MI RESUMEN DEL AÑO

Me siento ante esta página a las once menos cuarto, después de un relajado desayuno y de haber levantado las persianas para que la casa se ventile y solee, que es también una manera de abrirla a la limpia serenidad de estas mañanas despejadas de invierno. Quiere uno para sí esa serenidad y esa limpieza, y por eso procura que todos sus gestos en esta mañana pre-festiva sean así: precisos, económicos, medidos, pero también lentos, descansados, predispuestos a esa clase de felicidad que consiste en sentirse en paz con uno mismo y con el entorno. No soy demasiado fiestero, pero sí algo partidario de los ritos de paso. Y despedir el año viejo y recibir el nuevo como es debido exige, por lo menos, cierta predisposición de ánimo. Parecen inevitables los balances. Pero también hay que evitar, por obvias, esas declaraciones rencorosas por las que uno pretende dar violento carpetazo a lo malo pasado en nombre de las presuntas bondades por venir. Sí, el 2012 fue un año malo, incluso muy malo