LA RED

“La red” no era hace cuarenta años lo que hoy. Internet no existía, ni se intuía. “Niño, coge la red y ve a comprar una casera ”, me decía mi madre. Y uno no se decidía, porque le daba mucha vergüenza lucir por la calle ese objeto de uso casi exclusivamente femenino, y pasar en actitud de recadero delante de los grupos de chiquillos desocupados y malintencionados que campaban por la barriada. La red, se entiende, no era sino la bolsa de malla de nailon en la que se llevaba la compra. Daban mucho de sí esas redes. En una sola red cabía la provisión diaria de frutas y verduras, los pequeños envoltorios sanguinolentos que contenían los alimentos de mayor enjundia, la botella de vino, la lata de atún. Las economías domésticas eran transparentes: veía uno pasar a la vecina con su red repleta y sabía qué se iba a comer ese día en esa casa. Otra cosa, ya digo, era que a uno le asignaran la tarea de salir a la calle con la red, que solía ser verde o azul e ir rematada por grandes aros de plást