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Mostrando entradas de agosto, 2013

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También aquí los libros te salen al encuentro en la calle, e incluso más abiertamente que en otros lugares. En Bab al-Homar, la Puerta de Tierra de la medina de Asilah, hay un quiosco de prensa con una especie de trastienda que contiene una mínima librería donde pueden encontrarse, además de la inevitable sección dedicada al Corán y los libros de devoción, algunos libros en francés (clásicos de uso escolar, sobre todo) y algo de literatura marroquí, aunque no los nombres mayores de los que pueda tener conocimiento un lector europeo. En otro costado de la muralla, junto a la puerta principal o Puerta de la Alcazaba (Bab al-Kassabah), suele ponerse a veces un vendedor que extiende en el suelo una manta sobre la que expone unos pocos y muy desasistidos libros, entre ellos algunos manuales escolares españoles, y ejemplares muy baqueteados de las omnipresentes ediciones para estudiantes de obras de Balzac o Moliére. No puede uno evitar pararse a echar un vistazo, por más que la visión rec

EL CAFÉ DE LA MURALLA

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El café es poco más que un cobertizo de cañas adosado a la muralla, al lienzo de la misma perpendicular al tramo en el que se abre el arco que llaman Bab al-Bahr o Puerta del Mar. No tiene nombre, que yo sepa, pero mi anfitrión y acompañante se refiere a él como el Café de los Pescadores, y también como el Café de la Muralla.  Fuimos allí un sábado por la noche. Los sábados, me dice mi anfitrión, se reúnen allí al anochecer unos músicos locales y tocan hasta pasada la madrugada. No son profesionales. Uno de los que tocan esa noche, por ejemplo, es algo así como maestro de obras o contratista -y no muy fiable, me dice mi acompañante, que lo ha tratado-. Todos lucen, eso sí, la espléndida presencia que suelen tener los hombres maduros marroquíes cuando están en su ambiente y a sus anchas, con sus chilabas -quienes las llevan- o camisas limpias y planchadas, la barba cuidada, y esa especie de birrete o sombrerillo que gastan algunos en las ocasiones de solemnidad. Ocupan una estancia

CON GENET EN LARACHE

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Llegamos a Larache desde el norte y entramos por el puerto pesquero, en el que ese día está recogida la casi totalidad de la flota, no sabemos si por el levante que ha empezado a soplar en la víspera -que a nosotros no nos parece demasiado fuerte- o porque el pueblo está en fiestas -aunque este último factor en Marruecos nunca es determinante del decurso laboral-. Vamos bordeando el contorno marítimo de la ciudad y dejamos a nuestra derecha un castillo en ruinas, al extremo de la medina, y luego algunas manzanas de ruinosos edificios de la época del protectorado español, y el bullicioso mercado, flanqueado por puestos de pescado en los que resplandecen los afamados boquerones y sardinas de Larache. Hemos dejado atrás también el cementerio musulmán, encaramado en una elevación en la línea de acantilados que flanquea la costa, y llegado, ya en las afueras, al otro pequeño cementerio, el español, también dispuesto en terraza frente al mar, y situado enfrente de unos descampados en

GATEAUX MAROCCAINS

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Este tendero se enorgullece de ser nieto de uno de los hombres de confianza de El Raisuli o Raisuni, el jefe tribal que decía ser descendiente del profeta -y heredero legítimo del trono marroquí-, pero al que tanto las autoridades locales como las potencias extranjeras con presencia en Marruecos a principios del siglo XX consideraban un simple bandido. Tras su salto a la notoriedad internacional por el secuestro en Tánger de unos ciudadanos americanos, y la consiguiente llegada de una escuadra norteamericana a Tánger para presionar al sultán, El Raisuni ocupó diversos cargos en la administración marroquí, de los que sería pronto depuesto, para ser de nuevo rehabilitado... En una de esas fases se hizo construir en Asilah -en la ciudad se dice que fue un regalo de los españoles- el palacio que actualmente lleva su nombre. En esa época de su vida El Raisuni no era ya el feroz azote de los ocupantes de Marruecos que había sido en otros tiempos, y confiaba en que la alianza con España le

EL BARBERO DE ASILAH

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Iba uno a tiro hecho, y por eso no hubo más que asomarse por Bab El Homar, la Puerta de Tierra de la medina, y buscar, entre la baraúnda de terrazas, bazares de todo tipo y puestos de comida rápida que ocupan la confluencia entre las avenidas de Ibn Battuta y Hassan II, el rótulo del local. La barba de tres días parecía excusa más que suficiente para dar carta de naturaleza a lo que no era más que un dictado de la curiosidad, espoleada por el relato de los méritos del barbero que previamente me habían hecho mis amigos de Assilah. Así que me asomé tímidamente a la puerta y entreví un local pulquérrimo, que olía a jabón de afeitar y a lociones, aunque no tanto como esas peluquerías españolas de las que parece imposible salir sin haber adquirido el aspecto de un ídolo de la canción melódica, pongo por caso... "Nos hemos vuelto todos muy peluqueros", decía Josep Pla ya en los años veinte, refiriéndose a la amalgama de remilgos y afectaciones que iba acumulando el español medio

