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Mostrando entradas de marzo, 2010

REGALOS

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Ya se sabe que estas fiestas se inventaron para regalar, y que los regalos van por rachas. Por eso, no me ha extrañado saber que los más vendidos en el pasado Día del Padre han sido los artilugios electrónicos, en detrimento de otros más tradicionales. Un padre, a lo que se ve, no es ya un señor que ocasionalmente usa corbata y unos divertidos calcetines a rombos, amén de una colonia de olor viril y severo. Ahora un padre es un tipo abrumado al que le encanta volver ocasionalmente a la infancia, y para ello necesita rodearse de un aparataje similar al que gastan niños y adolescentes para guardar sus músicas, su agenda social y sus juegos; pues tales son las cosas con las que aspiramos a graduarnos en modernidad quienes crecimos con la televisión en blanco y negro y los teléfonos de baquelita. Es un mundo complicado éste de la electrónica menuda. Te regalan uno de esos teléfonos con las mismas prestaciones que un ordenador y lo primero que advierte uno, a su pesar, es que la presbicia n

LA MUJER DEL AÑO

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Lo único que merece la pena conservar de ciertos días es lo aparentemente accesorio: un matiz de la luz, un rasgo de alguien con quien te has cruzado por la calle, una predisposición que luego se queda en nada... Es lo que uno intenta trasladar a este cuaderno. Por más que, cuando me siento ante él, muchas veces esas impresiones permanecen borrosas, o recluidas en un segundo plano del que no siempre es fácil sacarlas. Es difícil incluso reconocer los propios sentimientos. El de vergüenza ajena que me asaltaba ayer a ratos mientras veía La mujer del año , el alegato antifeminista de George Stevens, ¿nacía de alguna oculta predisposición mía a la corrección política, hasta ahora nunca reconocida? Tal vez de todo lo contrario: de que, por considerar muy acertados los pormenores concretos de la historia (la de un matrimonio que está a punto de fracasar porque uno de sus integrantes -en este caso la esposa- se ha embarcado en un tren de vida mundano absolutamente incompatible con el manteni

ESFÍNTERES

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Escribir a salto de mata, casi a escondidas, en estos días ajetreados en que no hay tiempo apenas para ningún otro acto que pueda llamarse "privado"... La paradoja es que el destino de estas líneas es público: podrán leerse en cuanto uno les ponga punto final. Pero cómo se recata uno de que nadie le espíe por encima del hombro. Private words adressed to you in public , como decía el pobre Eliot a esa esposa suya a la que, al parecer, no quería. *** Cómo le agradece uno a Léautaud que, tras los larguísimos preámbulos en los que cuenta la excitación sexual que siente hacia su madre, y cómo ésta -a la que hace veinte años que no ve- parece seguirle el juego, renuncie a hacernos creer que lleva a cumplimiento sus deseos. Eso no sólo salva la esencial ambigüedad de estos Recuerdos ligeros , que no sabemos si son autobiografía o novela; sino que, además, los salvan literariamente, porque también en literatura hay tensiones que, una vez liberados los esfínteres correspondientes,

CASA DE COMIDAS

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A menudo, cuando he de comer fuera de casa por motivos laborales, busco un sitio donde tomar una copa de vino y algún aperitivo sabroso, por eso de gratificarme un poco en tan desabridas circunstancias. Pero traía uno el estómago castigado del fin de semana precedente, a lo que había que sumar un considerable catarro, de ésos que te hacen ver el mundo como desde detrás de una telaraña. Y lo que me apetecía era una comida caliente. De cuchara, para ser más exactos. Y entro en este restaurante obrero en el que ponen un menú de ocho euros y reina un aplicado batiburrillo de conversaciones de trabajo y susurros de matrimonios que hoy comen fuera de casa por motivos, imagina uno, absolutamente prácticos, a lo que se mezclan el trasiego de los camareros y la monótona repetición de las comandas. Es un bar honrado y limpio, y la cocina no está mal. Podría uno incluso, si hubiera querido, haber pedido los platos más contundentes. Vi pasar, entre los primeros, uno de albóndigas en salsa que hubi

PERCAS

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Este amigo mío limpia el pilón en el que piensa soltar algunas percas. Han crecido en una pecera y están ya demasiado grandes, por lo que parece que saldrán ganando con el cambio. Lo veo retreparse en la pared del pilón y meter el brazo entero en el agua helada, para alcanzar el tapón del desagüe. Luego, mientras el agua corre, lo veo restregar con un escobón las paredes del depósito. Hay caprichos que dan mucho trabajo. La finalidad: ver un par de cosas vivas moverse libremente en la transparencia del agua, y alegrarse la vista con ello. Algo parecido, en fin, a lo que intentaba Des Esseintes cuando le dio por procurarse una tortuga que, al moverse sobre la alfombra, aportara a ésta una nota huidiza... Hace frío. La mañana nublada no invita precisamente a mojarse los brazos ni a trastear con el agua. Qué desagradable se volvería todo este esfuerzo, en fin, si obedeciera a alguna finalidad práctica. Yo mismo he dedicado un par de horas de la mañana de este domingo a terminar algunos t

