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Mostrando entradas de octubre, 2011

REALISMO MÁGICO

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Silencio de mañana festiva, solamente interrumpido por una feroz pelea de gatos al pie de mi ventana. Se ve que casi todo el mundo anda disfrutando el "puente". Yo también, a mi manera: me he levantado temprano para revisar las segundas pruebas de Ronda de Madrid , que encontré anoche en el correo, a mi vuelta de la sierra. Obligaciones del ocio, diría uno, apelando a esa atenuante para aminorar la evidencia de que las ocasionadas por la literatura son tan absorbentes como las de cualquier oficio. Trabajo a destajo, sí, incluso en el puente festivo. Ya se sabe: Sarna con gusto ... Pues eso. *** Inesperada plaga de hormigas aladas. Me las quito del jersey, las barro del patio, las piso por la calle... Y pienso, no sé por qué, en el realismo mágico , y en Macondo... *** Plaga, también, de excursionistas. Pardillos. Ruidosos, impertinentes. Enjambres de niños en torno a despreocupadas madres treintañeras. "¿Tuvimos nosotros alguna vez ese aspecto?", le pre

TEMPORAL

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El temporal ha empujado montones de algas a la orilla. Desde esta ventana percibo su olor: una mezcla de césped recién cortado y yodo, con un toque a pescado fresco. Es un dolor estimulante: una especie de poderoso cóctel de esencias naturales, que enardece el ánimo y parece apelar a nuestra postergada conciencia de no ser, en el fondo, más que una mezcla similar de sustancias entreveradas entre sí por un sinfín de reacciones químicas. Se siente uno parte de ese pudridero primordial. Y lo agradece. *** Me leo a mí mismo antes de acudir a este "taller de lectura" dedicado a un viejo libro mío. Y no me reconozco. Y cuando constato que el tema principal de esa colección de relatos era el deseo de ser otro, me veo en la obligación de asentir humildemente. Es lo que tienen los deseos: casi siempre se cumplen. *** Sigo sin tiempo para nada. En eso también se cumple, de manera perversa, ese antiguo deseo de no ser quien se es: sin mi tiempo, no soy yo.

ANSIEDADES

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Se van espaciando las entradas de este diario. No por cansancio, ni por falta de cosas que escribir (¿habrá asunto más inagotable que el egotismo?), sino por... interferencias externas. El tiempo, ese bien insuficiente. Y qué mejor manera de ganarlo -de acopiarlo para uno, por así decirlo- que perdiéndolo de este modo.  *** Oigo o leo, mientras tanto, las numerosas declaraciones solemnes que han seguido al anuncio de que Eta abandona su actividad terrorista. Y me acuerdo, no sé por qué, de La guerra de nuestros antepasados , una novela de Delibes que yo conozco en su versión teatral, que vi hace años en el Círculo de Bellas Artes, protagonizada por un lloriqueante José Sacristán... Lo de lloriqueante lo digo en más de un sentido; porque, aparte de que el monólogo fue dicho en un monocorde tono de gemido, que desde entonces asocio a la voz de ese actor, como ciertos olores relacionados con determinadas circunstancias parecen hacerse notar incluso cuando objetivamente no hay moti

LA ILÍADA EN EL BOLSILLO

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Corregidas las primeras pruebas de Ronda de Madrid . 366 páginas entre sábado y domingo. Me duele la espalda, las piernas, el hombro tocado de tendinitis, tengo la vista cansada... Y la sensación de que los libros no sólo se escriben: también se tallan.  *** Claro que también hubo tiempo, por la noche, para salir a tomar algo. Y a constatar los limitados efectos  benéficos de la crisis, que los tiene. En este restaurante relegaban antes a un incómodo vestíbulo, donde había que comer de pie, a quienes venían sólo a picar algo: el comedor estaba reservado para quienes hacían una comida completa. Ahora no: me extraña encontrar el vestíbulo medio desmantelado, y que me hagan sentar, con todos los honores, en una mesa con mantel y el cubierto completo. Comparto con M.A. tres generosas raciones, que apenas si podemos terminar. Y, al final, nos invitan a copa y todo. Saben que, si no es así, no tendrían siquiera la exigua clientela con la que todavía cuentan. Y que no hubieran perdido,

