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Mostrando entradas de noviembre, 2010

PAUSA Y FINAL

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Hago una pausa en mi trabajo matinal -escribo esto en la mañana del lunes 29- para anotar que está nevando. Debería molestarme esta nueva contrariedad, que se une a las muchas que me hacen presagiar que en la presentación de esta tarde seremos cuatro gatos. Pero no: ver caer los copos de nieve, visibles contra el fondo verde y dorado que aporta la arboleda de castaños, chopos y algún que otro pino que tengo frente a mi ventana, en este barrio disperso, es un regalo que me quiere hacer el azar, para que mi última jornada completa en Madrid destaque, no por los nervios y las expectativas más o menos incumplidas que acarrea siempre la pública exhibición del trabajo propio, sino por esta nota melancólica y silenciosa, que cae sobre mi ánimo como un bálsamo, y me recuerda que, pese a la soledad patente y a lo mucho que he echado de menos a los míos, he disfrutado del privilegio de poder dedicarme durante unas semanas a un único propósito libremente elegido. Que he paseado hasta agotarme, de

DE CONSAGRAR

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Paso por delante de la sede del Instituto Cervantes, en la calle de Alcalá, donde se anuncia una exposición sobre "México ilustrado", es decir, sobre las artes gráficas en el país azteca. Y aunque, en principio, en esta estancia madrileña soy reacio a sacrificar horas de callejeo por visitas a exposiciones y museos, pienso que puede merecer la pena hacer una excepción, habida cuenta del nivel alcanzado por los impresores mexicanos a lo largo del siglo XX, y la influencia que sobre ellos tuvieron los exiliados españoles tras la Guerra Civil. Dicho y hecho: entro en la mencionada institución. Y me veo ante uno de esos arcos de detección de metales, y ante un hosco guardia de seguridad que me pide, con unos modales más bien inaceptables, que deje en una bandeja todos los objetos metálicos que lleve encima... Ya sé que no es éste el lugar para entonar la palinodia de los excesos a los que nos expone la actual paranoia sobre la seguridad en los lugares públicos. Transige uno con e

LOTERÍAS

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Podría pensarse que es otra imagen de la crisis. Pero no: la que motiva estas líneas, aunque es una fotografía de gente que apela al milagro para salir de la estrechez económica, no es una imagen exclusiva de los tiempos de crisis. Se da incluso en los años buenos. Y lo asombroso, quizá, es que cada vez se anticipe más a su tiempo propio, que es el navideño. No es la nieve (¿qué se hicieron las nieves de antaño?), ni siquiera el adelanto de las compras propias de la estación. La imagen a la que me refiero es la de las largas, larguísimas colas ante las administraciones de lotería. Es éste un género que casi nunca se agota, lo que hace más misterioso aún el hecho de que muchas personas se agolpen ante determinadas expendedurías del mismo, como si temieran que se acabaran las existencias, o como si en otros establecimientos vendieran género averiado. Ni siquiera las leyes estadísticas pueden explicarlo. Porque lo lógico sería pensar que, por mera ley de probabilidades, un suceso ya de po

UNIVERSIDAD CENTRAL

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De nuevo en la Ciudad Universitaria, donde asisto a una mesa redonda sobre Ramón Gaya. Ofician varios amigos del pintor, y entre ellos algunos que también lo son míos. Cada uno en su papel: el que fue gestor de la cosa cultural recuerda el cainismo con el que muchos acogieron los escasos y, en todo caso, muy tardíos honores oficiales que Gaya recibió en vida; el profesor lee un cumplido y ameno ensayo en el que explica que el verdadero y definitivo desengaño de Gaya respecto al arte de vanguardia sucedió durante su exilio mejicano, es decir, cuando vivió en sus carnes esa especie de punto cero del arte, en ausencia de toda tradición, que preconizaban irresponsablemente las vanguardias europeas; el poeta (había varios, pero éste era sólo poeta, y nada más) leyó un hermoso y elocuente poema sobre Gaya, escrito tras su muerte; el editor recordó al Gaya amigo; y el escritor que casi convirtió a Gaya en un personaje de su extenso diario contó los orígenes de esa amistad, surgida cuando él f

