PAUSA Y FINAL

Hago una pausa en mi trabajo matinal -escribo esto en la mañana del lunes 29- para anotar que está nevando. Debería molestarme esta nueva contrariedad, que se une a las muchas que me hacen presagiar que en la presentación de esta tarde seremos cuatro gatos. Pero no: ver caer los copos de nieve, visibles contra el fondo verde y dorado que aporta la arboleda de castaños, chopos y algún que otro pino que tengo frente a mi ventana, en este barrio disperso, es un regalo que me quiere hacer el azar, para que mi última jornada completa en Madrid destaque, no por los nervios y las expectativas más o menos incumplidas que acarrea siempre la pública exhibición del trabajo propio, sino por esta nota melancólica y silenciosa, que cae sobre mi ánimo como un bálsamo, y me recuerda que, pese a la soledad patente y a lo mucho que he echado de menos a los míos, he disfrutado del privilegio de poder dedicarme durante unas semanas a un único propósito libremente elegido. Que he paseado hasta agotarme, de