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Mostrando entradas de octubre, 2013

SIMULACROS

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Después de aparcar, como faltan veinte minutos para la hora de entrada al trabajo, me quedo en el coche escuchando la radio. Con el rabillo del ojo, reconozco en la acera de enfrente a un compañero que hace lo mismo. Los dos vivimos en las afueras y llegamos con tanta antelación en previsión de posibles complicaciones del tráfico o dificultades para encontrar aparcamiento. Somos casi siempre los primeros en arribar al trabajo y a veces empleamos esos minutos de adelanto en charlar de asuntos diversos: ayer, por ejemplo, comentábamos la muerte de Lou Reed. Se da el caso también de que este compañero mío es persona leída -tanto, en fin, que hasta ha leído algunos libros míos- y conoce a algunos personajes del gremio, de los que a veces me cuenta discretísimas anécdotas, adobadas con un punto de respetuosa ironía. Una de esas confidencias suyas tuvo el efecto de hacerme soñar el otro día con cierto crítico literario al que él había saludado recientemente en unas jornadas del ramo, y que

UN POETA

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De haber vivido en otro lugar y otro tiempo, el poeta en ciernes que fue Lou Reed en sus años universitarios a lo mejor no habría optado por dar a conocer sus composiciones a través de una banda de rock. Vista con la debida distancia, The Velvet Underground nos parece eso: uno de esos tinglados inesperados en los que acaban envueltas gentes que tenían una clara voluntad de encontrar un medio de expresión, pero que lo mismo podían haber terminado pintando que haciendo performances o fanzines o cualquier otra cosa, en aquellos años en los que todo valía, o eso parecía. El papel de Andy Warhol no fue otro, seguramente, que el de dar entidad artística a ese impulso más o menos informe. Pero lo que está claro es que el poeta Lou Reed no dejó nunca de serlo por el hecho de haber entrado en la cadena de intereses que conforman la industria del rock. No es que careciera de talento musical -sus baladas, por ejemplo, no dejan de tener, musicalmente hablando, una melancólica belleza-, pero es

EL PERRO

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Me disponía a dar un paseo sin rumbo fijo, lo que , en un lugar conocido, equivale a hacer el más previsible de los recorridos, el que siguen los pasos de uno cuando se dejan llevar por los dictados de la costumbre. Y en esto me lo encuentro: un perro desastrado, tristón, de esos que parecen siempre abandonados por un amo desaprensivo, aunque no sea ése el caso y esa manera de mirar a los extraños como solicitando, no ya una caricia, sino simplemente un gesto de neutra aceptación de su presencia, sea sólo una maña aprendida, o un azar de su fisionomía. Ya conocía yo el percal: no es el primer perro de este pueblo que se va con cualquiera, lo que sin duda se debe a un hábito de libertad semisalvaje que hace que los lazos de unión del can con una casa y un dueño sean muy laxos y se olviden con facilidad. Por eso no me extrañó que me siguiera, primero, y que luego tomara él la iniciativa y pareciera guiarme, con lo que mi paseo dejó de obedecer a mi querencia natural y

AGRADECIDO

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Como he llegado temprano, me siento a tomar un café en la terraza de un bar aledaño al trabajo. Es el mismo en el que los compañeros desayunan en el hueco de descanso de la mañana, y al que yo no suelo acudir a esa hora por librarme de prisas y apreturas; pero que ahora, a primera hora de la tarde, está vacío y dominado por una cierta atmósfera de local de verano fuera de temporada. El vendaval de estos días ha amainado, pero persiste un viento de intensidad media, fresco y salino, que despeja la mente en esta hora en la que normalmente uno descabeza un sueñecito en el sofá. Experimento la grata novedad de estar haciendo algo desacostumbrado, y de percibir en el entorno, precisamente por obra de esa falta de costumbre, una luz infrecuente, una sonoridad del aire propia de otro lugar o de otro tiempo. Me quedo mirando el mar, gris y revuelto, como emperrado en un desacuerdo suyo con el resto de la realidad. Y es entonces cuando los veo. Primero, una línea enhiesta, quieta, que me par

