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Mostrando entradas de junio, 2012

DÍAS CONTADOS

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Para los articulistas que nos ocupamos de lo nimio suele ser siempre una gran ocasión el momento en el que la Real Academia anuncia la admisión de nuevas palabras en el diccionario. Y no porque se tome uno a la ligera las decisiones de la docta institución. Todo lo contrario: esa ampliación suele ser un impagable catálogo de las modificaciones del diario vivir que han quedado registradas en el lenguaje cotidiano. Y, además, muestran, por qué no decirlo, el lado tierno de la Academia, su deseo de agradar, su pretensión de sacudirse su extendida imagen de institución rancia y ajena al pulso de la calle. Lo malo es que muchas de esas decisiones se toman tarde, o con prevenciones innecesarias, o afectando unas pretensiones de modernidad cultural, política y social que muy pocos se creen.  Les pasa a los académicos como a esos padres que intentan utilizar el lenguaje de sus hijos y sólo consiguen que éstos se rían o se avergüencen de ellos. Ocurre con palabras como la recién admitida

A MEDIAS

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De Ratas en el jardín ,el dietario que acaba de publicar el mallorquín Valentí Puig, y que se refiere al año 1985, me interesa sobre todo, y por motivos particulares más de una vez aireados en este cuaderno, el modo en el que la época se manifiesta en lo escrito. No es lo mismo escribir in situ -in tempore , diríamos- que retrospectivamente.  Sólo en el segundo caso cobra alguna importancia -aunque no demasiada, si se saben medir las cosas- el atrezzo ; en el primero, lo normal es que éste pase desapercibido; o que sólo se manifieste cuando la extrañeza que pueda causar contrasta, no con los valores y referencias actuales, sino con los pasados. Así, lo que al autor de este dietario llama la atención de determinados personajes es, por ejemplo, que se hayan cortado el pelo que antes llevaban largo; o que beban -él mismo lo hace- vino blanco, en vez de los licorazos de discoteca que se pusieron de moda la década anterior. Más interés tienen otros detalles. La irrupción de los diseñador

INCONTINENCIAS

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Gastroenteritis. La sensación de que el vientre descontrolado, la anómala absorción de líquidos y la llamada "dieta blanda" te dejan sin centro de gravedad. Flota uno ahora, ayunado y vacío, en la esfera de los espíritus puros. De donde nunca debió uno salir, ay. *** En realidad, el efecto más grave de este trastorno es que, mientras dura, hace pivotar tu vida en torno a ciertas instalaciones higiénicas elementales, de las que conviene no alejarse demasiado. Y se acuerda uno, bajo esta afección de casi incontinencia, de algunos grandes incontinentes crónicos, como lo fue, por ejemplo, el cineasta y director teatral Ingmar Bergman, que exigía por contrato que le construyeran un retrete a pocos pasos de los escenarios donde debía trabajar. O de cierta encumbrada dama del panorama político nacional, a la que protocolariamente se le debe -eso dicen las malas lenguas- ese mismo trato. *** Por eso mismo ayer me quedé en casa, en lo que fue una mañana bastante productiva

EN HELSINKI

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Encuentro en la playa a este escritor amigo. "¿Qué? ¿Y tu novela? ¿Qué tal la gira triunfal?" Y le digo que bien, que en todas las presentaciones -que han sido cuatro- estuve arropado por un público cariñoso y cómplice. "Lo otro", añado, "como siempre. Un desastre". Me comunica entonces este amigo, como para animarme, que se ha materializado ya un viejo proyecto en el que nos embarcaron hace meses, o años: la publicación de una selección de cuentos de autores locales... en finés. El libro en cuestión acaba de presentarse en Helsinki. "Bueno, si no nos leen aquí, al menos nos leerán en Finlandia", le digo. Lo que, después de todo, es un consuelo. *** Bien mirado, dos escritores en bañador no parecen propiamente escritores. Lo que dice algo a favor de que el pobre aliño indumentario que gastamos la mayoría tiene mucho de calculado. Y que, sin el disfraz, no somos nada. *** Lo curioso de la actitud de algunas mujeres respecto al topless

LOS DEL NORTE

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Lo que llamo "la conexión norteña", la relación de afinidad más o menos expresa y amistad, aunque sea reducida a los términos de la sociabilidad literaria, que tengo con algunos escritores más o  menos de mi edad procedentes del norte de la Península. Se mantiene desde hace más de un cuarto de siglo, y no sabría decir cuál fue su origen. ¿El que esos -entonces- jóvenes escritores del norte percibieran como grupo afín -y, en algunos aspectos, creo, ligeramente aventajado- a los que nos movíamos en el eje Cádiz-Jerez-Sevilla y nos aglutinábamos en torno a revistas como Fin de Siglo , Contemporáneos , Renacimiento , el suplemento Citas , etc., y teníamos como referentes, entre los escritores de la generación anterior, a Francisco Bejarano, al editor, además de poeta, Abelardo Linares, al crítico y poeta Fernando Ortiz, etc.? Ellos tenían a José Luis García Martín y a Víctor Botas, tenían la tertulia del café Oliver, en Oviedo, las revistas Escrito en el agua y Reloj de Arena.

