HUESOS

Pobres huesos de Cervantes. La proximidad del cuarto centenario de su muerte, que se cumplirá dentro de apenas un año, ha espoleado las ganas de desenterrarlos, y para ello no parece haber escrúpulo en turbar de paso el descanso de todos los sepultados en la cripta del viejo convento de las Trinitarias, en el Madrid de los Austrias. Hemos visto ya el resultado de algunas de esas exhumaciones: unos pocos huesos terrosos, descompuestos, con un cierto aire incongruente a despojo de carnicería. No entiende uno esa avidez carroñera. Si de antiguo se sabe que los restos del escritor están efectivamente enterrados en ese lugar, debería bastar esa certeza para satisfacer al curioso, o al simple lector agradecido que quiera permitirse el gesto entre piadoso y sentimental de visitar los lugares relacionados con la vida material de ese hombre sin suerte que se llamó Miguel de Cervantes. Lo otro, el deseo de ver e incluso de tocar esos huesos, parece responder más bien a otros instintos. Esa por