TOPOGRAFÍAS

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Paso medio día al pie del ordenador y medio día deambulando, que es también una forma de abundar en lo mismo; quiero decir, que es parte también del trabajo que estoy haciendo. Uno es hombre de rutinas, y acaso en la soledad se entienda mejor que nunca el sentido de éstas: llenar las horas, evitar el vértigo del vacío, tener en el propio trabajo el confidente que quizá le falta a uno. Pero no hay que exagerar: es una soledad elegida, parcial, alternada con largos y fructíferos intervalos de compañía que, a veces, como ayer, ocupan toda la jornada, o casi... Hoy -escribo esto a las once de la noche- el día ha sido apretado: a primera hora de la mañana escribo la presentación del compañero de colección al que haré los honores el próximo viernes. Bajo luego a comprar el pan y a estirar un poco las piernas por este bendito barrio, tan laborioso y, al parecer, tan castigado... Dedico el resto de la mañana a dar forma narrativa a algunas ideas que terminé de concretar el día anterior, y que

COSA MENTALE

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Posiblemente, nadie relacionaría un archivo público con un lugar de gozo. Y es muy probable que cualquier declaración que contradiga esta creencia redunde en demérito de quien la haga. En este mundo nuestro, donde las hazañas exteriores tienen tanto prestigio, la felicidad del hallazgo o de la mera gratificación de una curiosidad valen muy poco. Con todo, he de decirlo: esta mañana he sido inmensamente feliz durante las dos horas y media aproximadas que he pasado en el archivo de la Fundación Española del Ferrocarril. Un señor muy amable me ha puesto por delante una pila de tomos en los que había alguna posibilidad de que el solicitante (quien esto escribe) satisficiera alguna de las curiosidades que previamemente le había formulado. Tomos áridos, llenos de tablas, horarios, cuadrantes, datos técnicos. En los que encontré, sin embargo, no pocas confirmaciones de recuerdos borrosos, y no pocas incitaciones a nuevos recuerdos. El resultado: la concreción de un puñado de imágenes valiosís

TRANSGRESIONES

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Quizá lo que más me ha llamado la atención de La red social , la película poco complaciente que han hecho sobre el artífice de Facebook, sea que presenta hechos acaecidos ayer, como quien dice (en 2003-2004, concretamente) como si hubieran sucedido hace décadas. El efecto distanciador se debe, en parte, al tratamiento fotográfico -predominio de tonalidades neutras, de una luz casi sepia, de nocturnidad e interiores-, y también a lo rápido que pasa el tiempo en ese mundillo de la innovación tecnológica; pero, sobre todo, a que la película retrata muy bien un ambiente, como lo es el estudiantil, por el que casi no pasa el tiempo: esa ranciedad característica de los colegios mayores, de los bares oscuros y ruidosos donde se concentra el muchacherío, de las habitaciones insomnes donde se estudia, se fuma, se bebe o se pierde el tiempo. Es lo mejor de la película, lo que prima sobre cualquier otro valor que se le quiera encontrar. Y contribuye poderosamente a su mensaje: ¿no estaremos todos

LA RISA DE ORY

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Recuerdo la anécdota con bastante precisión, aunque no acierto a ubicarla en el tiempo: tal vez a mediados de los ochenta. El poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory impartía un “taller de poesía” en una conocida institución local. Era numeroso el público allí congregado; en todo caso, más de lo acostumbrado, incluso entonces, cuando todavía no recaía sobre esta clase de actos esa tristeza medular que ahora parece afectar a todo lo relacionado con la cultura. Entonces no: entonces, recién estrenada la democracia y más o menos intactas las ilusiones que ésta suscitaba, los llamados “actos culturales” mantenían su condición de convocatoria cívica a la que se acudía con ánimo de goce. En esa ocasión, ya digo, oficiaba Ory. Y en un momento de su charla animó a los concurrentes a decir un verso que recordaran. Siempre he pensado que estos ingenuos juegos literarios que se le ocurrían al poeta escondían una cierta retranca. No se trataba, creo, de suscitar emociones simples, sino de obligar al

