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Mostrando entradas de septiembre, 2010

SOLOS

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Me dejan junto a la parada del autobús, como todas las mañanas. Pero una extraña aprensión me impide sumarme al grupo que se apelotona bajo la marquesina. Misantropía matinal, quizá. O conciencia de que, teniendo tiempo por delante, una caminata de media hora es preferible al trayecto en ese cubículo atestado, iluminado por unas enfermizas lámparas amarillas, que prestan una cualidad de mal sueño a lo que, en rigor, debería ser la primera manifestación del día consciente. Así que emprendo la marcha. Y en el primer semáforo en el que me detengo, una alegre presencia saltarina reclama mi atención y me planta un sonoro beso en la mejilla. Mi sobrinilla, que espera allí a sus amigos para ir juntos al instituto. Y pienso que el día ha ordenado a uno de sus duendes alegres que me salga al paso, para espantar mis malos pensamientos. *** Me cruzo con más de uno que va hablando solo. Uno de ellos incluso me espeta una especie de "¿Hola?" interrogativo, que me hace volver la cara para

ULISES

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Pensábamos subir hasta Casa Fardela, uno de nuestros paseos favoritos, pero amanece nublado y con la nube encajada en la mismísima montaña por la que pensábamos transitar. Nuestro gozo en un pozo. A cambio, subimos a la ermita, más cercana, y pasamos un rato contemplando el pueblo desde ese punto elevado. Esta luz de día nublado lo apesadumbra un poco, pero también amortigua sus desarmonías y estridencias, que no son pocas, porque también aquí hay más de un despropósito arquitectónico, y también aquí a veces el palpitar de la humanidad se traduce en músicas estruendosas o en el tráfago de coches y motos. El nublado lo apaga todo. Y produce tristeza, sí (la que causa el final del verano, y el hecho mismo de que todo esto suceda en domingo, el día depresivo por antonomasia), pero también esa secreta satisfacción aparejada al cumplimiento de lo que ya el ánimo reclamaba: un apaciguamiento general, una atenuación de todo lo que sobresale y hiere. Ya es otoño, y se nota. *** Por todo el pu

ABUELOS

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No entra uno a discutir el trasfondo de las declaraciones del gran estratega sindical que, ante la inminente jornada de huelga general, ha pedido a los abuelos que ese día no cuiden a sus nietos… Otros más sabios que yo dilucidarán si la huelga es o no oportuna y si con ese día de inactividad se va a solucionar alguno de los problemas que tiene el país. En cuanto sumarse a ella o no, eso es decisión que compete a la libertad de cada cual. Haga cada uno lo que le parezca, en la seguridad de que, al día siguiente, los problemas del país seguirán siendo los mismos y las distintas partes llamadas a entenderse para solucionarlos habrán de aunar fuerzas si no quieren tirar definitivamente por la borda los frutos de medio siglo de desarrollo económico. Pero sí quisiera uno decir algo de los abuelos. Me parece que se les hace un menosprecio si se les considera meros coadyuvantes de la rueda económica a la que todos estamos atados. No creo que llevar al colegio a sus nietos o darles de comer a

A SOLAS EN SU GABINETE

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Quizá a este cuaderno le convenga más la privacidad que el excesivo aireamiento. Le pasa lo que a esos libros que, cuando uno los lleva al campo o a la playa, parecen resentirse de que los roce el sol o el salitre. No es ésa mi condición, desde luego. Pero una cosa es la persona y otra los papeles con los que pasa de vez en cuando un rato a solas en su gabinete. Cada cosa tiene su hora, y ni siquiera está claro que la que dedico a este cuaderno sea la mejor del día. *** Sigo con el libro de ciudades y viajes de A.R.T. Si el sevillanismo es una ideología, desde luego se parece bien poco al gaditanismo -que tampoco profeso-. Acaso lo más grato que una ciudad pueda ofrecer a un temperamento introspectivo sea esa capacidad de algunas de abdicar momentáneamente de su realidad física para convertirse en materia puramente literaria. Sevilla la tiene. Y ha tenido también -y tiene- los intérpretes y exégetas que requiere esa gratísima metamorfosis ocasional. *** Iniciar otra novela: emprender u

