque no hay descuido o error tras el que no quepa apreciar cansancio

APOLO XI

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Quizá lo único que realmente me llama la atención de que celebremos el cuarenta aniversario de la llegada del hombre a la luna es que uno pueda postularse como testigo de cosas que pasaron hace cuarenta años. Llega uno a una edad en la que todo lo vivido se celebra en aniversarios redondos: el de la muerte de Franco, el de la aprobación de la constitución democrática, incluso el de la caída del Muro de Berlín… Celebramos ya aniversarios, ay, cuya cuantía supera en mucho los años que uno calcula que le quedan por vivir. ¿Gozará uno, dentro de cuarenta años, de la condición imprescindible de estar vivo para recordar lo que sucedía en este alicaído verano de 2009? ¿Recordará uno el año en que la humanidad descubrió que la economía financiera no era más que un pasatiempo matemático sin fundamento? ¿Recordaremos las trágicas consecuencias de ese descubrimiento, las empresas cerradas, el desempleo galopante, el desánimo generalizado? De una cosa sí estoy seguro: quien tenga hoy seis años,

VIDA DE MANOLO

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Vida de Manolo , de Josep Pla: uno de esos libritos deliciosos que adornan cualquier literatura, y la vacunan contra esa modalidad del gigantismo que lleva a algunas a producir "clásicos" de la tipología de La montaña mágica , pongo por caso. Una literatura no tiene por qué abundar en montañas mágicas para ser grande. y este librito de Pla, doblemente enraizado en un hecho de moda, por un lado -el auge del género biográfico a comienzos de siglo- y, por otro, en la tradición -la picaresca española-, y sutilmente contrapuesto a los berenjenales vanguardistas en los que estaba engolfada la literatura española y catalana de entonces -el libro data de 1927-, es la demostración palpable de cómo hay quien, en medio de las mayores turbulencias, sabe poner los pies en tierra y abrir los ojos y el oído a la realidad. Pla se apropia de su biografiado y lo convierte en un dechado de esa especie de realismo aparentemente cínico, pero muy bien fundamentado, del que el mismo Pla llegará a

LA NOVELA

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Oyendo los tristes e inoportunos debates sobre la "responsabilidad penal de los menores" que se suscitan cada vez que un adolescente comete un crimen horrendo, casi echa uno de menos el diáfano concepto de "uso de razón" vigente en mi infancia. Al catecismo se le pueden poner muchas pegas; pero definir, define como nadie. *** La novela que uno termina llevando al papel -a la memoria del ordenador, mejor dicho- nunca es la novela que tiene uno en la cabeza. No sé si esto es bueno o malo: indica, en todo caso, que los personajes y las situaciones se emancipan a la primera ocasión de lo que uno tiene previsto para ellos; que la vida que uno les escribe sobre el papel es tan imprevisible como la que le acontece a cualquiera; y que la conclusión que uno saca de esto es que también la vida de uno está siendo escrita en el momento mismo de vivirla; y que, como la de tus personajes, quien te la escribe tampoco sabe muy bien a dónde quiere ir a parar. *** Cuando Dios quiere

UN MUNDO PELIGROSO

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Me llama la atención que Historia de un detective ( Murder, My Sweet , 1944), de Edward Dmytryk, no sea tan conocida, por lo menos, como El sueño eterno , la famosa y quizá sobreestimada película de Howard Hawks, con la que ésta comparte no pocos rasgos. Ambas, en efecto, están basadas en sendas novelas de Raymond Chandler, lo que les da esa textura característica de juego de cajas chinas: las tramas se bifurcan y subdividen, los personajes se multiplican y hay que hacer un verdadero esfuerzo visual y memorístico para no perder el rastro de quién es quién. Ésta es, quizá, la mayor debilidad de esta clase de películas, porque en casi todas ellas hay un momento en el que la atención del espectador flaquea y éste llega a plantearse si el esfuerzo mantenido merece la pena; sobre todo, cuando la experiencia le dice que la trama no tiene desenlace propiamente dicho, sino que simplemente se disuelve, como los sueños: los personajes mueren antes de que puedan explicarse, y lo que queda en la

UN DÍA ANÓMALO

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Hacía calor, así que lo primero que hicimos, al llegar al apartamento de este amigo, en una urbanización de Zahara de los Atunes, fue pedirle los pases para acceder a la piscina. Aquí lo tienen todo muy bien organizado, y esa piscina, con su césped siempre bien mantenido, sus estrictos controles de acceso, su vigilancia y esa especie de general comedimiento que parece reinar en determinados enclaves restringidos (aquí no se ven pandillas ruidosas, ni adolescentes tirándose en plancha, ni conspiraciones para posesionarse del espacio teóricamente libre), debería servir de ejemplo a muchas piscinas públicas, teóricamente mejor dotadas y con recursos prácticamente ilimitados... Y estábamos dándonos ya ese primer baño, en nuestra condición espuria de usufructuarios por invitación o delegación del legítimo titular, cuando notamos un cierto olor a pasto quemado. Miramos el cielo limpio y, efectivamente, de tierra adentro se ven ascender unas briznas de humo, que se confunden con la calima que