EXPRESOS

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La antigua estación de Delicias, ahora convertida en Museo del Ferrocarril, es idéntica a la estación vieja de Cádiz; sólo que la han conservado tal cual era y no ha pasado por la ignominia de una "rehabilitación". Paseo por sus andenes y es como cuando lo hacía de niño por los de la ya inexistente estación de mi ciudad, reducida ahora a mera carcasa. También un museo es una carcasa. Pero estos museos industriales, con sus grandes espacios abiertos y con esa afluencia de público (niños y viejos, sobre todo) que les garantiza una ciudad tan dinámica como Madrid, nunca se resienten tanto de su condición como los museos encerrados en un edificio. Venía yo aquí con la esperanza de encontrar uno de aquellos trenes expresos que dejaron de utilizarse hace apenas veinte años, pero que ya entonces parecían cosa del pasado. Pero no tengo suerte: a lo sumo, alguna máquina más o menos coetánea, y un cierto aire de familia en el vagón, más antiguo y lujoso, que han habilitado como cafete

QUEST

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Las peligrosas atribuciones que un novelista puede creer que tiene, y que le pueden poner en más de una situación comprometida ante los demás. No comenté ayer, por ejemplo, la profunda desconfianza con que no dejó de mirarme el encargado del bar de barrio en el que me senté a tomar notas, en medio de una clientela que estaba allí poco menos que en familia (alguno, literalmente, en pijama). "¿El señor está servido?", me preguntó, viendo que mi copa de Chinchón estaba casi intacta. "Sí, no necesito nada, gracias". Luego estaba la cuestión de la casa en la que quiero localizar la acción. Recuerdo con bastante exactitud cómo era. Pero J., mi acompañante habitual en estos paseos, me sugiere que tome el toro por los cuernos y llame directamente al timbre y le diga al actual inquilino que deseo ver su casa... No cometeré ese abuso, desde luego. Lo que sí sopesé, por fantasía, fue visitar un semisótano en venta, en el mismo edificio. Pero por la ventana abierta pude atisbar

CONSTATACIONES

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Fin de semana resuelto en una serie de largos y fructíferos paseos. El primero, de contenido preferentemente gastronómico, el viernes. Por indicación mía, quedamos en La Venencia, en la calle Echegaray, en homenaje a mi amigo el pintor J.A.M., que siempre me ha celebrado mucho este sitio. Encanto bohemio sí que tiene; aunque me sugiere V., uno de los convocados, que incluso la mugre es falsa, y es más bien un efecto pictórico... No sé. La manzanilla, en todo caso, es buena, como lo es también la de El Patio, en la casi inmediata calle Arlabán, en la que V. es recibido muy cariñosamente, como reciben en estos locales a los compadres y amigos de toda la vida (él lo es, por vía paterna). Se siente uno un poco extraño en estos ambientes andaluces un poco de pega, aunque ni el vino ni la butifarra al estilo de Chiclana lo sean... Y pasa uno sin remordimiento de este exotismo cercano a este otro, algo más impostado, del Edelweiss, que es el restaurante que J. ha sugerido para almorzar. Cocin

PREEMINENCIAS

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La vida cambia y a veces es difícil encontrar argumentos para oponerse a los cambios, aunque la memoria sentimental de uno no termine de encajarlos. ¿Que la ley ha decidido zanjar la algo espinosa cuestión de la primacía del apellido paterno sobre el materno, y ha dictaminado que, a falta de indicaciones precisas por parte de los padres, sus apellidos figurarán por orden alfabético en la inscripción del recién nacido? Miel sobre hojuelas, porque resultaba difícil no asociar la costumbre abolida a resabios que hoy nos parecen reprobables. La única reserva que me planteo al respecto es de orden, digamos, lingüístico: tal como se ha formulado hasta ahora, el conjunto de nombre y apellidos entrañaba un significado. Si yo le revelo a alguien que me llamo “José Manuel Benítez Ariza”, no sólo le estoy transmitiendo el conjunto de letras o fonemas que uso para identificarme, sino que, además, le estoy comunicando, según las costumbres vigentes cuando me impusieron ese nombre y esos apellidos,

LENTEJAS CON FOIE

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El paseo de hoy termina en el bar del NH del Paseo del Prado, donde el amigo J, y yo degustamos unas lentejas con foie y unas manitas de cerdo con sepia... Un capricho dentro de nuestra frugalidad, pues estos paseos consisten principalmente en largas caminatas donde se habla de todo y se deja volar la memoria hasta que aflora lo más insospechado. Esta estancia en Madrid es, sobre todo, una experiencia de regresión, apoyada en lugares, nombres, perspectivas. Y, sobre todo, contrastes. Qué lejos estas lentejas con foie de, pongo por caso, las tortillas con salsa brava para cinco con las que nos dábamos por cenados en el Callejón del Gato, hace veinticinco años... Por la mañana había escrito cinco folios a un espacio, el equivalente a unas doce páginas impresas... Me asusta esta facilidad, que no es tal, sino mera afluencia de datos, escenas y personajes largamente premeditados. No volveré de Madrid con una novela acabada, sino con una deuda contraída, que habrá que satisfacer a lo lar

