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Mostrando entradas de octubre, 2014

CONTRASTE

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La enfermera S.: la única que se ha presentado con su nombre en los días que llevamos aquí. Fiado a su simpatía, acudo a su mostrador para que me cuente algunos pormenores que no tengo del todo claros. Tiene una sonrisa ingenua, bonita, algo quebradiza, como si fuera el resultado de un precario triunfo del optimismo de la voluntad sobre el realismo de la razón. La oigo hablar y pienso que, después de todo, no estamos en malas manos. No sé por qué, al dirigirme a ella me sale una cortesía antigua. La llamo "señorita". Y me da la impresión de que a ella le hace gracia. *** El esperpento político nacional, en su versión televisiva: mi rutina discontinua de estos días anómalos me impide sentarme a ver tranquilamente un buen documental en la sobremesa o una película después de cenar, que es a lo que se reduce mi uso del monitor de televisión, así que, en los breves intervalos en los que consumo una comida apresurada ante el aparato, me conformo con esa apariencia de rele

DÍAS DE HOSPITAL

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Es difícil escribir sobre hospitales: se empieza queriendo ser Thomas Mann y se acaba en un tremendismo que no casaría mal con ciertos elementos de la ciencia ficción distópica -algo a caballo, en fin, entre Cela y Huxley, con algún toque de cómic siniestro-. *** En los hospitales no es que se respire irrealidad: es que termina uno preguntándose si la realidad no será eso; y todo lo demás -el aire libre, la gente que va a trabajar, las calles bulliciosas- una minuciosa fantasía irrealizable. *** En los hospitales a todos nos hablan de tú. *** En los hospitales uno termina acatando la autoridad de todo el que lleva una bata con membrete; incluso la de las limpiadoras.   *** La luz de los hospitales siempre es la de un país con restricciones eléctricas permanentes. *** Lo leído en un hospital permanece siempre en la memoria como parte de los recuerdos de la estancia de uno allí. Y rara vez vuelve uno sobre esos libros, como si se les hubiera pegado algo. 

LLUVIA

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La idea inquietante de que el poder político pudiera estar, no ya, como suele pensarse, en manos de simples arribistas sin escrúpulos, sino de enfermos o locos. Desde luego, eso explicaría el carácter deshilvanado y caótico de los acontecimientos que dependen, en último término, de decisiones políticas. Aunque, bien mirado, es la propia realidad, en general, la que suele comportarse al margen de toda lógica. La política, si acaso, no hace más que añadir un cierto énfasis dramático a ese desorden primordial. Y lo hace más aterrador, si cabe. *** Más que un fenómeno meteorológico, la lluvia es un lugar... portátil y ambulante, como una feria o un circo en los que la principal atracción fuera la melancolía. *** Ni siquiera los niños lo son del todo en un día de lluvia. La lluvia siempre presupone haber envejecido lo suficiente como para que toda esa región ensombrecida quepa en el recuerdo.

LA TORMENTA

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Por la mañana todavía pudimos pasear por la playa y hasta bañarnos. Pero por la tarde se abatió sobre nosotros una espectacular tormenta eléctrica, seguida de un aguacero que dejó una cumplida alfombra de agua en nuestro dormitorio antes de que atinásemos a cerrar el balcón que llevaba abierto sin interrupción cuatro meses y comprobásemos que, en el intervalo, las baldas de la persiana se habían descuadrado y no había manera de hacerla bajar del todo... El invierno siempre trae consigo una implícita amenaza de catástrofe doméstica, así como un presagio de enfermedad de las vías respiratorias. Por la noche, la garganta inflamada. Por obra, sí, de las cervezas frías ingeridas al mediodía, pero ya es casualidad que éstas me hagan daño justo en este día en el que parece consumarse oficialmente la llegada del mal tiempo. Para la que uno, como para la infelicidad, nunca se encuentra del todo preparado. *** Cuando corriges las pruebas de un libro, siempre hay un momento en el que éste