LA NOTICIA DEL DÍA

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“El tiempo vuelve a ser noticia”, anunció a mediados de la semana pasada el presentador de uno de los boletines radiofónicos matinales. Se hizo uno ilusiones. Y lo que quería decir, ay, no era que la máxima preocupación de los españoles, como buenos hortelanos o pescadores que fuimos, fuera mirar el cielo. Lo que quería decir ese locutor era que habían vuelto los problemas en las carreteras, en los campos, en las urbanizaciones a las que llega un fluido eléctrico precario e insuficiente, en las barriadas construidas a la vera de los ríos. Lo que era noticia, en fin, no era el cielo, ni nuestra añoranza de sol después de muchas semanas de nublado, sino lo insatisfactorio de nuestra calidad de vida, la mala gestión que ejercen los actuales responsables de los servicios públicos esenciales, la voluntad poco constructiva con la que sus oponentes políticos los enjuician… Es decir, lo de siempre. Pero, pese a todo, se alegraba uno de que la primera noticia del día se refiriera a lo único q

EXCESO DE VIRTUD

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La portada de Recuerdos ligeros de Paul Léautaud luce una hermosa pierna femenina, enfundada en una media de red. Mi vecina de viaje en el autobús no debe de albergar muchas dudas respecto al tipo de literatura que lee su sospechoso acompañante: este hombre bajito, un sí es no es abrumado y con la garganta exageradamente protegida por varias vueltas de bufanda. La viva estampa de un pervertido. Por un momento, miro la foto de Paul Léautaud que se muestra en la portada: una imagen, en fin, un tanto similar a la que acabo de describir, sólo que mucho más decrépita, y sin dientes... La imagen misma del hombre devastado por los vicios, supongo. O -pienso ahora en mi garganta, por la que ya no pasan humos ni bebidas frías- por un exceso de virtud. *** Ando tan irritado conmigo a propósito de cierto asunto mundano que no acabo de resolver a mi entera satisfacción, que me parece acusar, con el nerviosismo y la aceleración del pulso, los síntomas de un acceso de fiebre. Entiendo ahora las pre

THIS IS

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Los ingleses siempre logran sorprender. Desde hace algunas semanas ando siguiendo la espléndida serie de la BBC This is civilization . Un crítico calvo y algo entrado en carnes se pasea entre las obras maestras del arte universal y se interroga en voz alta, ante las mismas, sobre cuestiones tales como la relación entre arte y trascendencia, la relación entre arte y coyuntura histórica o la vigencia actual de los grandes temas que el arte se ha planteado a lo largo de los tiempos. Hace uno un esfuerzo por odiar a este hombre afortunado, al que la magia de la televisión permite empezar una frase ante un óleo de Whistler y acabarla en la casa donde murió Ruskin; pero lo más que consigo es admirarlo de un modo tan bobalicón que casi me da vergüenza. Creía que se me había pasado la edad de recibir lecciones magistrales. Pero no: lo que se me ha pasado son las ganas de ir a una sórdida universidad a recibirlas. Aquí, en casa, lo que hago es entregarme sin rebozo a esta magnífica ocasión de a

PÁGINA EN BLANCO

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Realmente no sé por qué falté ayer a este cuaderno. Los fines de semana suelen ser pródigos en cosas que contar, y sentarse a anotarlas el domingo por la noche es una buena manera de conjurar el malestar de esas horas previas al regreso a la rutina. Lo hice: me senté ante el ordenador, y había materia para escribir: lecturas, conversaciones con amigos, algunas novedades en el quehacer de uno. Pero hubo algo más poderoso aún, que terminó imponiéndose a los buenos propósitos: una sensación de absoluta... futilidad. Me distraje con otras cosas (ya se sabe: Internet, ese pozo sin fondo), me persuadí de la inutilidad del esfuerzo, habitualmente grato, que me disponía a hacer. Y esa página en blanco, después de todo, me resulta ahora más elocuente que muchas que he escrito. *** Entre esas modestas novedades en mi quehacer estaba la corrección de pruebas de Diario de Benaocaz , mi nuevo libro de poemas. Entre el cierre del mecanoscrito que se envía a la editorial y su concreción final en for