ERRORES DE CÁLCULO

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Me pregunto si este primer temporal de otoño habrá espantado definitivamente a las avispas que en las últimas semanas se congregaban en mi ventana e invadían mi estudio; o si, escondido en algún receso del muro o en la propia cámara de aire de éste, a la que habrán accedido a través del hueco de las persianas, el avispero, indiferente tanto a mis esperanzas como a la furia desatada de los elementos, sigue creciendo. *** A este panfleto que acaban de poner en mis manos le pasa lo que a todos los panfletos: sus intenciones son muy loables, pero casi inalcanzablemente generales; y en los detalles (ay, los detalles) se ve la cortedad de miras del interés inmediato. Además, está pésimamente redactado... Para que luego me acusen de desinterés hacia estas cosas. *** A veces lo que más asusta de la soledad es lo confortable que resulta. *** No soy envidioso, pero, si me viera constreñido, como Michael Corleone en la última entrega de El Padrino , a una confesión general, el

DISPERSAS

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Luces dispersas en el mar, casi en el horizonte, que en este amanecer despejado aparece increíblemente próximo. La lógica me dice que deben de ser pescadores, pero casi cuesta pensar que el único afán de quienes ocupan esas barcas distantes sea atrapar peces. Más bien parecen ocupados en alguna clase de ritual; como si, en el instante justo en el que el cielo nocturno se transmuta en claridad diurna, quisieran emular la disposición de los astros que hasta ese instante han dominado el firmamento. La ciudad, vista desde donde están, seguramente también se muestra hermosa y como distraída de sus afanes cotidianos, empeñada en una inútil composición luminosa que el día acabará por disolver. Y qué poco cuenta la pereza de uno, el vago resentimiento de quien conserva todavía en sus miembros una brasa de sueño que se resiste a diluirse en la forzosa vigilia. También alguno de esos pescadores, puede que aterido de frío y sueño, estará maldiciendo su destino. Y, sin embargo...

FUTILIDAD

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En la conversación de sobremesa aparece la palabra "futilidad", que últimamente he prodigado algo en este cuaderno, y que, por eso mismo, pertenece más a este registro introspectivo que al que uno suele emplear en sus intercambios, incluso confidenciales, con los demás. Pero ahí está la palabreja, reluciente y meneando la cola como un pez recién sacado del agua y que no sabemos muy bien si devolver a la corriente o echar al cesto. Y casi con alivio compruebo que no significa lo mismo para mí que para mi interlocutora. Para mí es una especie de sentimiento abrumador que, cuando se manifiesta en toda su intensidad, priva de sentido a los afanes que normalmente ocupan el tiempo y la mente de uno. Para ella, en cambio, es algo consustancial a lo bello, que para serlo ha de contar también con ese rasgo de ligereza e inconsecuencia, esa especie de cualidad quebradiza propia de una pompa de jabón. Los ejemplos, naturalmente, los toma del acervo oriental: un haiku , me dice, es la

MARISMAS

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Es difícil explicar por qué acude uno a este cuaderno casi todos los días, y más aún el hecho mismo de escribir por costumbre, o incluso por una especie de automatismo, como quien come o respira. A veces me lo preguntan -es una de las preguntas típicas al final, por ejemplo, de un acto literario-. Y es difícil precisar que generalmente no se trata de un esfuerzo, ni tampoco de una obligación asumida en nombre de una supuesta disciplina personal (lo que no quiere decir que, a veces, estirar el acto "natural" de escribir para que alcance a dar determinados frutos -una novela, un ensayo sistemático, un ciclo poético que se aventure por territorios hasta entonces no frecuentados por uno- no suponga esfuerzo ni requiera cierta disciplina... Pero el mero acto de sentarse a escribir, como hago ahora, no puede entenderse nunca como un torcimiento de la voluntad semejante al que supone, por ejemplo, la realización desapasionada o desganada de una tarea puramente mercenaria. Es un há

FISIOLOGÍA

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Se ha achicado el espacio. La orilla parece más alta y la pleamar ha colmado la ilusión de concavidad que se crea entre el ojo del observador y el horizonte cuando el nivel del agua entre ambos puntos es lo suficientemente bajo. A poca altura se ha formado una capa ligera de nubes blancas que también contribuye lo suyo a acercar el cielo, y el efecto resultante es que hoy la imagen combinada de esas tres infinitudes -la playa inacabable, el mar extenso y el cielo inaprensible- tiene algo de espacio constreñido entre tres paredes, como un escenario de teatro. También los bañistas que quedan -pocos- parecen figurantes. No hay muchos espectadores. Yo mismo, desde la acera del paseo marítimo, aprieto el paso, como si algo me impidiera demorarme lo suficiente ante este espacio súbitamente metamorfoseado por la tonalidad novedosa de la luz otoñal. Sin público que los enaltezca, los bañistas parecen sumidos en sus propios asuntos. Y es que el telón está a punto de caer. Ha terminado -esta

