UN BALANCE
Imágenes, destellos que ha dejado en nosotros el año que termina. Cierro los ojos y veo una calle flanqueada de tenderetes mal protegidos de la lluvia por precarias marquesinas de lona: Tánger en febrero; y luego, por contraste, las fachadas blancas y la mesurada arquitectura entre racionalista y art-deco del ensanche español de Tetuán, en uno de cuyos pasajes ojeo los libros de otro misérrimo tenderete callejero. Fui feliz -en ese sentido en el que la felicidad suspende el tiempo y sitúa las preocupaciones habituales de uno en una especie de dimensión atenuada de la realidad- en El Hafa, el célebre café en terrazas que se asoma al Estrecho desde las estribaciones de Tánger; como lo he sido, también, leyendo a los románticos ingleses bajo el imperativo de una tarea académica autoimpuesta. De ellos he aprendido, o recordado, que la Imaginación es, sobre todo, una manera de ver. Y me he esforzado mucho por aproximarme a esa especie de grado sumo de la visión. En mis paseos, a solas o