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Mostrando entradas de abril, 2012

PALAEMON ELEGANS

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Para capear la mañana meteorológicamente desabrida, vemos Trono de sangre  de Kurosawa. Y el mal tiempo -esas nieblas persistentes, ese bosque que literalmente camina bajo la bruma, como reza una ominosa profecía- se nos mete en el ánimo, y ya no hay diferencia entre el clima físico, tan alterado, y el moral, que tan tempranamente acusa -y queda aún más de medio día- el malestar dominical. *** Por eso el día anterior, pese al mal tiempo, nos echamos a la calle. Mañana cervecera, como las de los desocupados que tanto envidiamos cuando los vemos tomando el sol en las terrazas en los días laborables. Comenzamos en el bar que nos parece más al caso, y que ocupa una populosa esquina en la que, según reza una lápida, ha habido un bar desde 1813 -aunque es dudoso que pueda establecerse una filiación lineal entre el tabernón de hace doscientos años y el moderno establecimiento de treintañeros que ocupa hoy su lugar. Digo treintañeros porque ése es el sector de edad que parece predomin

UNA FOTO

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José Cereijo y un servidor en la librería madrileña Tres Rosas Amarillas, en la presentación de Ronda de Madrid (24/4/12). ( Diario de Cádiz , 26/4/12)

CÁDIZ-MADRID-CÁDIZ

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El tren semivacío e insólitamente silencioso. Nadie habla a gritos, nadie vocifera ante su teléfono móvil. Me fijo en que los cuatro ocupantes de la fila que ocupo vamos leyendo: mi compañera de asiento, una guía de Budapest; yo alterno lo último de Fernando Iwasaki con un dietario de Antonio Moreno; mientras, al otro lado del pasillo, un hombre lee El arte de la guerra de Sun Tzu, y la mujer que ocupa el asiento contiguo, que es japonesa, hace lo propio con un libro en su idioma... Y pienso que un mundo en el que los gustos lectores estuvieran repartidos más o menos de esta manera no sería del todo inhabitable. *** Lleno absoluto en la presentación de mi novela, e incluso algunas personas de pie. Claro que sólo había quince sillas. Pero para qué enturbiar la crónica del acto con un detalle sin importancia. Teniendo en cuenta, además, que aquellas quince personas resumen muy bien, por el mero enunciado de la relación que les une conmigo, mi propia historia con la ciudad, casi

CARNE DE LIBRO

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Las páginas finales de El tiempo es un sueño pop , la espléndida biografía de Terenci Moix que ha escrito Juan Bonilla, me traen a la memoria algún momento aislado de mi vida en el que esa existencia ajena adquirió relevancia de testimonio directo, incluso privado y particular -quiero decir, anterior a la trascendencia mediática que solían tener todos y cada uno de los gestos del biografiado-, y adquirió un relieve más preciso y personal. Fue unos años antes de la muerte del personaje. Un conocido periodista catalán me había citado en el Hotel Atlántico, de Cádiz, para sondear no sé si mi predisposición o mis aptitudes para colaborar regularmente con un periódico del grupo editorial para el que él trabajaba. Yo nunca me había visto en otra igual. Le llevé, por petición suya, un dossier con artículos míos publicados en la prensa andaluza, y quedamos en que en unos días se concretaría el resultado de su gestión. Pasamos luego a otra cosa y, no sé por qué, este hombre terminó hablándom

CACERÍAS

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Casi me da pereza opinar sobre lo del rey. Sí, yo también me indigné cuando supe que el monarca estaba en África matando elefantes, y que nos hemos enterado por la fatalidad de haber sufrido el hombre un accidente. Lo que ha llenado las barras de los cafés de este país de declaraciones grandiosas sobre a) la inoportunidad de que un monarca se vaya de safari mientras sus súbditos padecen los rigores de una severísima crisis económica; b) el secretismo con el que la Casa Real lleva sus asuntos; y c)  la pena que nos da que maten a los pobres elefantes. Ya digo, yo mismo he suscrito acaloradamente esos juicios. Pero, on second thoughts , se me ocurren algunos atenuantes: 1) no creo que ninguno de los que así hemos opinado estuviéramos dispuestos a privarnos de cualquier capricho con el que pudiéramos regalarnos en consideración a la calamitosa situación del país; 2) los reyes tienen vida privada para algo más que para satisfacer el gusto de la plebe por las novelas rosas en las que l