ALEMANIA

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Conocí hace unos meses a una muchacha que acababa de regresar a España después de haber tenido durante años un empleo fijo como profesora de español en Alemania. Cuando se le preguntaba por el motivo de su regreso, decía que había sido por amor. Y entre quienes la escuchábamos había quien meneaba la cabeza, quizá porque pensaba que, en tiempos tan complicados como los que atravesamos, no hay amor que merezca el sacrificio de un puesto de trabajo seguro.  También conocí hace tiempo, en una zona de huertas de un hermoso pueblo de la sierra de Cádiz, a una anciana alemana que vivía en un caserón solitario, en compañía de una docena de perros. No hablaba español, y su único interlocutor era un viejo hortelano que en su juventud había trabajado en la construcción del estadio y villa olímpica de Múnich, en vísperas de las trágicas olimpiadas que se celebraron en esa ciudad en 1972. Por él supe que la mujer no estaba en sus cabales, y que su monotema era la creencia de que los lugareños

PAYASOS

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Días en los que me despido de gente y -milagros de la moderna sociabilidad apoyada en la tecnología- reencuentro a gente con la que había perdido el contacto hace muchos años. Extraña sensación de que al azar que rige estas despedidas y reencuentros le queda ya, respecto a uno, muy escaso margen para el ilusionismo sentimental. Dices adiós con la sensación clara, no sólo de que es muy posible que no vuelvas a ver jamás a la persona a la que despides, sino de que... te es igual (y no por falta de simpatía tuya hacia esa persona, o viceversa, sino porque das ya por descartado incluso el inocente ritual de intercambiar teléfonos y direcciones a las que sabes de antemano que nunca vas a recurrir). Y en cuanto a los reencuentros, igual: qué poco cambiamos con los años; qué pocas sorpresas las que somos capaces de deparar al prójimo; qué mutua decepción cuando estos reencuentros te devuelven a una versión inacabada de ti mismo, a una especie de borrador que creías descartado a favor de un

DESCOMPRESIÓN

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Masas volcadas en el disfrute de placeres pequeños y más o menos asequibles: el viernes al mediodía, llenando los mostradores de esos benditos bares donde todavía es posible tomarse una caña por un euro; y el domingo, en la abarrotada playa, en cuyos accesos, a poco más de las once la mañana, ya era imposible aparcar. Eso sí: ni un vendedor ambulante a la vista, y los quioscos todavía cerrados. ¿Por falta de previsión? O más bien por esa especie de sexto sentido de los comerciantes, que saben que, ante ciertas confabulaciones declaradas -como la que nos ha traído aquí a disfrutar del sol y el mar gratuitos- es inútil contraponer según qué demandas. *** Después de ver, por variar, algún que otro bodrio pretencioso de la peor época del cine europeo - Historia de Piera , por ejemplo, a cargo del sobrevalorado Marco Ferreri-, aplaudimos con más entusiasmo si cabe el ciclo de películas de Gregory La Cava con el que hemos venido distrayendo la semana. Cínicas, desinhibidas, entra

GRADUACIÓN

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Es tiempo de despedidas. Y los que se despiden son, paradójicamente, los que llegan. Cientos, miles de jóvenes dicen en estos días adiós a sus escuelas, después de haber terminado el último curso. Lo llaman, por contagio americano, "graduación". Y no sólo los mayores: también los alumnos de secundaria se gradúan; y hasta los de la guardería, si me apuran, porque a nadie choca ya oír a una vecina explicarnos que lleva a su hija pequeña disfrazada de gatita, o de ratita, o de conejita, porque esa tarde se celebra la fiesta de graduación del parvulario… Es como si no hubiera sector de edad que no quisiera perpetuarse en su situación presente antes de asimilar el paso a la siguiente etapa. Y no sólo por la crisis, porque el llamado "síndrome de Peter Pan", la negativa a asumir con naturalidad la condición de adulto, no es cosa de hoy, ni de ayer. Hace años ya que estamos acostumbrados a ver los fines de semana en el supermercado a pandillas de treintañeros, y hasta d