EXCURSIONES

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La semblanza sobre algunos pubs londinenses y los recuerdos literarios a ellos asociados que leo en Macedonia de rutas , el libro viajero de Antonio Rivero Taravillo, me aviva el recuerdo de mi propia experiencia de los mismos en mi viaje de la pasada primavera. Los pocos que frecuenté - The Minories, The Seven Dials ...- porque viajábamos con C. y los menores de edad, con muy buen criterio, no son bien vistos en los locales británicos donde expenden bebidas alcohólicas... Pero más viva incluso que la evocación de lugares me resultan, en el mencionado texto y en otros inmediatos del mismo libro, las de lecturas. Cada una de ellas me lleva a hacer la correspondiente excursión a mis estantes, de los que voy sacando, entre otros, la Poesía incompleta de Aquilino Duque, para recordar su "Elegía de Madingley Hill", el breve tomito que reúne las Obras de Rupert Brook, en el que releo "The Soldier"; o el de Claudio Rodríguez en el que viene su poema "El gorrión&quo

REFLUJO

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En la playa, en lo que seguramente sea la última ocasión del verano que termina. Se alterna el sol y los nublados. Poca gente parada en la arena y mucha circulando por la orilla, en lo que parece el ritual de constatación, de último esfuerzo por acumular sensaciones, que precede a las despedidas. Predomina la gente madura; y entre ella, curiosamente, muchas mujeres en topless , en lo que resulta una curiosa exhibición que recuerda más al abandono doméstico, al mero andar por casa en deshabillé , como se decía en las novelas antiguas, que al esplendoroso despliegue de desnudez consciente que predomina en los días centrales del verano. Ambiente de piscina vecinal, o de sauna. Uno mismo asume la parte que le corresponde en esta expansión de viejos, de la que, modestamente, y por comparación, sale uno favorecido... Incluso se me ha pegado algo el sol. Mientras escribo estas líneas, en la tarde del domingo, siento el inevitable reflujo del calor recibido sobre la piel más o menos reparada p

UN BOTÓN

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Han querido las circunstancias que estos primeros días laborables después de vacaciones mi rutina se inicie con una larga caminata desde la periferia hasta el punto más o menos céntrico donde se ubica mi puesto de trabajo. No es poca suerte, porque, si algo tiene el mes de septiembre que ofrecer a los escépticos que encaran el comienzo de un nuevo ciclo laboral, es precisamente la transparencia de sus amaneceres, que se extiende incluso a factores que nada tienen que ver con la mera realidad física de la luz. Recorre uno estas calles ocupadas, primero, por naves industriales, y luego por modestos comercios de barriada, y en todas advierte la misma pugna: negocios cerrados, recientemente o desde tiempo inmemorial, frente a otros que animosamente levantan la baraja a primera hora del día; naves arruinadas, habitadas por gatos, frente a otras en las que media docena de trabajadores –casi nunca más– pugnan con una cizalla o con la llama de un soplete. Imagino que la salud de un país se dir

NEGACIONES

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Veo Next Door ( Naboer , 2005) una claustrofóbica película noruega sobre un tipo que confunde realidad y fantasmas interiores, y en el que una y otros confluyen en una curiosa paranoia sadomasoquista, que por momentos llega incluso a confundir al espectador (no por demasiado tiempo, en fin, porque lo misterioso de esta clase de películas dura poco, y pronto agota su repertorio de escamoteos, y el espectador suele adelantarse a la aclaración final de la "verdad" del asunto...). Y esta mañana leo las páginas que Benjamín Jarnés dedica, en su estupenda monografía sobre Stefan Zweig, al pobre y a menudo decepcionante sensualismo moderno, que en las novelas de Zweig no era sino una mecánica trasposición narrativa de las ideas de Freud, adobadas con algo de fatalismo fin de siécle. Jarnés, que desde su exilio mexicano se expresa como un desengañado de la modernidad, no previó el último estadio de este sensualismo morboso: su conversión en reclamo para la cultura de masas. Zweig, c

CONTABILIDADES

Hay quien solicita cosas de ti y quien recibe, a veces, solicitudes tuyas. Y algo debe de fallar en esta singular economía en la que apenas se cruzan valores contantes y sonantes: tú atiendes rápidamente, y casi siempre con placer, las solicitudes que te hacen; las que haces tú, en cambio, frecuentemente obtienen la callada por respuesta. Pero acaso eso se deba a la naturaleza misma de lo que uno tiene que ofrecer: el hecho mismo de que te lo pidan equivale a la concesión de un favor, y es quien atiende la petición -quien ejerce el don de dar, diríamos- quien ha de sentirse agradecido. Ir más allá -es decir, adelantarse uno al ofrecimiento- resulta más bien un abuso. *** "La curva de la felicidad"; es decir, la poca airosa barriguita que luce el cuarentón. La mía, de momento, no está demasiado pronunciada. Pero tampoco parece ceder ni ante la natación ni ante las tablas de abdominales con las que me he castigado a lo largo del verano, en aras de no sé qué imagen mejorada de

