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Mostrando entradas de octubre, 2010

EL ASFALTO

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Debajo del asfalto está la playa”. O eso rezaba uno de los eslóganes más difundidos del llamado “mayo francés” de 1968. Ahora que una nueva oleada de protestas cívicas (o incívicas) sacude el país vecino, no han faltado nostálgicos de aquella revolución que se quedó en los preliminares, y cuyo verdadero desenlace fue la movilización masiva del voto conservador para darle al entonces hombre fuerte del país, el general De Gaulle, el más sólido y numeroso apoyo con el que contó jamás. Naturalmente, los nostálgicos lo son de las asambleas al aire libre, de los eslóganes arrebatados y de las posibles noches de amor en los pasillos de las facultades ocupadas; y no, como es de suponer, de aquella rápida reacción social que devolvió las aguas a su cauce en menos que canta un gallo. Aunque lo curioso de esa nostalgia, hecha hoy materia de artículo de opinión, es que puede constatarse por igual en los columnistas de derecha que en los de izquierda. En los segundos es comprensible; en cuanto a lo

PEQUEÑO

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No había leído uno como es debido Españoles de tres mundos , de Juan Ramón Jiménez. Y ahora que tengo ocasión de hacerlo, me hace gracia encontrarme, entre otras perlas, con la tan repetida definición de Neruda que legó el de Moguer a la posteridad: "un gran mal poeta". Sin embargo, yo no la veo tan malévola como dicen; porque, a la postre, parece que en esa formulación la palabra "gran" recibe más énfasis que el otro adjetivo. Hasta el propio Neruda, tan amigo de la desmesura, se habría sentido halagado. En eso el poeta de Moguer erró el tiro: Neruda es un poeta generalmente malo y, además, pequeño, porque refleja muy bien la pequeñez de todo un siglo, sus escandalosos reduccionismos, la absurda megalomanía de los actorzuelos que se repartieron los principales papeles de la centuria. Lo que no quiere decir que todo en él sea desdeñable, ni mucho menos. *** ¿Borges antes que Neruda? No, tampoco. Vallejo, puede. Aunque el gran drama de la poesía hispanoamericana del

MINIATURA

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Quizá éste haya sido el primer día desde el fin del verano en el que el sol verdaderamente no pesaba; es decir, el primer día tocado de esa levedad que es característica del otoño. A nueva luz, nuevas realidades. Como para confirmarlo, estas dos desmesuras que nos salen al paso por esta vereda por la que nunca antes habíamos paseado: un majuelo o espino albar gigantesco, del tamaño de un árbol, y cargado de su característico fruto rojo; y una vaca que, a diferencia de todas las demás junto a las que pasta, tiene los cuernos vueltos hacia abajo, pegados al rostro, lo que le da una fisonomía extrañamente maligna. Me sorprenden estas dos anomalías, que dan al paisaje una curiosa cualidad de miniatura gótica poblada de criaturas simbólicas. Anda uno cabizbajo, quizá por todo lo comido y bebido el día anterior, que fue de celebración. Tal vez por eso el paisaje anda disfrazado de alegoría: quiere transmitirme alguna clase de lección moral. Pero tampoco acierto a descifrarla. *** He dejado e

ALEGRÍA

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Antes de que las exclusivas periodísticas y el afán de morbo consigan estropearnos esta hermosa historia, hay que decirlo sin ambages: el portentoso rescate de los treinta y tres mineros chilenos atrapados en su mina ha sido el único acontecimiento mundial de los últimos lustros que me ha hecho feliz. Más, incluso, que la victoria española en el mundial de fútbol; porque, aunque ésta me alegró, como a cualquier hijo de vecino, no dejaba de ser una alegría que operaba por simple contagio. Y, además, también en ella concurrieron detalles que me recordaron que éramos quienes éramos, y que ni siquiera un estallido de felicidad colectiva era capaz de hacernos olvidar nuestros resabios; y por eso hubo quien se encargó de constatar, con el celo de un comisario político, que algún que otro jugador no quiso envolverse con la bandera nacional y prefirió la de su región; o que el presunto triunfo patrio era, en realidad, del club que más jugadores había aportado a la selección… Pero veo la alegrí

PRESENTACIÓN

Hicimos Antonio Rivero y yo la presentación cruzada de nuestros libros en la Biblioteca Provincial de Cádiz. Van aquí las palabras que dije yo sobre su Macedonia de rutas .

