DÍAS CONTADOS

Para los articulistas que nos ocupamos de lo nimio suele ser siempre una gran ocasión el momento en el que la Real Academia anuncia la admisión de nuevas palabras en el diccionario. Y no porque se tome uno a la ligera las decisiones de la docta institución. Todo lo contrario: esa ampliación suele ser un impagable catálogo de las modificaciones del diario vivir que han quedado registradas en el lenguaje cotidiano. Y, además, muestran, por qué no decirlo, el lado tierno de la Academia, su deseo de agradar, su pretensión de sacudirse su extendida imagen de institución rancia y ajena al pulso de la calle. Lo malo es que muchas de esas decisiones se toman tarde, o con prevenciones innecesarias, o afectando unas pretensiones de modernidad cultural, política y social que muy pocos se creen. Les pasa a los académicos como a esos padres que intentan utilizar el lenguaje de sus hijos y sólo consiguen que éstos se rían o se avergüencen de ellos. Ocurre con palabras como la recién admitida