LILÍ BARCELONA

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Leo con más que agrado la biografía que Juan Bonilla ha hecho de Terenci Moix; partiendo del hecho de que, en sintonía con lo que confiesa el propio biógrafo, este escritor no era, no es, de los que más me atraen, exceptuando algún cuento suyo que leí tempranamente, como el titulado Lilí Barcelona , que en su día -primeros ochenta, cuando cayó en mis manos la antología de narrativa breve catalana en la que se incluía- me pareció que respondía, como otros tantos signos externos del momento, al afán de emancipación personal que estaba a punto de materializarse en la vida cotidiana de quienes accedíamos a la vida adulta en esos años. Lilí Barcelona , en efecto, es un cuento de los sesenta que se leía muy bien en los ochenta, porque parecía escrito para quienes habíamos de leerlo veinte años después. Pronto, ya digo, el personaje mediático y autor de best-sellers eclipsó al autor de aquel cuento revelador. Y ahora Juan Bonilla se encarga, no tanto de rehabilitarlo -que tampoco lo necesi

DEFINITIVAMENTE

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Definitivamente, no nos gusta Elia Kazan. El ciclo casero que nos hemos hecho en las últimas semanas ha desmontado las últimas esperanzas que teníamos puestas en un director de cuya ambición ética y estética no dudamos, pero cuyos resultados quedan siempre muy por debajo de las expectativas suscitadas.  Mar de hierba ( The Sea of Grass , 1947), por ejemplo: una mezcla -casi copia literal a ratos- de elementos de Duelo al sol , el excelente western teatral de Vidor, estrenado sólo un año antes, y de un conjunto heterogéneo de imitaciones que incluyen un homenaje casi explícito a El viento , la gran película muda de Victor Sjöstrom; pero que, a pesar de tan nobles componentes, no pasa de ser un melodrama barato, del que sólo sorprende lo explícito del flagrante adulterio que comete la protagonista (Katharine Hepburn) y la confusa amalgama, casi bergmaniana, de amor, odio y culpa que afecta tanto a la adúltera como a su energuménico marido. Quizá lo que ahoga a esta película, como a ot

EXPOSICIÓN

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Le comento a este amigo, que es policía municipal en un pueblo cercano, que estoy leyendo uno de los casos de Plinio, su colega en la ficción. Y le pregunto si, en su día a día, alguna vez ha afrontado un caso que le haya obligado a efectuar una pesquisa detectivesca, al modo de las que efectúa en sus novelas esta especie de Sherlock Holmes manchego, encarnado por el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso. "Una vez", me dice. Y me cuenta que, intrigado por una sucesión de robos que hubo en el pueblo, ideó un método casero para identificar las huellas del presunto ladrón. Cuando acudió al juez con los resultados, éste desestimó un tanto burlonamente su trabajo, por no ajustarse a los estrictos protocolos procedimentales que, al parecer, han de seguirse en estos casos. Lo que me hace caer en la cuenta de que las pesquisas del personaje de Francisco García Pavón tampoco se ajustan a protocolo alguno, y serían de dudosa legalidad en un estado de derecho. Con toda su bonhom