DECÁLOGO DE LAS TRILOGÍAS

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Presentar un libro - es decir, dar cuenta pública de sus motivos, de su siempre dudosa pertinencia, de las expectativas con que uno lo lanza a la calle- viene a ser una manera de desembarazarse de los hábitos y obsesiones generados mientras uno lo incubaba. Pero si este necesario proceso higiénico coincide con el de iniciar un nuevo libro, la cosa se complica: es salir de una enfermedad, digamos, para sumergirse alegremente en otra. A eso equivale la escritura de una novela triple: a aceptar gustosamente atravesar tres gripes seguidas, por miedo a que una no hubiese bastado para apurar todos los matices de la enfermedad. *** Trilogías, trípticos: un reflejo literario natural, tan lógico como que un argumento tenga planteamiento, nudo y desenlace, o una tesis venga seguida de su antítesis y síntesis. O lo que se dice del verdadero Dios, que es uno y trino. *** Aunque a lo que verdaderamente se parece una obra triple, o cuádruple (véase el Cuarteto de Alejandría ) o incluso quíntuple es

PERDICES

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Si uno fuera Miguel Delibes, dedicaría a este paseo por un pinar y al tableteo de las perdices -y al vuelo torpe de las que nos van saliendo al paso, o salen espantadas cuando me oyen quebrar una rama- una de esas páginas de prosa precisa y acerada que éste dedicaba a la caza en el suplemento Blanco y negro , hace años. A mí no me gustaba la caza, ni entonces ni ahora, pero me parecía, y me parece, mucho más difícil y meritorio encajar un adjetivo exacto o dejar trazado en una línea el vuelo de un bando de perdices que acertar a derribar una de un disparo. Disparos como los que oímos muy cerca, mientras vamos llenando nuestras bolsas de piñas caídas y ramas secas, de las que pensamos servirnos para prender el fuego en el largo invierno por venir. De no ser por esos disparos, en el pinar reinaría un silencio solemne, sólo interrumpido por el ya mencionado canto de las perdices y el piar de otros pájaros, además de nuestros pasos. Hace una mañana de otoño espléndida, diáfana. Ni frío ni

SEÑORITA

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Este viejo político socialista, al que uno creía ya jubilado, ha vuelto a atraer sobre sí la atención de la prensa por haber llamado “señorita Trini” a una compañera de partido, lo que ha sido considerado una grave ofensa por la aludida y otras militantes del mismo. Contraponía el viejo político a la ofendida, que acaba de perder unas elecciones internas en el partido, con el ganador de las mismas, a quien llamó “señor Gómez”. Entiende uno la irritación que han causado estas declaraciones. El viejo socialista, partidario del señor Gómez en esa coyuntura, creyó oportuno dirigirse a la rival de éste en un tono, si no abiertamente despectivo, sí un tanto empequeñecedor. Pero el lenguaje no sólo sirve para intercambiar cortesías versallescas (lo que los políticos hacen a veces con una hipocresía que hace chirriar los dientes), sino también para lanzar pullas; y si la pulla, como es el caso, se manifiesta tan sólo en el tono, bienvenida sea: peor hubiera sido un insulto soez o una descalifi