EL PULSO

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Se acerca uno a este cuaderno, después de varios días sin hacerlo, con cierta prevención... Como temeroso, no sé... de haber perdido el pulso. *** Con estos artefactos, en fin, vamos construyendo, no sólo la memoria individual, sino la colectiva. Y por eso toca en mí cierta fibra cordial la mención que Antonio Rivero hace en su blog del poeta irlandés Theo Dorgan, al que conocí en unas jornadas de traducción que organizó la Asociación Cultural Sansueña hace unos años. Tenía algo de imposible lo que se perseguía en esos encuentros: llevar a cabo la traducción "colectiva" de la obra de dos poetas invitados, el mencionado y el canadiense Robert Bringhurst. El libro del primero, La hija de Safo , se publicó poco después en Hiperión; el del otro, por razones que desconozco, permanece inédito hasta la fecha, al menos que yo sepa. Pero lo que recuerdo de esas dobles jornadas -que tuvieron lugar en Granada, primero, en marzo del 2000, y unos meses después en Córdoba- fueron l

BASTA UNO

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Las terrazas de la calle comercial de U. estaban atestadas. Era la terrible hora de la sobremesa, que en otras ciudades vacía las calles y descorazona a aquellos que, por inadvertencia o por un cálculo erróneo de sus apetencias y sus fuerzas, se hallan fuera de casa. Aquí no: aquí la gente se entrega alegremente al placer de tomar café en compañía y devorar, como hacemos nosotros, un gran paquete de dulces. Y hay tanta alegría en el ambiente que nos parece haber retrocedido a otros tiempos, si no menos apesadumbrados, sí más optimistas; porque, aunque las condiciones objetivas fueran entonces más duras que las de hoy, el designio de la época era mejorar, y se daba por seguro que el hijo alcanzaría a vivir con más desahogo que el padre, por ejemplo. Y algo de eso hay en esta multitud compuesta mayoritariamente de parejas jóvenes: una especie de añoranza de la sencillez de la vida en otros tiempos. Pocos minutos antes hemos visto pasar un cortejo de boda. Todo el pueblo parece celebra

AGRADECIDO

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La diferencia entre escribir prosa y poesía bien pudiera ser ésta: al terminar un trabajo en prosa, uno se siente más o menos cansado y, a lo sumo, satisfecho; al terminar un poema -o al creerlo momentáneamente terminado, aun a sabiendas de que esa percepción puede cambiar- uno se siente, además, agradecido. *** ¿Cómo retractarse sin poner en cuestión los fundamentos mismos de todo lo hecho hasta ahora? Mejor, aceptar el cambio de criterio como una simple variación del gusto. Y si ahora lo discursivo, en poesía, me cansa, no será porque me parezcan inválidos los presupuestos de buena parte de la poesía que he leído, e incluso alguna de la que he intentado hacer, en los últimos treinta años, sino porque, simplemente, busco el placer y la sorpresa en otros recursos. Más sencillos, quizá. Y más efectivos, digo yo, cuando la mera elocuencia deja de convencer.  *** Si acaso, el esfuerzo que supone la poesía resulta más elegante que la ardua brega de la prosa: se parece más a las

RHETT

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Dedicamos la mañana del día festivo a pasear por la playa. Tiene algo de despedida este paseo: de la luz y las temperaturas del verano demorado. Pero es también, a su manera, una inauguración de temporada. A lo largo de la orilla vamos saludando a conocidos. Es como si la ciudad entera hubiera decidido dejarse ver en lo que hoy por hoy parece ser su avenida más populosa: la larga franja de playa que la recorre de extremo a extremo. Y me siento como Rhett Butler cuando empujaba el coche de bebé de su hija por los bulevares de Atlanta e iba cosechando los saludos algo reticentes de sus vecinos... *** Porque, desde luego, la historia íntima y secreta de la ciudad tiene su miga, no menos comprometedora que la mala fama que el marido de Scarlett O'Hara intentaba conjurar. Me cuenta esta joven amiga escritora las zozobras que andan sufriendo algunos colegas nuestros, hasta hoy bien colocados, ante la posibilidad cierta de perder sus sinecuras por obra de los cambios políticos que

SWEET SILENT THOUGHT

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Creo que fue Quentin Bell, en la biografía que hizo de su tía Virginia Woolf, quien dedicó un extenso párrafo a recordarle al lector las exigencias que el trabajo doméstico suponía para la mujer en una época en la que no existían neveras ni lavadoras. Me acuerdo de ese pasaje al leer el libro de recuerdos que Jessie Conrad, la mujer del autor de Lord Jim , escribió sobre su marido. Si, como suele decirse, ningún gran hombre lo es del todo para su criado, mucho menos lo será para su mujer. Y menos si ésta era, como ocurría en los tiempos victorianos, la principal y a menudo única responsable de la intendencia doméstica. Y a la que se le exigía, como era el caso de estas desdichadas mujeres de intelectuales, también una cierta comprensión de la grandeza del trabajo al que andaban consagrados los maridos. De la obra cabría decir lo mismo que de sus autores: ninguna tan grande, en fin, que su empeño no parezca un poco ridículo visto desde el ojo de la cerradura del cuarto de planchar. 

