DESAZONES

Sí, logré rematar con éxito el transbordo que tanto me preocupaba. Pero, de los cuarenta y ocho minutos de que disponía, sólo me sobraron.... ocho. Habría bastado una confusión de pasillos o haberse metido en una escalera mecánica equivocada para perder el tren... Y no, no está uno para estos agobios ni estas prisas. *** Quizá porque los agobios y prisas suelen dejar en uno, al cabo, un sentimiento de futilidad. Sobre todo si, en medio del trasiego, como ha sucedido esta vez -estaba en Sevilla, al final de un acto literario, y algo preocupado porque no veía el momento de regresar a casa y dormir lo mínimo necesario para tener fuerzas a la mañana siguiente para cumplir mi jornada laboral y luego subirme al tren y efectuar el ya mencionado viaje que me ocuparía el resto del día y me tendría fuera de casa todo el fin de semana-, si en medio de todo este ajetreo, decía, le llega a uno la noticia -me llama M.A., entre lágrimas- de que una persona muy próxima a nosotros se ha apeado