CHILE

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Entre las catástrofes reales y las que anuncia la fantasía desbordada de iluminados y milenaristas (por ejemplo, la muy extendida de que el fin del mundo se producirá el año 2012), llama la atención que el agente más catastrófico que podamos temer no sea otro que la potencialidad destructiva del propio ser humano. Lo han puesto de manifiesto los recientes terremotos de Haití y Chile. En el primero, los efectos del desastre natural se han centuplicado al actuar sobre un país previamente devastado por la miseria. El temblor de tierra no ha hecho más que asestar el golpe de gracia a lo que ya de por sí era precario e insostenible. En Chile, por el contrario, las infraestructuras básicas y el aparato estatal han soportado bien el cataclismo, y la cifra de víctimas mortales no ha llegado ni a la milésima parte de la alcanzada en el país caribeño. Desde el principio estuvo claro que no íbamos a contemplar las mismas imágenes de desastre bíblico, de inmensas multitudes desharrapadas, que habí

DELIBES

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De camino al trabajo oigo en la radio la noticia de la muerte de Miguel Delibes. Algunos andaban anticipando ya la necrológica desde ayer; y el caso es que siente uno cierta pena respetuosa por la desaparición de este escritor, que fue también, por lo que entiendo, una buena persona y un periodista ejemplar, y que ha vivido de lo suyo hasta hoy mismo, sin depender de coyunturas ni de los apoyos ocasionales que pudieran prestarle los poderes políticos o mediáticos de cada momento. Literariamente, cultivó un tipo de novela no muy frecuente en España: la que, sin renunciar a la exigencia literaria, es capaz de recabar la atención de un público amplio. Fue nuestro Somerset Maugham. Ninguna novela suya me ha decepcionado, y algunas, como El camino o Diario de un cazador , las he disfrutado intensamente. Afinando un poco más, quiero anotar dos textos suyos que llegaron a mis manos sin referencias previas y que me sorprendieron: el libro Viejas historias de Castilla la Nueva , una especie de

DONOVAN'S REEF

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No, no es que La taberna del irlandés ( Donovan's Reef, de 1963, el año en que yo nací) sea la mejor película de John Ford. Pero es una de mis preferidas, quizá porque refleja ese momento mágico en el que el artista maduro, desde el absoluto y despreocupado dominio de sus recursos, hace lo que le da la gana, y lo hace exclusivamente para diversión propia, porque el público ya ha dejado de contar... La crítica biempensante ha señalado los defectos de esta película, que son obvios: los protagonistas masculinos son una cohorte de impresentables, que se pasan el día emborrachándose y dándose mamporros. El argumento es arquetípico. Y la idílica isla tropical en la que tiene lugar la historia responde a un sinfín de tópicos racistas y colonialistas. Bueno. Que yo sepa, la corrección que cabe demandar de un cargo político, por ejemplo, no es exigible a las fantasías y ensueños del ciudadano particular. Si la idea de paraíso de uno es, por ejemplo, hallarse en una isla tropical y que lo a

DECÁLOGO DE LA LLUVIA

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Casi todo lo que se puede decir sobre la lluvia está ya en el refranero ("Nunca llueve a gusto de todos") o en la poesía ("Il pleure dans mon coeur / comme il pleut sur la ville"). *** Más que limpio, este cielo despejado después de tantos días de lluvia parece exhausto. *** No sabría decir si el anhelo de limpieza que nos hace desear que llueva abundantemente es el mismo que nos hace anhelar el principio de cauterización -de desinfección, diríamos- que suponen unas horas de sol. *** Cuánta vida en estas breves escampadas entre chaparrón y chaparrón. Todo lo que acertamos a hacer en ellas parece escamoteado a la lluvia por venir. *** "Mojado hasta los cuernos" (Gil de Biedma): también eso está bien dicho, porque hay modos de mojarse a la intemperie que te convierten inevitablemente en una criatura grotesca. *** Signo de indiferencia por antonomasia: ver llover. Pero a ver quién acierta a hacerlo sin que se le moje por lo menos la mirada. *** Los charcos so

AZORÍN

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Mientras leo las primeras páginas de María Fontán , caigo en la cuenta de que, cuando alguien me ha preguntado alguna vez qué autores me gustan más, nunca he citado a Azorín. Quizá porque la pregunta tendría que haber estado formulada de este modo: "¿A qué autor te gustaría parecerte?". Y entonces sí: a este pulcro escritor que dio a la imprenta tantos libros, ninguno de los cuales parece haber cambiado decisivamente el rumbo de la literatura de su tiempo o la mentalidad del lector, por más que de todos ellos sus lectores salgan confortados por la constatación de que se puede escribir desde esa absoluta falta de pretensiones, desde esa coquetería de la sencillez; y que en ninguno de ellos falten hallazgos y primores suficientes para que, una vez leídos, ninguno de estos libros caiga fácilmente en ese olvido al que ni siquiera son inmunes otros más ambiciosos y de más empaque. Si me dijeran que ésa es la suerte que a uno le toca correr en esto de la literatura, preguntaría: ¿d