PUDENDAE

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"Cuando el ambiente es mezquino el ánimo se abate". Decía bien Fernando de Puelles. Y decía muchas más cosas, en una prosa entre sentenciosa e intimista, en ese olvidado y hoy inencontrable dietario que llamó Oscura voluntad . Lo he releído estos días. Nuestro ejemplar está dedicado a M.A., que era una de las integrantes de aquella expedición de veinteañeros que fue a presentar sus respetos al escritor una mañana de septiembre de 1987. El autor debió de advertir su timidez de entonces: "A M.A., que habló poco, pero tuvo el don de la atención"... No puedo evitar cierta emoción al tener este libro entre mis manos. Y sobre todo, al comprender que lo que en él se dice estaba dirigido, no al jovenzuelo que yo era entonces, sino al hombre entrado en años que soy ahora. El veinteañero aquel lo juzgó, quizá, con cierta displicencia. "Está bien -debí pensar- pero no es...". Y en esos puntos suspensivos estaba todo lo que yo esperaba entonces de la literatura: que

EXPLOSIÓN

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Algunas obligaciones sobrevenidas me han hecho pasar dos tardes fuera de casa. Y como tampoco esas obligaciones han sido, en fin, tan extenuantes como su mera formulación pudiera hacer pensar, me han permitido, de paso, disfrutar de dos tardes absolutamente esplendorosas, en las que la benevolencia del verano atenuado que andamos viviendo se ha fundido con las sutilezas iniciales del otoño. Tardes de colores intensos y saturados, sobredorados por la luz decreciente, y en las que la concurrencia humana, despojada de muchas de esas aparatosas superfluidades de las que nos ha ido privando la crisis, parecía feliz por el mero hecho de disfrutar de los beneficios del aire libre. Caigo en la cuenta de que, en los últimos dos años, apenas he disfrutado de tardes como éstas. El mundo cuenta con dos novelas más (que tampoco leerá mucha gente); pero, a cambio, yo he perdido quizá un centenar de ocasiones de sentirme en armonía con la vida y con mis semejantes. Y eso no tiene precio. *** L

CULPABLE

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Más apreturas en el autobús. Como se nos va poniendo cara y aires de pobres, la compañía debe de haber creído conveniente tratarnos como a tales. Y así vamos, apretujados y zarandeados, y en alegre promiscuidad, compartiendo secretos -esa chica que lee por encima de mi hombro el libro que yo leo, esas locuras de fin de semana que me llegan fragmentariamente del asiento de delante- y algún que otro roce corporal. Sólo faltan las gallinas y las fiambreras con tortilla de patatas. Aunque todo se andará, porque el bienestar y las sutilezas a él  asociadas son, como muy bien dice Josep Pla en su Viaje en autobús , perfectamente reversibles; y, al igual que él echaba de menos, en 1942, las altas cotas de prosperidad y civilización alcanzadas en 1905 ó 1910, puede que llegue un día en que uno añore, no sé, los niveles de refinamiento y riqueza conocidos en 1990 ó 2000, pongo por caso.  *** También hay un inconveniente aparejado a las labores de bibliotecario: de tanto darles vueltas a

TENTACIONES

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El viento de levante, que en la costa sigue siendo caluroso, se enfría considerablemente en su ascensión a la sierra y llega a estos pagos en una sucesión de ráfagas cortantes, que traspasan la ropa todavía veraniega y anticipan un malestar que pronto se hará permanente; y que durará, me temo, hasta mediados o finales de mayo.  Eso sí: después de estos leves anticipos, no podremos reprocharle que no nos haya avisado. *** Me cuenta este amigo pintor una anécdota que, miren por donde, me recuerda uno de los cuentos que acabo de leer en Historias de un dios menguante , el excelente libro de relatos de José Mateos. En "Hora de cobrar", en efecto, se cuenta cómo un pequeño comerciante al que un mafioso local le adeuda un dinero se atreve a reclamarle a éste su deuda; y cómo el mafioso no sólo la salda, sino que pone en las manos del acreedor el doble de la cantidad adeudada, a cambio de una sobreentendida promesa de complicidad futura en no se sabe qué ignominiosos desig