FIN

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Empecé -consulto la libreta donde anoto estas cosas- la lectura de En busca del tiempo perdido en marzo del 2009, y hace sólo tres días que terminé El tiempo recobrado , el séptimo y último tomo: un año y medio, aproximadamente, en el que naturalmente muchas otras lecturas se han intercalado con la de Proust, pero en cuyo transcurso puede decirse que ésta ha marcado la pauta, ha impuesto su tono, e incluso ha contagiado al lector no pocos de sus tics, de sus manías asociativas, de su característico pulso demorado, e incluso de su especial manera de considerar la materia narrativa como una especie de nebulosa interiorizada, en la que los hechos se esponjan y ahuecan como un polipero para acoger otros hechos, al mismo tiempo que los tentáculos y ramificaciones de unos y otros van mezclándose y enredándose hasta el infinito. Ha valido la pena. Y no porque la "prosa de asmático" de Proust, sus inabarcables periodos, absolutamente reñidos con cualquier prosodia mínimamente remini

UN PUENTE

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Acaso hacerle el último escrutinio a los libros de un difunto no sea, después de todo, sino un acto piadoso. Cuánto se parece a veces la piedad al expolio. Pero el caso es que los libros de los que hablo no los quiere nadie. Y entre ellos hay muchos que ni siquiera el bibliómano más impenitente -tampoco es ése mi caso- se sentiría tentado de guardar: esta colección de tomos encuadernados de Selecciones del Reader's Digest , por ejemplo, a cuyo favor podría alegarse el mérito de la antigüedad, pues se inicia en los años cuarenta... O estas enciclopedias avejentadas, cuya tipografía e ilustraciones parecen haber adquirido, con los años, una belleza que sobrepasa en mucho el valor práctico que han perdido. No, de nada de eso puedo hacerme cargo, con todo el dolor de mi corazón. Pero se me acelera el pulso cuando encuentro, en la montaña de libros, las Obras completas de Jardiel, en una hermosa edición mexicana; o las de Wenceslao Fernández Flórez, en la primera edición en siete tomit

PESADILLAS

Las imágenes de este sorprendente anuncio muestran el recorrido de un viejo colchón desde que su dueña, una mujer joven, se deshace de él hasta que llega al vertedero. La furgoneta recorre un desolado panorama urbano en el que no faltan las colas de parados. Mientras tanto, se oye una voz femenina que se despide, no ya del colchón, que ha sido sustituido por otro de la marca anunciada, sino de toda una serie de asuntos que seguramente han quitado el sueño en los últimos tiempos, no sólo a la chica del anuncio, sino a buena parte de la población española. Adiós, dice la dulce melopea, a las hipotecas, a los índices bursátiles, a los especuladores, a los oportunistas, al IPC. Adiós, remata, “a los que mandan”, a quienes, por si alguna duda quedara, tilda de demagogos e incompetentes... Pese a la libertad de expresión de la que alardeamos, no está uno acostumbrado a oír afirmaciones tan contundentes en un medio de comunicación. Y, mucho menos, a que reflejen con tanta exactitud el sentir

SÍSIFO

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"Abstenerse de pintar es pintar también", decía Gaya. Pero creo que se refería, más bien, a esa primera lección que aprende un acuarelista, por ejemplo: a salvar los blancos; es decir, a no poner pintura allí donde el propio papel aporta la tonalidad que se buscaba. Aplíquese a la escritura: no decir lo que pueda darse fácilmente por sobreentendido. Pero nunca "no escribir", lo que, para un escritor que se precie, equivaldría a no pensar. Pienso mientras escribo, ni antes ni después. The rest is silence. *** Me aborda RM por la calle. "No, si es sólo para que mañana pongas en tu blog que has visto a RM por la calle" (como hice una vez, en fin, a propósito de unos achaques que me refirió). Puesto queda. Y constatada, con este guiño amistoso, la máxima aspiración de este cuaderno: ser espejo. *** A Sísifo también podrían haberlo condenado a nadar en una piscina: un largo hacia allá, otro hacia acá, y no llegar nunca a ninguna parte. Pero aprende uno mucho

RENOVACIONES

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Sigo con mis hábitos tempraneros. Hoy a primera hora de la mañana he renovado mi inscripción y la de mi familia en el curso de natación que se imparte en ciertas instalaciones universitarias cercanas a mi casa. He rellenado nada menos que... siete papeles, entre las inscripciones propiamente dichas, las domiciliaciones y demás. Luego he ido a renovar mi matrícula como alumno de postgrado, que es lo que me permite disfrutar de estos servicios de la universidad, y eso me ha supuesto rellenar otro papel. Ayer, en el trabajo, decidimos el reparto de grupos correspondiente al nuevo curso... Doy cuenta de todo esto porque me llama la atención que la mera reanudación de la rutina -de una rutina, por otra parte, establecida desde hace años- exija tantos trámites y la renovación explícita y por escrito del compromiso de uno con todos y cada uno de los componentes de la misma. ¿Acaso es previsible que uno fuera a hacer otras cosas, a organizarse de otro modo? Lo sorprendente sería lo contrario.