VIDA NUEVA

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Llegaron por fin a mis manos los primeros ejemplares de Vida nueva , mi última novela, segunda de la trilogía en la que ando ocupado. La primera, Vacaciones de invierno , me deparó algunas satisfacciones, quizá porque lo que se sitúa en la infancia siempre facilita la identificación con los lectores; hasta el punto de que incluso algunos que, por su edad, era imposible que hubieran conocido determinados pormenores, digamos, ambientales, juraban reconocerlos, quizá por haberlos oído mencionar a sus padres o sus hermanos mayores y haberlos incorporados ellos a ese fondo de recuerdos inciertos que constituye la memoria que tenemos de la infancia. En Vida nueva esos elementos de identificación siguen estando presentes; pero la fase que atraviesa la vida del protagonista, la adolescencia, es menos propicia a facilitar estos reconocimientos generales: la adolescencia es, al contrario, el momento de la individuación a toda costa, aun recurriendo a la extravagancia. Y si las extravagancias -

SACHLICHKEIT

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Encuentro a J.A.M. en faena ante lo que, por detrás, me parece que son dos lienzos. Le digo: "¿Es que ahora pintas los cuadros de dos en dos?". Pero cuando llego a su altura veo que lienzo sólo hay uno, y que lo otro es... un espejo. El pintor está pintando su autorretrato. Con su maestría habitual, todo hay que decirlo. Pero en su presencia me guardo el elogio, que cambio por alguna que otra pulla respecto al narcisismo que implica encerrarse con un espejo y dedicarse durante horas, o días (me dice que éste es el tercero que dedica al cuadro en cuestión), a contemplarse en el mismo. Disparo con pólvora mojada, claro; o, en todo caso, con esa clase de munición que hiere más a quien la emplea que al destinatario; porque ¿qué otra cosa hace un escritor sino mirarse toda la vida al espejo; esperando, de pasada, que ese espejo sea lo bastante grande para que también tengan cabida en la imagen -y, a veces, protagonismo- las figuras del fondo? *** Leo en este fin de semana Fuera pi

CLEMBUTEROL

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Entiende uno la desazón que debe sentir el ciclista Alberto Contador ante la posibilidad de que lo sancionen, después de que se haya encontrado en su orina un rastro de clembuterol. Pero quisiera uno, ante lo previsible y anodino de la realidad, a la que ni siquiera un acontecimiento aparentemente tan sonado como la reciente huelga general consigue inyectar un poco de emoción, que todas las noticias tuvieran los ingredientes de ésta: la capacidad de suscitar en el público un debate moral respecto a la actuación del deportista; la posible relación del aciago resultado del análisis con una extravagante cadena de sucesos previos, entre los que destaca la búsqueda de un solomillo jugoso por las carnicerías de Irún; y, por último, la posibilidad, siempre gratificante, de un final feliz, en el que el injustamente acusado, esperamos, obtenga el necesario desagravio… Así deberían ser todas las historias, lejos de esa eterna inmovilidad que parece afectar a la información política

LO VIVIDO

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Esta muchacha de tipo y color inconfundiblemente africanos, seguramente procedente de uno de esos países que en la moderna geografía humana ahora se llaman "subsaharianos", y que antes conformaban simplemente lo que se denominaba el "África negra". Está libre el asiento a su lado, en el autobús. Lo ocupo y cruzamos una breve mirada. Como siempre, abro mi carpeta y saco mis arreos de leer: lo que ahora tengo entre manos son los originales de un concurso de cuentos del que soy jurado... Y se me ocurre, mientras paseo la mirada por la tipografía casera de estas historias más o menos previsibles, y siento en la palma de la mano el contacto del gusanillo con el que están cosidos los folios, que los cuentos verdaderamente interesantes son los que ocupan a cada uno de estos personajes que me rodean, y que incluso mi breve convivencia diaria con ellos bastaría, aliñada con alguno de esos ingredientes extravagantes que constituyen el desencadenante de los cuentos, para depar