DESAZONES Y COMPENSACIONES

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De vez en cuando me sorprende constatar la presencia de algún libro mío en determinadas librerías de viejo de Internet, y más aún el hecho de que alcancen a veces precios desorbitados. También me sorprende el hecho de que otros salgan por precios muy módicos, aunque en ocasiones y circunstancias un tanto anómalas.  Veo, por ejemplo, que alguien ha pagado recientemente algo menos de cinco euros, más gastos de envío, por la La vida imaginaria , una vieja recopilación de artículos de cine que me publicó una revista del ramo, y de cuya suerte comercial nunca supe nada. Era -su asunto y circunstancias de publicación así lo anunciaban- un libro destinado desde el primer momento a ser saldado y liquidado en librerías de viejo, pero nunca esperé que la operación se realizara en un lugar tan flagrante como eBay, la conocida página de subastas, que todavía mantiene el anuncio junto con un aviso de que la venta ya se ha consumado... Quisiera uno conocer al comprador anónimo, preguntarle por

PECADOS

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En la reunión, entre risas, celebramos algunas de las últimas salidas de tono del amigo recién fallecido... Es un hermoso homenaje, exento de lágrimas y sentimentalismos, pero acaso más colmado de cariño que cualquier sucesión de declaraciones emocionadas. Luego la conversación deriva a otra cosa. Y pienso que ésta es la clase de recuerdo que hay que dejar entre la gente que lo trató a uno. La misma clase de cosas, en fin, que se diría del ausente si éste aún estuviera vivo y, por el motivo que fuera, no hubiera podido venir. *** Llegó el temido momento de vérselas con la  invasión de avispas. Creemos que tienen el nido en el hueco de la persiana, así que, con cierto resquemor, levanto la tapa y procedo a fumigar el compartimento con insecticida; con lo que no consigo otra cosa que espantar el enjambre hacia la ventana vecina, por la que penetra en la habitación correspondiente. Acudo allí con el insecticida y, en cuestión de segundos, decenas de avispas envenenadas se retuercen

PARA UNAS MEMORIAS DE LECTOR (1): MIGUEL D'ORS

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(Inicio en LA RONDA DEL LIBRO una nueva serie que, bajo el título de Para unas memorias de lector , intentará ofrecer impresiones de lectura que se salten un poco las convenciones de la crítica literaria formal y sean verdaderamente personales, por difícil que eso parezca... La abro con estas notas sobre Miguel d'Ors, a propósito de su último libro, Átomos y galaxias , y de una encuesta sobre los mejores libros de poesía española de los últimos treinta y cinco años que ha publicado Quimera. ) Leo el resumen que Fernando Valls hace de una encuesta sobre "los mejores libros de poesía española en los últimos treinta y cinco años" que ha promovido y publicado la revista Quimera; y, a falta de leer el trabajo completo y, sobre todo, su letra pequeña, que en estos casos siempre resulta ser lo más interesante, la primera impresión es que nada se ha movido, no ya en la poesía española de los últimos siete lustros, sino en los veredictos imperturbables de la crítica. 

NOTTING HILL

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Entre los mejores ratos que hemos pasado últimamente destacan los que han tenido como escenario la barra de este restaurante que regentan unos amigos. Hace meses que no podemos permitirnos disfrutar de las delicias de la carta con la frecuencia que quisiéramos, pero todavía nos podemos gastar algunos euros en tomar cañas en la barra, donde se congrega buena parte de la gente que conocemos en el pueblo. A veces, al calor de la compañía, urdimos bromas chuscas, de taberna, como la que dio lugar a que "multáramos" el coche de J.A.M., que estaba mal aparcado. En el reverso de una de las hojas del cuaderno de comandas del encargado redacté apresuradamente la "denuncia", sin olvidar el importe de la sanción y el plazo para satisfacerla. No he dicho todavía que en esta parte del pueblo, donde no creo que sea ninguna presunción decir que debo de ser la única persona que ha leído El Napoleón de Notting Hill , andamos bastante afectados del curioso síndrome que, en la novel

UN MUNDO

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El paraje cabe en un bucle de la carretera, y uno ni siquiera se habría molestado en pensar que en ese exiguo trozo de tierra cabía un mundo. Pero así basta con alejarse unos pasos de la alta cuneta para que el declive del terreno borre la fea visión de la cinta de asfalto y te conduzca al centro de un llano salpicado de árboles y atravesado por un arroyo que incluso en verano lleva agua. Y en sólo unos minutos se ha obrado el milagro: no sólo la carretera, también el pueblo ha desaparecido, y no hay otra huella de la presencia humana que las lindes y cercados. Recurre uno a este escondite en esas mañanas de domingo que, de puro desperdiciadas, no dan para más: las hemos malgastado en remolonear, en juguetear en la cama, en desayunar despacio y abundantemente, y cuando se mira el reloj y se ve que falta poco ya para el mediodía, no sabe uno a qué recurrir para contrarrestar la sensación sobrevenida de haber desperdiciado el escaso tiempo libre del que disponíamos. Y ahí está esa excu