PALABROS

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Menciona García Pavón en Una semana de lluvia que en Tomelloso llaman, o llamaban, "melones de agua" a las sandías. Como en inglés: watermelon . Lo que me lleva a imaginar la clase de palabros que engendraría el idioma si el paralelismo se extendiera a otras acuñaciones verbales: "manzanas de crema" ( custard apples ) por "chirimoyas"; "planta huevo" ( eggplant ) por "berenjena", etc. Aunque esa manera de componer no parece ajena a los habitantes de la Mancha: el propio Tomelloso debe su nombre, nos dice el autor, a un Tomillar del Oso. Lo que me recuerda que no hay idioma que no se retroalimente de etimologías más o menos fantásticas, de formaciones que deben más a la imaginación arrebatada de los hablantes que a la lógica, o del puro capricho. Lo que, después de todo, no le sienta del todo mal a la comunidad entre idílica y extrema -un dulcificado trasunto de la España Negra- que se retrata en ésta y otras novelas del creador de Pl

NO ESTIRA

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"Para... Como recuerdo de mi paso por Cádiz, con un saludo especial de su ya amigo..." . Así reza la inesperada dedicatoria que encuentro en este impecable, aunque algo amarillecido, ejemplar de Una semana de lluvia , la novela de Francisco García Pavón que he empezado a leer para hacer una pausa entre tanta lectura de mayor empaque. Me encantan -lo he dejado dicho aquí otras veces- las novelas de Plinio, el Sherlock Holmes de Tomelloso. Todas las que tengo de este personaje las he comprado en la librería de viejo de R., en Cádiz. Ésta en particular, ya digo, daba la impresión de no haber sido ni siquiera hojeada por su anterior dueño. Cuando la compré, no vi la dedicatoria, fechada en febrero de 1974. Muchos años los treinta y ocho que separan ese discreto rasgo de amistad de la indiscreción que ahora cometo al copiarlo en este cuaderno público... El destinatario del regalo no debió de echar mucha cuenta del mismo: al tacto, la sensación que produce un libro abierto página

OFICINA

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Hacía cinco o seis semanas que no llevaba a cabo lo que llamo "mi rutina"; lo que demuestra, entre otras cosas, que la rutina no lo es tanto, o no es más que una creación de la fantasía de uno. El caso es que obligaciones laborales sobrevenidas, citas médicas, días de vacación y compromisos diversos impedían el normal desarrollo de una tarde como ésta: una breve siesta, el paseo hasta las chicas del masaje en el hombro, el aprovechamiento de la salida a la hora de apertura de los comercios para hacer algún que otro mandado, el rato ante el ordenador... Hoy -escribo esto la tarde del lunes- el programa se ha cumplido escrupulosamente. Con una diferencia: la luz no es la de hace cinco semanas, como tampoco lo es el paisaje humano ni la predisposición de uno hacia ambos. Hace cinco semanas las tardes eran todavía frías y el ánimo andaba resentido por los catarros invernales. La luz era huidiza, el ambiente gris. Y la gente, en consonancia, andaba cariacontecida y sin muchas ga

A LA OLLA

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La esplendorosa tarde de domingo desmiente el carácter lluvioso y plomizo de la semana precedente. Es signo de nuestro descontento con nuestra suerte que tengamos la percepción -justificadísima en este caso- de que el clima parece confabularse para ser adverso justo en los días de vacación, y viceversa. Pero lo cierto es que estos días húmedos y oscuros han obrado también su efecto sobre el ánimo: encaraba uno la semana de vacaciones como un periodo en el que alternar los trabajos del ocio con largos paseos y excursiones al aire libre, en lo que prometía ser una versión bucólica y campesina del ritmo de trabajo que logré establecer para mi novela en las semanas madrileñas que dediqué a documentarla e iniciarla: la mitad del día ante el ordenador, la otra en la calle. En este caso el material era otro -unas decenas de poemas, o bocetos de poemas-, respecto a los cuales esperaba alcanzar ese subjetiva sensación de estado de gracia que te permite dar por buenos los toques finales, a la

