Lo más llamativo, quizá, de películas tan intensamente morbosas como Rebecca , de Hitchcock, o Luz que agoniza ( Gaslight ), de Cukor, es el modo que tienen de hacer al espectador cómplice de una inmoralidad (o, por lo menos, de una incorrección). ¿Alguien se cree, de verdad, que De Winter no haya matado a Rebecca? La explicación finalmente aceptada es increíble: la casquivana Rebecca, a la que habían diagnosticado un cáncer, quiere inducir a su marido a matarla, y para ello le hace creer que está embarazada de otro. Pero éste se limita a zarandearla, y es ella la que cae de espaldas y se golpea la cabeza. De Winter se limitará a agujerear el casco del barco en el que ha tenido lugar la discusión, para que el mar haga desaparecer el cadáver… ¿Habrá tribunal que se trague esta trola? Sí: las fuerzas vivas del lugar –el juez, la clase media, la gente de orden– cierra filas a favor del aristócrata y es unánime a la hora de mostrar su desprecio hacia el único acusador, un arribista sin es
Comentarios
Una entrada para la reflexión, José Manuel. Supongo que no es algo objetivo. Un abrazo.
Si no existiera esa satisfacción, ese placer inmediato asociado al acto de escribir, más nos valiera dejarlo. Bastantes cositas hay que tragar a diario como para que el momento de la escritura fuera también un obstáculo que salvar. No, para mí, decididamente es goce, es plenitud,es sorpresa a veces porque sale de tí algo inesperado, no acorde con tu humilde carnalidad pero sí es para disfrutarlo. Y si esa expresión escrita consigue llegar más allá de uno mismo, pues ya la satisfacción es plena. Saludos. Raquel