BIQUINIS EN LAS RAMBLAS

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Durante decenios hemos abrigado la fantasía de que progreso y, digamos, desinhibición iban unidos. Cuando nos veíamos a nosotros mismos como criaturas del terruño, más o menos tocados con boina, sabíamos que la riqueza estaba de parte de aquellas criaturas nórdicas que venían a pasearse sucintamente vestidas por nuestras playas, mientras que el atraso estaba del lado de las que llevaban pañuelos y refajos. Naturalmente, esta ley no está libre de excepciones. En la Costa del Sol, sin ir más lejos, saben que el mejor turista posible no es el que viene desnudo, simbolizando desinhibiciones y libertades largo tiempo soñadas en estos pagos, sino el que llega envuelto en túnicas y caftanes y debe su riqueza al petróleo. Hay algo extremo en la exhibición corporal, que hace que la apliquemos por igual al absolutamente despojado y al que, por su riqueza, se sitúa más allá de las normas. Desnudos están los santos en el momento del martirio y los privilegiados en medio de una orgía. Los demás pra

ACECHOS

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Alivia algo la soledad oír a K. mordisquear su comida en la cocina, o sentir sus pasos por la casa, llevada por alguno de esos propósitos inexplicables que mueven a los de su especie. Los gatos habitan siempre en una selva imaginaria, y continuamente están acechando presas que sólo existen en su fantasía. Igual que uno, o casi. *** Claro que la soledad de hoy, que esperaba consagrar al trabajo, está resultando más caótica e improductiva de lo que podía prever. No siempre está uno a la altura de sus propósitos, y basta cualquier interferencia exterior -en este caso, una llamada telefónica que viene a recordarme una enrevesada cuestión laboral pendiente- para que ese acto de voluntariosa fantasía que consiste en disciplinar la soledad para convertirla en una serie ordenada de actos más o menos dirigidos a un fin -en este caso, revisar unas páginas escritas- se vuelva de pronto absurdo o irrelevante, y sea sustituido por una sucesión indolente de palos de ciego, de actos fallidos, de sust

ORQUÍDEAS

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Le hablo a H. del pueblo de la sierra en el que suelo pasar mis días libres y me pregunta si conozco allí a "Luis el de las orquídeas", al parecer un experto en dichas flores. Le digo que no, mientras me hago el propósito de indagar a la primera ocasión sobre dicho personaje, que debe de ser toda una notoriedad en un pueblo de apenas unos centenares de habitantes donde todo el mundo conoce la peculiaridad de cada cual; y donde, por lo demás, que yo sepa, no hay orquídeas. *** En la misma conversación, me reprochan amistosamente que no se me haya visto en determinados eventos culturales de la ciudad ocurridos en los últimos meses. Y respondo, sin faltar a la verdad, que pueden contarse con los dedos de una sola mano, y aún sobrarían, los actos de esa clase a los que he acudido a lo largo del curso que acaba de terminar. Y me parece, mientras me oigo mascullar poco brillantemente esas excusas, que hubiera debido poner un poco de coquetería o de vanidad en ellas; blasonar de sol

DOS PELÍCULAS

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Una muchacha cabalga sola por un bosque y es asaltada por unos bandidos, que la violan y la matan. Los bandidos siguen su camino y llegan precisamente a la casa de los padres de la muchacha, donde, haciéndose pasar por jornaleros, son acogidos y se les ofrece trabajo. Pero el jefe de los bandidos intenta venderle a su anfitriona la hermosa camisa bordada que le arrebataron a su víctima, lo que despierta la sospecha de los dueños de la casa... Qué buen argumento para uno de esos westerns claustrofóbicos de Anthony Mann, al estilo de El hombre del Oeste , por ejemplo. Pero no es un western , no al menos declaradamente, sino una de las películas de ambiente medieval y asunto teológico de Ingmar Bergman: El manantial de la doncella . Y eso, naturalmente, cambia las expectativas. En el primer caso, al inevitable estallido violento hubiera seguido una renovada conciencia del vivir, a la que el recuerdo de una experiencia ingrata no aporta sino una especie de cansada lucidez. En el otro, qu

