SOLOS

Me dejan junto a la parada del autobús, como todas las mañanas. Pero una extraña aprensión me impide sumarme al grupo que se apelotona bajo la marquesina. Misantropía matinal, quizá. O conciencia de que, teniendo tiempo por delante, una caminata de media hora es preferible al trayecto en ese cubículo atestado, iluminado por unas enfermizas lámparas amarillas, que prestan una cualidad de mal sueño a lo que, en rigor, debería ser la primera manifestación del día consciente. Así que emprendo la marcha. Y en el primer semáforo en el que me detengo, una alegre presencia saltarina reclama mi atención y me planta un sonoro beso en la mejilla. Mi sobrinilla, que espera allí a sus amigos para ir juntos al instituto. Y pienso que el día ha ordenado a uno de sus duendes alegres que me salga al paso, para espantar mis malos pensamientos. *** Me cruzo con más de uno que va hablando solo. Uno de ellos incluso me espeta una especie de "¿Hola?" interrogativo, que me hace volver la cara para