UNA PROMESA

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Nieve en el Guadarrama, especialmente en la montaña que llaman Bola del Mundo o Alto de las Guarramillas, visible desde la zona de Collado Villalba a donde he venido a pasar el día con una amiga. Frío de sierra, limpio y cortante, bien distinto de ese otro frío un tanto polvoriento y como cargado de pesadumbres que anida en las ciudades, en la ciudad por antonomasia de estos contornos. Ya en el trayecto de ida me sorprendieron los grandes encinares que se extienden desde donde terminan las afueras de Madrid, más allá de la Ciudad Universitaria, y donde empiezan los primeros polígonos y núcleos de población de la Sierra Norte. Extensiones en las que extraviar la mirada, y en las que no desentona del todo la irrupción de un machadiano tren de cercanías. Ya al amanecer, después de la noche hosca, un arcoiris un tanto melodramático puso su nota dulzona y colorista sobre las arboledas de Aluche. Un arcoiris, no hay que olvidar el mito bíblico, es una promesa. Y el día la cumplió.

HIGADITOS

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No, no es que existan una España negra, atrasada y retrógrada, y una España renovada que tenga que vencer la resistencia de la primera para aflorar. Existen dos Españas negras, de signo contrario. Y, en ocasiones, un mismo acicate las saca a las dos a la calle, donde cada una cree estar representando todo lo contrario de la otra. Pero no: representan lo mismo: ignorancia, simpleza, reducción del pensamiento libre a eslóganes más o menos biempensantes, ostentación gratuita de convicciones que se creen irrebatibles, vulgaridad. Y es que las dos ignoran lo esencial: tanto el pensamiento libre como la espiritualidad verdadera -que no deben confundirse con el librepensamiento burdo o con la beatería- son flores que sólo crecen en la soledad. Porque tanto el uno como la otra se traducen -tendrían que traducirse- en formas más depuradas de individualidad. Y qué mal parada queda la individualidad cuando pretende reafirmarse en una masa que vocifera. *** El tiempo ha empeorado; es decir, empiez

CONCIENCIA TRANQUILA

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Sin escribir en este cuaderno desde el miércoles. Y eso que se supone que estos días soy dueño absoluto de mi tiempo. Pero el tiempo tiene a veces un modo particular de llenarse, independiente de los deseos o expectativas de su presunto dueño y administrador. El jueves asistí a un acto literario y luego, para sacudirme las neuras, timideces y demás excrecencias de las que le salen a uno cuando juega en campo ajeno, me metí en un cine, a ver la última de Woody Allen, Conocerás al hombre de tus sueños. Una película bastante sombría, nada apropiada para levantar un estado de ánimo que ese día estaba bastante baqueteado ya por la soledad y las inseguridades. Para colmo, a la vuelta me salté una parada de metro, lo que me obligó a desandar un larguísimo trayecto. Llegué a casa tarde y con pocas o ninguna gana de anotar las vicisitudes del día en este diario. El día siguiente fue mejor. Fui al Archivo de la Comunidad de Madrid y allí me trataron espléndidamente; como si, en vez de estar rec

ORO

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Ya que son tantos quienes se arrogan la capacidad de predecir cuándo será el final de la crisis, o cuáles serán los indicadores que señalarán ese momento portentoso, no creo del todo inapropiado echar yo también mis cartas en el asunto. Podremos estar seguros de que la crisis habrá terminado, me atrevo a diagnosticar, cuando cierren todas las tiendas de compraventa de oro que menudean ahora en el centro de nuestras ciudades. No es que tenga yo nada contra ese negocio, que imagino perfectamente legal y respetable. Sólo que tiene uno sus, digamos, inclinaciones estéticas, y son éstas las que me llevan a postular que ese tráfico de objetos preciosos no debería haber abandonado nunca las covachas del usurero o la fría pulcritud burocrática del monte de piedad, que eran sus territorios naturales, para salir a la luz de las calles céntricas y comerciales. Ni tampoco debería haber cambiado su clientela de siempre –caballeros calaveras, hijos de buena familia arruinados, damas de la alta socie