PASEO MATINAL

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Mi horario laboral de estos primeros días de septiembre me permite dar un largo paseo a primera hora de la mañana desde el punto de la periferia donde me deja M.A. hasta mi lugar de trabajo. Cada día tomo una ruta distinta, y si ayer atravesaba una populosa barriada por la que hacía años que no pasaba, hoy acorto camino por unas calles ocupadas casi en su totalidad por talleres y naves industriales. Y por una y otra ruta advierto la misma pugna: comercios cerrados, recientemente o desde tiempo inmemorial, frente a comercios nuevos que animosamente levantan la baraja a primera hora del día; naves arruinadas, con los cristales rotos y habitadas por gatos, frente a otras en las que media docena de trabajadores -casi nunca más- pugnan con una cizalla o con la llama de un soplete. No he hecho la cuenta de si son más los establecimientos cerrados que los abiertos, pero imagino que la salud de un país se dirime en esta cuestión tan sencilla: si son más quienes salen adelante que quienes tiran

DESMEMORIAS

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En nuestro deambular por el barrio alto de U., aprovechando la excusa que brinda el concurso de pintura rápida, damos con un pintor alrededor del cual se han congregado media docena de chiquillos y algunos viejos. Nos paramos también ante el lienzo, a una distancia prudente, y entonces el pintor se vuelve y hace señas en mi dirección. Vuelvo la cabeza, por si éstas van dirigidos a otra persona que se me haya colocado detrás. "Ya veo que no me reconoces", me dice. Efectivamente, le digo que no, y adelanto una disculpa por lo que ya adivino que es una nueva mala pasada que me está jugando mi incapacidad de recordar las caras de las personas a las que sólo he visto una o dos veces. Hasta tres ocasiones recuerda este hombre en las que hayamos coincidido. Me las va desmenuzando y yo asiento humildemente, mientras voy desgranando nuevas disculpas. M.A., divertida, mueve la cabeza, aunque tampoco ella ha andado fina en esta ocasión. "Tú debes de ser amigo de...", comenta,

CALOR

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Desde el lugar donde llevan la cuenta de estas cosas nos han dicho que acabamos de vivir los días más calurosos del año. La “ola de calor” ha llenado los depauperados telediarios de agosto de imágenes de gente sudando la gota gorda, de desaprensivos bañándose en las fuentes públicas, de personas bienintencionadas que se animaban a divulgar los trucos caseros con los que combaten el calor: desde rociar las cortinas con agua a colgar bolsas de hielo delante de un ventilador, o ingerir alimentos muy picantes, como hacen en los países tropicales, para provocar la sudoración e inhibir la sensación corporal de agobio térmico… Si no fuera por estos sucesos sin suceso, por estas noticias que encubren la falta de noticias, rara vez vería uno en un telediario a un ciudadano normal dando cuenta de sus actos cotidianos, y no, como suele suceder, en el más habitual papel de víctima de un accidente, una injusticia o un crimen. No se cansa uno de escucharlos, de admirar los recursos con los que afron

OCIO

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Ha querido el azar que la vuelta al trabajo haya tenido lugar en horario de tarde, con lo que mi rutina de mañana, estos primeros días, ha permanecido prácticamente idéntica a lo que ha sido en las últimas semanas: me levanto, oigo las noticias en la radio mientras desayuno, garrapateo estas líneas y me entrego luego a la gama de quehaceres libremente elegidos a los que he venido dedicando el tiempo desde finales de julio. Con una diferencia, sin embargo, que tiene que ver con nuestra percepción subjetiva de la continuidad temporal: el discurrir de antes, en el que apenas intervenía la conciencia de ajustarse a un horario, o de que incluso el día sin obligaciones está acotado por algunas exigencias -comida, reposo- que contrarrestan la sensación del libre fluir temporal, ha sido sustituido por la pedregosa textura del tiempo medido, del tiempo ajustado a plazo, del tiempo que se amortiza al ser vivido. La peor invención del hombre han sido los horarios. Y este pensamiento no lo dicta l