PREJURADO (DODECÁLOGO)

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Para hacer este trabajo, uno sólo cuenta con sus prejuicios, uno sólo puede fiarse de sus prejuicios. Quien se presenta a un premio literario tiene que aceptar esta premisa. *** El prejurado -es decir, quienes seleccionan, entre centenares de libros, los pocos que ha de leerse el jurado- siempre sabe cosas del estado de la cuestión que el jurado ignora. Por ejemplo, cuántos libros se han presentado encabezados por citas de Alejandra Pizarnik, pongo por caso; o cuántos poetas viven todavía en los tiempos de Campoamor. Nada de eso es relevante a la hora de elegir el mejor de los libros presentados. Pero, para los escritores que suelen hacer estas tareas, sin duda aclara muchas cosas. *** El jurado tiende siempre a pensar que el prejurado le ha dado gato por liebre. El prejurado siempre piensa que el jurado no sabe de lo que se libra. *** Ciertas tipografías, como ciertos modos de hablar, delatan. *** Lo mismo puede decirse de la encuadernación. Una encuadernación excesiva casi siempre pr

SALOMÓN

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No entiendo muy bien el prestigio del que gozan las decisiones salomónicas. Que se basan, como todo el mundo sabe, en un malentendido: cuando el famoso rey judío dictaminó que había que cortar en dos el bebé que se disputaban dos presuntas madres, lo que dejó sentado por los siglos de los siglos es que soluciones como la que él astutamente había propuesto eran manifiestamente absurdas, y sólo se entendían si encerraban una segunda intención: en este caso, descubrir cuál era la madre verdadera, la que preferiría renunciar a su demanda sobre el niño antes de ver cómo éste era inútilmente sacrificado. En política, como se sabe, no hay decisión que no encierre segundas intenciones. Por eso abundan tanto, en ese ámbito, las decisiones salomónicas; destinadas, en principio, a contentar a todo el mundo, a sabiendas de que no contentan a nadie; y con la reserva hecha de que así se gana tiempo para que el asunto en cuestión se enfríe, o quede postergado por otros más urgentes… Supongo que consi

CUBA

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A las empleadas de las agencias de viajes se les supone, como el valor al soldado, la ecuanimidad. De lo contrario, cuántos juicios arbitrarios y, con frecuencia, infundados no se harían respecto a quienes solicitan sus servicios. Cuántas veces no tendrían que aguantarse las ganas de espetarles: "Pero ¿a usted qué se le ha perdido en Barbados?"; o sentirían una infinita piedad por esas parejas que apenas se conocen y fían su felicidad futura a una semana de convivencia forzosa en el camarote de un barco. No dormirían, seguro, como les ocurre a las sibilas cargadas de demasiados conocimientos funestos. *** Con frecuencia basta estrenar una camisa para que uno se haga la ilusión, aunque no sea más que por un minuto, de que estrena también una vida, como las serpientes, supongo, cuando cambian de piel. *** Lo único que me interesa de Cuba , la película de Richard Lester, es reconocer los escenarios, la mayoría de ellos localizados en Cádiz y alrededores. Y constatar cómo los lug

ESPECTADOR

El amanecer que ven quienes se levantan temprano no es el mismo que el de quienes no se han acostado aún. *** Empiezo a ver los funerales de Michael Jackson en la CNN en el momento en el que la cantante Queen Latifah lee 'We had him' , un poema de Maya Angelou , quizá la poeta norteamericana viva más conocida, especialmente escrito para la ocasión. Y trato de imaginar cual sería el equivalente a esta situación en el mundo de la cultura y el entretenimiento en España: quizá, no sé, un poema de Antonio Gala (o mejor, de Antonio Gamoneda) leído por Ana Belén en los funerales de, pongamos, Julio Iglesias... No funcionaría, claro, porque esa capacidad de tomarse perfectamente en serio lo que en otras latitudes resultaría afectado o cursi es típica y exclusiva de los norteamericanos, y lo mismo produce momentos tan memorables como el discurso inaugural de Obama que rituales tan desmedidos y fuera de lugar como estos funerales de estado dedicados a una simple figura de la farándula, y

LA PALABRA

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Primer día propiamente ajustado a los tópicos vacacionales: sol, piscina, comida y bebida copiosas, intimidad despreocupada... Y, al día siguiente, como consecuencia de esa especie de aflojamiento general de las tensiones acumuladas (que eran muchas, ay, y alguna que otra de naturaleza más bien malsana), mucho sueño... En años anteriores he dejado aquí constancia de este fenómeno, que es relativamente nuevo, y del que no me consta que existiera cuatro o cinco años atrás. Puede que sea la edad la que empieza a asimilar el concepto de descanso al hecho fisiológico de dormir. Los años simplifican las cosas. Y puede que sea también la edad la que me lleva a aceptarlo sin complejos: duermo como una marmota, primero hasta bien entrada la mañana, luego en las horas previas al almuerzo, luego después de comer... *** Por la tarde-noche, Ordet (La palabra) la severa película de Dreyer sobre la fe y la posibilidad del milagro, que M.A. tenía muchas ganas de volver a ver. A esta película le pasa