MENOR DE VEINTICINCO

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Llamar "documentación" a lo que estoy haciendo sería sin duda muy excesivo. Utilizo la prensa del periodo sobre el que pretendo escribir, sí, pero sólo a modo de acicate de la memoria: la ojeo (la hojeo) y dejo que la mente divague y me vaya trayendo ocurrencias, recuerdos, personajes, reacciones, comentarios, etc., que tengan que ver con la historia que tengo entre manos, y respecto a la cual las cuestiones documentales no pueden ser más que un fondo lejano, difuso, porque, de lo contrario, el resultado de mi trabajo se parecería a una mera novelización de los hechos, o a ese antipático ejercicio de Historia ilustrada que lleva a cabo la serie de televisión Cuéntame (de la que, por cierto, sorprendí ayer el rodaje de una escena en plena calle). Nada más inapropiado a mis propósitos, por tanto, que lo que pude hacer ayer en la hemeroteca municipal de Madrid. Su sede está en obras, por lo que han habilitado unas instalaciones provisionales en una especie de casetas prefabricad

LOGÍSTICA

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En un remate de libros situado en la galería central del Carrefour de Aluche encuentro... nada menos que la Odisea en la versión inglesa de George Chapman; la misma sobre la que escribió Keats un memorable soneto, en el que compara las impresiones recibidas en su lectura con las que debió de sentir el conquistador Cortés (me imagino que el poeta quiso decir Núñez de Balboa) cuando contempló por primera vez el Pacífico desde las costas de Darién. ¿Quién dice que las grandes creaciones del espíritu rehúyen el contacto con el común de los mortales? Ahí estaba esta joya -tres, cuatro ejemplares de la misma-, en las puertas mismas del Carrefour, en un tenderete; y al mismo precio que, pongo por caso, una bolsa de nueces peladas (lo digo porque compré una, para aviarme una ensalada Waldorf para el almuerzo). *** Tal vez este descubrimiento me resuelva el problema logístico del que hablaba ayer: sí, esta modesta edición en rústica cabe en el bolsillo de mi abrigo; con lo que, mira por dónde,

COMPAGNON

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Leo Las ilusiones perdidas , de Balzac: un buen novelón para llenar muchas horas solitarias, y uno de esos compagnons que nunca dejan de proporcionar alguna idea útil a quien está en trance narrativo. Me acuerdo también de mi reciente lectura de Proust. Cuánto debe este último a Balzac. Y qué poca distancia hay entre los numerosos retratos de encuentros de sociedad que hace el primero y las páginas que su predecesor dedica, por ejemplo, a la fiesta que da madame de Bargeton para presentar en sociedad al arribista Lucien de Rubempré. (Y qué poca, también, la que separa al innominado protagonista de À la recherche... de este último personaje; sólo que, en el caso de Proust, su trasunto queda fuera de la acerada mirada que el autor dedica al resto del elenco; lo que no deja de ser una debilidad, después de todo.) *** Para lo que no sirve este novelón de setecientas páginas, desde luego, es para distraer los largos trayectos en metro desde el menesteroso y honrado barrio de Aluche al ce

APPLE MARTINI

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Largo paseo matinal por Madrid. Llueve, escampa, llueve, escampa. Se enfunda uno el gorrito de pescador que saca los días de lluvia, y, cuando menos se lo espera, siente el sol calentando la tela impermeabilizada. Día extraño, un sí es no es desazonador, como la propia circunstancia en que me hallo. Tengo un mes por delante para explorar estas sensaciones de la soledad. Ah, sí, se me olvidaba: y para encarrilar una novela de la que ya tengo el ambiente, los personajes, el final..., pero no lo que ocurre en medio, que es lo que he venido a descubrir. *** Mientras tanto, mis pasos me llevan a una exposición sobre Fellini y su mundo. En principio, una recopilación algo complaciente de lugares comunes en torno al cineasta. No hay, como suele ocurrir en estas ocasiones conmemorativas, ningún intento de separar lo mejor de lo menos bueno. Y eso que lo mejor de Fellini ( La Strada, Las noches de Cabiria, La dolce vita ) puede figurar, sin lugar a dudas, entre lo más granado que ha deparado el