ANACRONISMOS

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De pronto, en el trabajo, olor a sardinas, procedente de un chiringuito próximo, todavía en funcionamiento. En la playa, viejos y gente que de alguna manera se ha sustraído, voluntariamente o no, a la rutina laboral. Una mujer ya entrada en años -me cuenta M.A., que la ha visto desde el coche, mientras me esperaba- parece haber cedido repentinamente a la tentación y se despoja de sus ropas para meterse en el agua en bragas y sujetador. Del verano ya sólo queda eso: los flecos, los gestos aislados, la extravagancia de lo anacrónico. Uno mira el mar desde un ventanal. Anda encabritado. Sí, también él reclama un descanso. *** Nos pasa, sobre todo, a las personas que nos consideramos ordenadas. A veces se nos pierde algo y uno lo interpreta, no como un simple azar perfectamente asumible, sino como una especie de colapso de las facultades en las que uno más confía. Se ha extraviado un simple papel, sí, pero lo que tememos es haber perdido la razón, la lucidez o la confianza en nosotros mism

ALQUIMIA

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No, esto que estoy haciendo ahora no puede llamarse labor "de documentación"; en todo caso, de mera ambientación sentimental. Leo, por ejemplo, estas cartas de hace veinticinco años. La información personal que contienen me sigue concerniendo y emocionando, qué duda cabe. Pero lo que realmente me interesa de estas cartas, remitidas desde Madrid, Londres, Jerusalén o Nevada, no es lo que quienes las escribieron me cuentan de sí mismos -tan convencional, imagino, como lo que yo les contaría a ellos en mis propias cartas- sino los inesperados detalles que dan sobre la realidad objetiva circundante. La descripción de un paseo, del bar desde el que me escriben, del tiempo que hace, de los libros que leen y los discos que escuchan... Ésos son los datos que, de pronto, me devuelven el color y la tonalidad sentimental de aquella época. Lo que, a su manera, constituye también una lección literaria de primer orden. Lo que importa en una novela no es lo que los personajes dicen de ello

FLORES AJENAS

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Lo malo de los buenos aforismos es que, por su brevedad, uno se siente tentado a citarlos, es decir, a copiarlos, lo que equivale a adornar el jardín propio con flores ajenas. Es lo que hago aquí con éste de Enrique Baltanás, perteneciente a su libro Minoría absoluta , que he leído este fin de semana (buena parte de él en voz alta, porque no podía evitar compartir con quienes me rodeaban algunas de las certeras formulaciones que aparecen en sus páginas): No estoy seguro de que en el cielo hablemos latín, pero sí de que en el infierno hablaremos en esperanto. Absolutamente de acuerdo, amigo Baltanás (otra de las cualidades de los buenos aforismos es que no cuesta imaginar que uno los ha pensado también). *** También he estado leyendo lo que parece ser la edición definitiva y completa de ese libro o cuaderno inédito del que solía aparecer una muestra al final de todas las antologías de Blas de Otero: Hojas de Madrid , seguido de La galerna . Lo compré por un impulso sentimental: hace año

EL DOBLADILLO

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Pese a los anunciados rigores otoñales, la bonanza del tiempo nos ha seguido manteniendo en una agradable prolongación del verano. Se nota en el ánimo, todavía libre de los efectos del inminente cambio de horario que oscurecerá las tardes, y en la vestimenta. Las calles atestadas a media mañana son un desfile de sudorosos hombres en mangas de camisa y apresuradas mujeres que, por mor de las costumbres indumentarias, sobrellevan mejor las calores gracias a sus etéreas blusas y a la venia general para llevar piernas y hombros al descubierto. No quiere uno dar la impresión de ser un mirón, pero sería negar la evidencia no reconocer que ese panorama alegra la vista y redunda, allá donde se da, en una atmósfera de sano optimismo. En otras sociedades las mujeres van cubiertas de trapos de la cabeza a los pies; y eso, que puede ser muy respetable desde un punto de vista meramente cultural o antropológico, no parece corresponderse, en cambio, con los indicadores de progreso humano o material u