CICLOS

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El sol ha sido siempre el mismo, como también lo han sido los verdes de la vegetación, los pardos de la tierra y el amarillo sucio del río. Sin embargo, no los ve uno hoy igual que ayer. Mis recuerdos de, pongamos, treinta o treinta y cinco años atrás tienen color de película quemada. Tanto, que estoy convencido de que no se trata de ninguna engañosa asociación de ideas, sugerida por la tonalidad de las fotografías de entonces, sino de una cualidad real de las cosas. Y eso es quizá lo que más me ha emocionado de La isla mínima , el sobresaliente thriller de Alberto Rodríguez: que las imágenes tienen la tonalidad exacta de mis recuerdos de ese tiempo. Esos coches, esas paredes desconchadas, esos muebles de pobre, esas panas parduzcas, esas caras con aspecto de oler a loción de afeitar barata... Un cierto desaseo, que se extiende también al aspecto moral. Y una impresión general de desamparo, como si esa decoloración a la que aludíamos antes obedeciera a un exceso de exposición a una

CÓMPUTOS

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Recibo las primeras pruebas de mi inminente libro sobre Poe. Dudas de última hora. ¿He escrito un libro académico o un ensayo literario? No lo sé. Si acaso, un trabajo académico en el que me he implicado personalmente tanto como en otros libros  míos de carácter más íntimo o biográfico; y en el que me extiendo, por tanto, sobre cuestiones personales y literarias que también me atañen, y mucho: la naturaleza de la creación poética, por ejemplo; la relación de un escritor con sus modelos y maestros; o la cuestión de en qué consisten el éxito y el fracaso cuando lo que importa no es sólo el beneficio material o la repercusión mundana, sino otros empeños cuya índole resulta indescifrable incluso para la persona que los asume. Trescientas y pico documentadas páginas ¿sobre qué? Sobre todo y nada. Y una extraña satisfacción, que conlleva también una todavía no del todo bien asumida sensación de vacío, al ver el trabajo terminado. *** Igual que para el cálculo del producto interior bru

RISTRAS

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Mientras leo en un banco público, a la sombra de un olivo sin podar que casi invade con su fronda el espacio disponible, un gallo surgido de la parcela de detrás se encarama al árbol y cloquea en un inconfundible tono de indignación, como molesto por la presencia del extraño sentado a sus pies. Luego salta del árbol, rodea el banco y se pierde entre los hierbajos de otra parcela, para reaparecer orgullosamente, después de haber dado toda la vuelta, en la acera opuesta. Sin duda se ha escapado de su gallinero. Temo que lo atropelle un coche, o que tenga un mal encuentro con alguno de los gatos cimarrones que abundan por los alrededores. Pero no. Prosigue su marcha majestuosa, con movimientos de juguete mecánico, hasta que lo pierdo de vista definitivamente. Se ve que venía a pegar la hebra, como hacen a veces los viejos que se me acercan en la plaza. Y que le debo de haber parecido un estirado. *** Pasamos la tarde ayudando a este amigo a enristrar pimientos. Baroja empleaba el

ROMÁNTICO

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Fue una disentería lo que llevó a Coleridge a tomar la dosis de opio que le deparó, en sueños, el poema "Kubla Khan", y con él su obsesión de por vida con la naturaleza de la creación poética y la Imaginación, esa potencia cuasi-divina por la que "la mente finita repite el eterno acto de creación del Yo-Soy infinito". Pequeñas causas -un penoso desarreglo digestivo, en este caso- producen a veces grandes efectos. Lo que, bien mirado, no es tan extraño: nunca vuela la mente tan alto como cuando se espanta de estar sujeta a ciertas penalidades del cuerpo. *** Puede que todo el Romanticismo, en fin, no fuera más que el fruto de un empacho.  *** Pensar, por ejemplo, que, cuando nos admiramos o espantamos de las extravagancias en las que incurre cualquier cantante de rock, estamos siguiendo la estela del culto a Byron; o que nuestras melancolías de adolescente -que son también las del adulto inmaduro-  son las del joven Werther; o que nuestra fascinación por