SE AGRADECE

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La butaca es fea y demasiado vista, como corresponde a un mueble barato comprado en unos grandes almacenes; pero es cómoda, y se aviene maravillosamente bien con la altura y alcance del flexo de pinza que he asido a un viejo e inestable pie de lámpara. Aquí todo es funcional y más o menos reutilizado, como corresponde a una casa de fin de semana, pero se consigue a veces, entre estos pobres enseres tan convencionales, la anhelada sensación de desconexión de los asuntos que te preocupan.  No ha sido fácil. A la llegada, todavía me emperré en contestar unos cuantos correos, en reclamar esto, en protestar contra aquello. Las últimas semanas, con su extraña mezcla de gratas novedades e inapelables cumplimientos de las leyes de la vida, le han dejado a uno la cabeza convertida en una jaula de grillos. Pero todo eso parece increíblemente lejos cuando, cuarenta y ocho horas después, en un intervalo de tres o cuatro horas de soledad casi completa -sólo me acompaña K., que a ratos se me

LA RESEÑA DEL VIERNES (33): 'BAJO UNA ESTRELLA CRUEL. UNA VIDA EN PRAGA', de HEDA MARGOLIUS KOVÁLY

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"Para poder vivir y trabajar en paz, criar hijos y disfrutar de las pequeñas y grandes alegrías que ofrece  la vida", nos dice la autora de  Bajo una estrella cruel. Una vida en Praga , "no sólo es necesario encontrar  la pareja adecuada, escoger la ocupación adecuada y respetar las leyes del país y de la propia conciencia, sino, sobre todo, debe existir la sólida base social sobre la que construir dicha vida. Es necesario vivir en un sistema social  con cuyos principios fundamentales uno esté de acuerdo, bajo un gobierno en el que se pueda confiar. No se puede construir  una vida privada feliz con una sociedad corrupta, del mismo modo que no se puede construir  una casa sobre el fango, hay que poner antes los cimientos". La profesora Magdalena González reseña para LA RONDA DEL LIBRO este extraordinario testimonio de la escritora checa Heda Margolius Kovály.

LA BIBLIOTECA

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Escudriñar una biblioteca ajena -aunque sea, como en este caso, una biblioteca ya expurgada y saqueada- es siempre adentrarse en la intimidad de otro, en los secretos de otro. Y casi lamento que quienes me han ofrecido la posibilidad de disponer libremente de los restos de ésta me hayan dicho a quién perteneció. No era alguien a quien yo hubiera tratado personalmente, pero sí de quien había oído hablar, y a quien imaginaba en contextos muy concretos. Descubrir ahora, por ejemplo, que poseía centenares de guías de viajes y de folletos religiosos -entre ellos, un ejemplar de  Camino - me descoloca un poco. A la mayoría de los figurones del panteón académico local los imaginaba... no sé... como mínimo, vagamente afines al partido que siempre ha controlado la cosa educativa en Andalucía y aseguraba la patente de corso de la que aquellos, al menos en mi imaginación, habían gozado siempre. Claro que uno en estas cuestiones ha andado siempre muy despistado... Hay también -volviendo a los li

DESCAMPADOS

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Al levantarme encuentro una avispa posada sobre el libro que he dejado en la mesilla de noche -quiero decir, en el armario chino que tengo en el lugar en el que normalmente debería haber una mesilla de noche-. Recorre la portada con ese aire de extrema curiosidad que los insectos suelen poner ante los objetos y superficies sobre los que no tienen claro si pertenecen al orden de la sustancias comestibles y más o menos asimilables o a ese otro mundo estéril en el que nada huele, mancha o se descompone en jugosa materia primigenia. La dejo allí. Siguen sin inquietarme -y me extraña- estas sobrevenidas compañeras. Familiares, inevitables, golosas. Algún día habré de hacer lo razonable y buscar el avispero, y destruirlo. Pero hoy no. *** Íbamos buscando un bar para cenar algo, después de haber cumplido con el cometido que nos había reunido en esa ciudad. Y como éramos muchos y era sábado por la noche y todas las barras estaban atestadas, nos acomodamos en el salón de uno de esos es