OTRO

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La clara relación existente entre mi persistente lesión de hombro y las horas pasadas ante el ordenador me pone en la extraña tesitura de pensar que escribo en detrimento de mi salud. Más o menos lo que decía Manuel Machado en el poema que empieza: "El médico me manda no escribir más...". Y lo curioso es que esta cuasi certeza me llega justo cuando, todavía en la resaca de la trilogía recién escrita, empiezo a plantearme dudas sobre la necesidad y pertinencia de todo este esfuerzo. Quizá sea verdad eso de que hay que escuchar al cuerpo, como dicen los santones de la medicina alternativa. Aunque sea a costa de cerrar oídos a todo lo demás. *** Porque lo que de verdad me pregunto ahora es: de no haber dedicado tantas horas diarias durante tantos años a escribir mis veintitantos libros -de los cuales ninguno ha sido leído por más de unos pocos centenares de lectores, y a veces ni eso-, ¿a qué otras cosas podría haber dedicado mi tiempo? Podría haber hecho, creo, una ace

PIEL DE GALLINA

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Poniente desabrido, rozando el mar a contrapelo. Los escasos bañistas, pegados a la arena, como para absorber el calor directamente de ella , a resguardo del viento. Los miro desde la ventana de mi lugar de trabajo. Venus en topless saliendo del agua. También ella debe de tener la piel de gallina. Y sólo la distancia le presta esa majestuosa cualidad estatuaria. Esta bendita distancia, que lo vuelve todo... inocente. *** Pantaleón y las visitadoras , resulta evidente, es una sátira. Lo que no tengo claro es de qué. No del ejército, desde luego. Ya quisiera uno, para otras cosas, la reconocida capacidad organizadora de Pantita. ¿De la hipócrita moral vigente? Tampoco, porque el mero hecho de que se escriban novelas como ésta denota el amplio margen de tolerancia que han desarrollado -con sus momentáneos retrocesos, por supuesto- determinadas sociedades. Una sátira, si acaso, meramente formal. Y no por ello inocua. Como las de Persio. *** Me piden que recomiende un libro par

AL MONTE

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Golondrinas enloquecidas. O, más exactamente, aviones, pues les falta el babero rojo que caracteriza a su pariente cercano. Escandalizan la calle con su canto desaforado. Baten el aire en arriesgadas rasantes. Entran y salen de los nidos que han construido bajo el alero de la casa de enfrente. Los miro desde la ventana, con un pellizco en el pecho. Esa melancolía -que es también un síntoma de la felicidad desbordada- que causa la belleza inasible. A mis pies, tras la tela de gallinero que le hemos puesto al balcón, K. también los mira. Melancólica, aunque por otra causa -que es la misma-: ante esa explosión de vida descontrolada, quien pudiera... zampársela. *** Se cumplieron felizmente las expectativas del fin de semana. Las "jornadas" de las que hablaba el otro día resultaron amenas e interesantes, y depararon alguna que otra anécdota simpática. Y en absoluto se sintió uno en evidencia por sus querencias afrancesadas - o por su mero afán de discrepar-: aquí todos e

FIRMAS

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Nos aferramos a nuestra educación sentimental porque, en tiempos en que todo lo demás demuestra ser precario, es lo único que nos queda. Y por eso no le extraña a uno que alguien dé la voz de alarma porque de la madrileña Puerta del Sol va a desaparecer el anuncio luminoso de Tío Pepe que la preside desde 1936, y que en su defensa se alcen tantas voces como, pongo por caso, las que han movilizado para salvar la playa de Valdevaqueros, en Tarifa, amenazada por un proyecto inmobiliario. ¿Vale lo mismo un paraje natural que una añeja estructura publicitaria de hierro y cristal? Vale lo mismo, porque, en las confusas escalas de valores por las que nos regimos, hace años que la quincalla urbana se cotiza tanto como la más singular de las obras de arte, y sólo una obra de arte única –de las de verdad, quiero decir, como lo son Las Meninas o el David de Miguel Ángel– alcanzaba hasta ahora, en la escala de las cotizaciones sentimentales, el valor de un paisaje irreemplazable. Despejen esta e

APOLOGÍA Y PETICIÓN

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Recibo la liquidación anual de ventas de las novelas que integran mi trilogía. Y aunque las cifras son pequeñas -un derrotista diría que insignificantes-, a mí me producen cierta alegría, porque indican: a) que mis lectores, los que tengo, son de una fidelidad a toda prueba; y b) que de las tres novelas se han vendido prácticamente el mismo número de ejemplares, lo que me hace aventurar que muchos de quienes han leído una de las entregas de la trilogía se han sentido inclinados a leer las otras dos. Quien no se consuela es porque no quiere. Yo estoy contento. Presuman otros de vender centenares de miles de ejemplares. Yo sólo vendo unos poquitos, pero bien repartidos. *** Hojeo -en el autobús, cómo no, que se ha convertido en mi gabinete de lectura- estos Estudios sobre la Guerra de la Independencia Española en la Sierra de Cádiz que han llegado a la biblioteca escolar de la que me ocupo. Muy oportunamente, porque este fin de semana, y en el contexto de mis devociones serranas,

