RECESOS
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Anoto aquí algunas otras películas de Tánger vistas últimamente. La de Juan Madrid (Tánger, de 2004), casi no debería entrar en el lote, porque no tiene de tangerino más que el título, justificado por un par de parrafadas en los que los protagonistas, un expolicía español entregado a oscuros negocios y un hijo fruto de una relación extramatrimonial del primero mientras fue comisario en Tánger, explicitan su parentesco y circunstancias, que sirven de fondo a la trama de tráficos ilícitos sobre la que se arma el previsible argumento.
Tampoco tiene mucha más sustancia The Living Daylights (1987), que aquí recibió el título de 007: Alta tensión, y que utiliza las azoteas de Tánger como escenario para una de esas insulsas persecuciones a las que suele verse abocado su protagonista, el agente secreto James Bond, y de las que el espectador conoce perfectamente el resultado; a las que hay que sumar una toma de medio segundo del célebre café de París y unas cuantas escenas ubicadas en chalés de los barrios residenciales, en cuyas terrazas se solaza el malvado de turno -un traficante de armas- en compañía de las también habituales chicas del elenco, sucintamente vestidas con minúsculos biquinis.
Más mérito tiene Dernier Été a Tanger (1987), de Alexandre Arcady, que juega a explotar la moda retro que triunfaba en el cine de la década para recrear una trama gangsteril ambientada en los días inmediatamente anteriores a la independencia de Marruecos, y en la que comparecen algunos de los escenarios más conocidos del Tánger cosmopolita y turístico, desde los salones del hotel El Minzah hasta las vistas del Estrecho que pueden contemplarse desde el cabo Espartel, pasando por algunas tomas coloristas de la medina y la qasba. Aunque quizá el mayor -el único- encanto de la película resida en la intervención en la misma de una ya algo ajada, pero todavía muy bella, Anna Karina, la musa de Godard, a la que no le sienta del todo mal ese ambiente de impostada decadencia.
Tampoco tiene mucha más sustancia The Living Daylights (1987), que aquí recibió el título de 007: Alta tensión, y que utiliza las azoteas de Tánger como escenario para una de esas insulsas persecuciones a las que suele verse abocado su protagonista, el agente secreto James Bond, y de las que el espectador conoce perfectamente el resultado; a las que hay que sumar una toma de medio segundo del célebre café de París y unas cuantas escenas ubicadas en chalés de los barrios residenciales, en cuyas terrazas se solaza el malvado de turno -un traficante de armas- en compañía de las también habituales chicas del elenco, sucintamente vestidas con minúsculos biquinis.
Más mérito tiene Dernier Été a Tanger (1987), de Alexandre Arcady, que juega a explotar la moda retro que triunfaba en el cine de la década para recrear una trama gangsteril ambientada en los días inmediatamente anteriores a la independencia de Marruecos, y en la que comparecen algunos de los escenarios más conocidos del Tánger cosmopolita y turístico, desde los salones del hotel El Minzah hasta las vistas del Estrecho que pueden contemplarse desde el cabo Espartel, pasando por algunas tomas coloristas de la medina y la qasba. Aunque quizá el mayor -el único- encanto de la película resida en la intervención en la misma de una ya algo ajada, pero todavía muy bella, Anna Karina, la musa de Godard, a la que no le sienta del todo mal ese ambiente de impostada decadencia.
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Tarde húmeda y fría. También la primavera tiene estos recesos súbitos, estos abandonos a las querencias de un invierno que no termina de marcharse, y que, como las melancolías que un tanto prematuramente se dan por superadas, gusta de volver de vez en cuando a afirmar sus dominios sobre otros tiempos y espacios más clementes.
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