VECINOS

Durante todo el fin de semana las ventanas han permanecido cerradas a cal y canto. Sin embargo, el hecho de que el único coche aparcado en la calle desierta estuviera junto a la puerta de esta casa que se alquila los fines de semana nos hizo pensar, a nuestra llegada, que había gente en ella. De inmediato, los ruidos que nos llegaron del otro lado de la pared nos confirmaron esa primera impresión: voces en la cocina, pasos en la escalera, ajetreo de gente impaciente por hacer suyo un espacio extraño. Luego, lo que temíamos: el televisor a todo volumen, primero, y luego una sucesión de pitidos, zumbidos, explosiones, acompañados de las exclamaciones de entusiasmo o contrariedad con las que suele acompañarse el desarrollo de un juego electrónico de habilidad o acción. Fastidiados por ese estruendo, decidimos salir a dar un paseo. Nada había cambiado en la casa vecina: las persianas seguían echadas y la chimenea apagada. Al cabo de media hora, vuelvo yo solo: hemos quedado para cena