DE DÓNDE

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Les sienta bien a estos cuadros un cambio de aires. La mayoría los habíamos visto en el estudio del pintor, y aunque la casa de éste es ya, a muchos efectos, un verdadero museo, y para verlo acuden a ella muchos visitantes, no deja de presentar ese carácter de acomodo provisional que tiene siempre un atelier en funcionamiento, donde las obras allí reunidas parecen siempre inacabadas o, al menos, sujetas a retoques. Ya no. O, al menos, esos retoques no afectarán al carácter total del conjunto de obras que los asistentes a esta exposición de José Antonio Martel , una de las pocas que ha ofrecido en su ya larga trayectoria artística, hemos podido ver en la antigua ermita de San Juan de Letrán, en Ubrique. Era una tarde lluviosa, desabrida, como lo han sido muchas de este ingrato invierno. Y uno corrió a resguardarse bajo el techo de la antigua ermita como en otro tiempo, imagino, lo harían los muchos que acudían a estos sitios a refugiarse entre unos muros más abrigados y acogedores qu

EL SEÑOR TOYODA

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El señor Toyoda es japonés y dueño, o así, de la empresa automovilística casi homónima. Ocupa el puesto vigésimo octavo en la lista Forbes de los hombres más poderosos del mundo. Y a este hombre tan importante lo hemos visto pedir disculpas y asumir toda la responsabilidad por un error de fabricación en sus coches. Y, además, lo ha hecho ante una instancia extranjera –una comisión del Congreso de los Estados Unidos– que no tiene ninguna jurisdicción sobre él, y ante la que ha comparecido voluntariamente. La sesión fue emitida el pasado miércoles en todos los canales internacionales. No así en los españoles, que ese día, como siempre, iban a lo suyo (a lo nuestro): a nuestros ríos desbordados, a las dimes y diretes de los políticos, a la trapacería circundante. Dirán ustedes que qué nos va a nosotros en los apuros del señor Toyoda. Nada, por supuesto. O mucho, si atendemos a lo que dijo el sabio aquel de que nada humano le era ajeno. El caso es que, viendo a este señor Toyoda, tuve la

DESASTRES

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Llama la atención que lo que más se ha destacado del terremoto de Chile sean las noticias de los saqueos. Hablo sin conocimiento de causa, claro, pero se me ocurre que ciertos desastres naturales no hacen más que desatar un mal de fondo, más devastador incluso que la catástrofe propiamente dicha: en Haití, la miseria extrema, sobre la que nada se puede construir; en Chile, la inconsistencia del orden social. Y mientras la enésima tormenta de este duro invierno azota los muros de mi casa, me pregunto qué males más o menos soterrados no pondría al descubierto una catástrofe similar en estos pagos. No quiero ni pensarlo.

EL ARTÍCULO DE S. DE T.

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En ese mismo trayecto en tren leí en El País un artículo de Suso de Toro que me resultó inesperadamente divertido. Más que artículo, era un conjunto de notas deshilvanadas en torno, entendí, a la crisis del mercado editorial, lo poco que venden los novelistas españoles y la incertidumbre aparejada a la irrupción de las nuevas tecnologías en el mundo del libro. El autor parecía congratularse de las buenas perspectivas con que algunos autores de su generación comenzaron su andadura editorial en la década de los ochenta, cuando un sector de la crítica y algunos medios de comunicación andaban empeñados en promocionar una presunta nueva narrativa española ; lo que, unido al fenómeno de los anticipos desmesurados que por esa época empezaron a ofrecer algunas grandes editoriales, aseguró un impensado estatus de elegidos para la gloria a un puñado de escritores jóvenes. El articulista da a entender que esas prometedoras primicias no han dado los frutos apetecidos, y lo atribuye a un rosario d

TETITAS DE NOVICIA

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Tras la tormenta (la famosa "tormenta perfecta" que habían anunciado los periódicos), la mañana del domingo en las afueras de Madrid fue una de las más hermosas que habíamos podido ver en lo que llevábamos de invierno. Había venido uno aquí a un encuentro familiar, en Chinchón, que lució a lo largo de todo ese fin de semana, salvo en la mañana susodicha, un aspecto sombrio y ceñudo, al que contribuía no poco la ausencia de visitantes, achacable al mal pronóstico meteorológico. Los tenderos se quejaban y las terrazas de la Plaza Mayor andaban un poco alicaídas, frecuentadas sólo por los gatos, que son muy abundantes en este pueblo. Uno, grande como un terrier, estuvo rondando nuestra mesa durante uno de los escasos intervalos de sol que nos permitieron tomar una copa al aire libre, en la mañana del sábado. Era muy sociable: arqueó su lomo y se rozó sucesivamente con todos nosotros, y cuando uno de los presentes lo acarició, le faltó tiempo para tumbarse boca arriba y ofrecerl