SARDINAS

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El olor a sardinas en la casa, después de un gratísimo y algo temerario almuerzo de verano, es como el peso de la mala conciencia después de determinadas expansiones de las que sería falso decir que uno se arrepiente, pero de las que consuela pensar, aunque sea mentira, que uno no volverá a entregarse a ellas. *** ¿Alguna vez fuimos así: sucios, impúdicos, apegados a lo que ciertas subculturas tenían de provocación más o menos gratuita, frívolos e irresponsablemente autodestructivos - ma non troppo ? En cualquier caso, sería exagerado decir que Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón es un retrato generacional. A lo sumo, es una foto movida de ciertas zonas marginales de ese hipotético retrato de grupo... Lo nuestro -redichos, afectadamente melancólicos y siempre un tanto desbordados por la realidad- se parecía más, ay, a lo que se muestra en Ópera prima , por no mencionar -a eso jugamos más tarde, y a destiempo- el abierto cinismo curado de espanto que exhibían los protagoni

UN AMIGO

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Sentarse a la puerta de una taberna a ver pasar a la gente, saborear una copa de vino al atardecer y luego, con ánimo sereno, volver a casa a disfrutar de la propia soledad... Ésa es la rutina de nuestro amigo F.B., al que ayer fuimos a visitar. "Estar jubilado es como haber entrado en la inmortalidad", nos dice. Y debe de tener algo de razón, porque sólo el hecho de dejar de vivir sometido a un horario resta muchos puntos a esa especie de ritmo en permanente aceleración al que vivimos sujetos quienes aceptamos obligaciones pautadas por el reloj.  Por lo demás, se habla de todo un poco: de cine, de los aspirantes locales a la nombradía literaria, de saber retirarse a tiempo de ciertos afanes, de viejos conocidos... Hay quien le reprocha a nuestro amigo que ya no escriba, pero él dice que un escritor no es como un cantante de moda, obligado a sacar un disco cada año para que la gente no se olvide de él. Quienes lo urgen en sentido contrario lo hacen, piensa él, por el prur

HUECOS

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El mercadillo nocturno y veraniego de los jueves ya casi empieza a dejar de ser lo que era. "¿Cuánto vale esto?", pregunta una mujer a uno de los tenderos, señalando una vieja radio de válvulas. "Cien euros", dice el hombre sin inmutarse. "Pero, por ser para usted, se la dejo en noventa". Precios así nunca se habían oído en este baratillo. Por lo mismo, tampoco me extraña oír, entre algunos mercaderes impacientes, quejas de lo mal que va el negocio. Claro que no siempre es así. Hace dos semanas, sin ir más lejos, compré un disco sencillo  de los Beatles, de 1969, por dos euros. "En Internet no lo encuentras por menos de cincuenta", me dice el vendedor, y creo que no miente. De todos modos, crucé los dedos hasta que llegué a casa y pude comprobar que el disco no estaba rayado y se oía perfectamente. Le puse una funda de plástico para proteger la portada, algo despeluchada por los bordes. Y ahí lo tengo, apoyado sobre los lomos de los libros, co

AL PESO

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De vuelta a este cuaderno después de unos días en la sierra. El verano está siendo discontinuo, salpicado de pequeños acontecimientos, encuentros, alguna que otra obligación aplazada, etc., que, al pautar el tiempo y dividirlo en intervalos de espera y de cumplimiento, lo aceleran y acortan. Sólo el aburrimiento es eterno, y ya quisiera uno aburrirse, ya... Pero así vienen las cosas, y lo más parecido a ese anhelado tiempo indistinto y lento -que no del todo aburrido- han sido estos días en la sierra: lectura, música, paseos vespertinos, alguna que otra visita de amigos. Ahora, de vuelta en casa, el tiempo vuelve a correr. Y, con él, esa ambigua sensación del sediento que, con las manos hechas cuenco bajo el agua que fluye, por un lado agradece el frescor que envuelve sus manos y muñecas y, por otro, siente la impotencia de nunca poder acopiar la suficiente para saciar su sed.  *** Del pausado, gratísimo diario neoyorquino de Hilario Barrero que leo estos días, anoto, por choc