MELANCOLÍAS

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Me apena encontrar tantos errores en la traducción de este hermosísimo libro de recuerdos infantiles de Thomas de Quincey. Y me apena más todavía por la evidencia de que el traductor no es malo, y consigue dar a su texto castellano un empaque retórico similar al original. ¿Entonces? Tal vez la explicación sea que el traductor es joven y le faltan lecturas. Si no, no se entiende. Pongo algunos ejemplos. Al final del capítulo primero, en el que el autor da cuenta del ambiente social y político de los tiempos de su padre –es decir, la segunda mitad del siglo XVIII–, se mencionan algunos personajes influyentes del momento, entre ellos un tal Erskine, al que el texto castellano sitúa “al mando del bar ” –las cursivas son mías–. Y me quedo pensativo. ¿Qué bar sería éste, cuyo mando genérico corresponde al famoso personaje? ¿Había bares en el siglo XVIII? (No los había, evidentemente, y su equivalencia más cercana correspondería a tabernas, posadas, hospederías, etc.) La palabra, ademá

A PRIORI

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Para romper un poco la reclusión me he venido al estudio de J.A.M., a escribir mientras él pinta. Está haciendo un cuadro de gran formato (dos por tres metros, más o menos) que representa un puñado de ovejas avanzando por una cañada en dirección al espectador. Las alambradas que delimitan la cañada, a ambos lados, las líneas de las colinas del fondo y la hondonada de un arroyo bordeado de su correspondiente vegetación de ribera subrayan la perspectiva cónica en la que se ordena el conjunto, creando como un embudo en el que irrumpe una poderosa luz algo esquinada en relación al espectador, pero que, al incidir sobre los lomos de las ovejas y del todavía problemático pastor (J.A.M, aún no lo da por resuelto), subrayan su inmersión en este espacio unificado por la perspectiva. Pese a que lo dicho parece apuntar a que el cuadro obedece a un planteamiento geométrico, nada más lejos de la realidad: la escena responde a un estricto realismo cuasi fotográfico. Y es la realidad, en este caso,

CONCIERTOS

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Para apreciar su performance el espectador tiene que desplazarse. Y sí, en efecto: a cada paso que da va distinguiendo los distintos sonidos que el intérprete arranca de los variados instrumentos que pulsa, roza, golpea, o por los que simplemente desliza la mano. Gran multiinstrumentista,  la lluvia. *** Al concierto auditivo sigue, en cuanto escampa, el de los olores. Olor a tierra mojada, a mampostería fresca, a piedra lavada, a vegetación vivificada. También, en donde el agua ha removido desagües y cañerías, a sentina. Pero la impresión general es de limpieza; y, por así decirlo, de reintegración: éste debe de ser el olor primigenio de las cosas, que la lluvia ha venido a devolvernos. *** Pero como también hay que atender los asuntos de intendencia, acudo al restaurante de mi amigo S., en el que he apalabrado que me sirvan el menú del día incluso en estos días vacacionales en los que sólo se puede comer a la carta. No me arrepiento. Un sustancioso plato de “sop

FUEGO

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Según el estado de ánimo del observador, la lluvia limpia o… deshace. *** En la sierra, solo. Traigo conmigo la treintena de poemas que, casi sin darme cuenta, he escrito desde el pasado otoño hasta hoy. Muchos, sí, como para contradecir la sensación de inactividad que tengo desde que di por terminada mi última novela. La poesía supone una disposición de ánimo y una cierta actitud de búsqueda formal, antes que el tesón y la disciplina, traducidos en horas de trabajo, que exige la novela. La poesía es discontinua. Con todo, hay un momento en que sus resultados han de ser sometidos a examen, y para eso he venido aquí: para procurarme las horas y la concentración necesarias para ese examen. Me acompaña la lluvia. Me acompaña K., que ronda por la casa, algo extrañada de este nuevo arreglo en su siempre impredecible familia. Los gatos, como los niños, son poco amigos de las novedades, y siempre acogen éstas con escepticismo y desaprobación. Algo de esto noto en la actitud de K.,