NABOS

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Con esto de la crisis, mi supermercado se ha sovietizado: quiero decir que ha reducido la variedad de productos a la venta, para ahorrar, dicen, en gastos de distribución, lo que debería redundar en una bajada general de los precios. La verdad es que hasta ahora no ha notado uno esa rebaja general, por lo que me temo que la ganancia sólo ha sido para el empresario; y también, de rebote, para esa austera moral de crisis que se va imponiendo en según qué ámbitos. Así que voy y le pregunto al reponedor, con la mejor de mis sonrisas: “¿No estaban por aquí las latas de cebolla frita?”. Y éste, mirándome con gesto de absoluta desaprobación, me dice que ya no, que tenían poca salida (es decir, que pertenecían al ámbito de lo minoritario, tan mal visto por los partidarios de la austeridad impuesta), y que ahora sólo hay latas de cebolla con calabacín, que al parecer es alimento más equitativo y democrático... Tampoco encuentro apio blanco para ensaladas, y la única alternativa posible para avi

PANTEÓN

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Entre el ruido que lleva uno dentro y el que hay fuera, aquí no hay quien duerma. *** Si me preguntaran qué cineasta me gustaría ser, no diría Eisenstein, ni Ford, ni Kurosawa, por lo mismo que, si me dieran a elegir un escritor en el que encarnarme, por discreción no elegiría a Dante, ni a Cervantes, ni (ahora que estoy en ello) a Proust. En lo primero, se me ocurre que no estaría mal conformarse con ser un Stanley Donen, pongo por caso. Haber hecho unos cuantos musicales, un par de películas personales ( Dos en la carretera , Lío en Río ) y algunos ejercicios de estilo, del tipo de Charada o Arabesco ... Y rematar la trayectoria de uno con una pieza tan sugerente y melancólica como Love Letters . Con eso bien puede uno retirarse satisfecho. Y sin que te pongan necesariamente en ningún panteón. *** No me resisto a copiar esto, de La parte de Guermantes : "Los necios se imaginan que las grandes dimensiones de los fenómenos sociales son una ocasión excelente para profundizar más e

LA PARTE DE GUERMANTES

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Cuanto más se adentra uno en En busca del tiempo perdido , más impresiona la arquitectura, tanto del conjunto como de cada una de las partes, y también la poderosa mente que la gobierna. Acabo de terminar la primera mitad de La parte de Guermantes , el tomo doble que constituye la tercera entrega de la serie. Constituye esta mitad, como Un amor de Swann dentro de la primera entrega, una novela autónoma por derecho propio. Asombra, ya digo, el perfecto control que el autor parece tener sobre un material tan fluido y heterogéneo, y cómo ese control le permite unos atrevimientos y libertades que ya quisieran para sí muchos autores de intenciones más declaradamente rupturistas. Esta primera parte empieza con lo que, de entrada, podría desanimar al lector que ya le haya tomado el pulso a Proust en los dos tomos anteriores: una larga disquisición, en clave paródica, sobre lo que significa para el autor/narrador el aristocrático nombre de Guermantes... El narrador acaba de mudarse a un piso

EX

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Este C. no ha cambiado nada. Bromeo con él, como bromeábamos hace un cuarto de siglo, cuando los dos éramos escritores principiantes. Aludo a su posible éxito entre las estudiantes norteamericanas a las que da clase. Se encoge de hombros. "A mí ya no me interesa eso", dice. "La única mujer que me interesa es la Virgen María". *** Lo que una traducción añade a un poema ya no pertenece ni al poeta que lo ha escrito ni a las presuntas habilidades del traductor: es la voz impersonal del idioma al que ha sido traducido, en la que resuena su propia tradición literaria. Como sucede, constaté ayer, en este poema de mi amiga Ch., que ella ha tenido la ocurrencia de traducir al gallego e hizo leer en voz alta por una nativa de esa tierra: Levei a voz do mar, / enmudeceu nas caracolas... Ya no es ella la que habla en ese poema, sino otra voz mucho más antigua: la que dictó las Cantigas. *** Ha trasnochado tanto -o eso dice- que ya le ocurre como a los ex-alcohólicos: le basta