A raíz de lo que anoté el otro día a propósito de los nombres de los pájaros, repaso mis Cuatro nocturnos , de 2004, un libro escrito bajo el influjo directo de mis veranos en Zahara de la Sierra, que fueron los de la infancia de C., y en el que se habla mucho de pájaros, porque éstos eran un elemento importante de la música, los ritmos, el modo de despertarse e irse a dormir, de esos veranos. La familiaridad adquirida con ellos, y apoyada en la información aportada por gentes del lugar, me permitía entonces hablar con propiedad de algunas especies, de sus cantos, de su modo de hacerse presentes y más o menos visibles. Así arrancaba el poema final del libro, que lo es por describir uno de esos característicos "coros del alba" que establecen los pájaros al romper el día: Primero, la disputa matinal de los grajos, su estruendo de enseres arrastrados, de tejas percutidas por el viento. Luego, el gorrión y su gorjeo cauto, como quien se asegura de no estar solo entre ext