UNA LECTURA TARDÍA

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Para distraer los trayectos de autobús y los ratos de espera en la fisioterapia, me echo al bolsillo el ejemplar de Pantaleón y las visitadoras que compré por 50 cts. en un baratillo hace unas semanas. Simplemente, me dio pena verlo allí, y pensé que la llamativa portada de Noguera-Nolla, tan de los setenta, con sus siluetas en tintas planas, rojas y verdes, de una pierna de mujer enfundada en una media con liguero y una pierna de militar con su característica tira en el pantalón, merecía mejor suerte que decolorarse bajo el despiadado sol de las mañanas dominicales. (De éste, o éstos, Noguera-Nolla, por cierto, no he encontrado otra referencia que su(s) nombre(s) en los créditos de diversas publicaciones de la época, entre ellos muchos libros de Círculo de Lectores).  Pero a lo que iba. Tenía referencias de este libro prácticamente desde el momento de su publicación. Una profesora nos despanzurró el argumento, por lo que, aunque ya en esa época era consciente de que los libros no

ÁNGEL O DIABLO

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Voy refrescando mi latín conforme ayudo a C. a preparar sus exámenes: Milites quibus puellae rosas dederunt multa vulnera belli reciperunt . Y, miren por dónde, me animo, veo el telediario y me digo, casi sin poder contenerme: Quosque tandem abutere Catilina patientia nostra? Etc. *** No sé cómo decirle a X que me gusta más lo que me hace Y sobre la camilla. Pero quién quiere provocar un drama de celos entre fisioterapeutas.  *** Tener la mirada de Dana Andrews en Ángel o diablo . Y estar siempre a la altura de esa mirada.

NOVÍSIMOS Y PRIMITIVOS

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Llevo una lectora delante y otra detrás. Este autobús definitivamente conduce a la sabiduría. Pasando, en el camino, por todas las variedades posibles del ruido y la incomodidad. Tal vez por eso yo, con sueño atrasado, doy unas cabezadas sobre el libro que llevo abierto sobre mis rodillas. *** El sabor de la sandía (2005), del novísimo Tsai Ming Liang, y la añeja Huida a Birmania ( Escape to Burma , 1955) de Allan Dwan. De la algo sonrojante pornografía sublimada de la primera -es memorable el plano en el que un actor lame una sandía abierta sostenida entre las piernas de una mujer desnuda- al acartonamiento también un tanto anti natura de la segunda, con una Barbara Stanwyck haciendo de gran señora de un emporio selvático en el que recala un Robert Ryan que huye de la bárbara justicia local acusado de un presunto delito de asesinato. Resulta fructífera la comparación entre el aventajado discípulo taiwanés de Almodóvar y el siempre tosco y primitivo Allan Dwan; quizá porque la

NAUFRAGIOS

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Después de la "cena de graduación" y de la preceptiva copa con los compañeros, enfilo el camino de vuelta. Son las tres y media de la mañana y tengo por delante una caminata de veinte minutos. Hace una noche espléndida. De los normalmente amortecidos árboles urbanos y de algún que otro escondido macizo floral llegan emanaciones dulzonas, insinuantes, cargadas de mensajes que uno entiende mal dirigidos, porque desde luego su destinatario no es, no puede ser, este comedido casi cincuentón que vuelve a casa después de un honesto jolgorio con compañeros de trabajo. Así que aprieto el paso, y me divierte constatar que, detrás de las persianas de algún piso bajo, alguien entona un vibrante concierto de ronquidos. Yo también debería estar ya en la cama, me digo. Pero el aire tibio, tocado sólo de la imprescindible nota de humedad, hace desaconsejable esa opción, y más bien invita, si no a prolongar el paseo, sí a ralentizarlo, a despecho de que las calles están desiertas y estos b

NIÑO INEM

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Nació en la cola del Inem (quiero decir, del Instituto Nacional de Empleo, al que van a inscribirse los parados) un niño llamado Inem. La madre, una inmigrante nigeriana, rompió aguas durante la espera. Y el niño Inem nació allí, en la concurrida oficina del Inem de Alcorcón, parteado por una psiquiatra que también hacía cola para demandar empleo. Lo del nombre no se sabe si ha sido una ocurrencia de la madre para llamar la atención sobre su situación, o se debe simplemente a que, para un oído hecho a la resonancia de las lenguas hausa, yoruba o igbo, la palabra Inem pierde su desoladora apariencia de acrónimo burocrático y suena tan cordial y prometedora como, por ejemplo, el nombre de la cantante Funke Akindele o el del novelista Amos Tutuola. Digo yo.  A noticias así se les pierde pronto el rastro, por lo que ni siquiera sé decirles si ese anunciado propósito se ha llevado a cabo o no. Alguna vez he oído que los encargados del Registro Civil tienen la responsabilidad, no sé si