SOLOMILLO AL ROQUEFORT

Último viernes de agosto. En principio, la calle engaña, y es difícil evitar la sensación de que, con el cierre por vacaciones de muchos negocios, la resaca de las ferias y el regreso a casa de los turistas, la segunda quincena de este mes tiene algo de prolongación artificial de días mejores. En este estado de ánimo, ocupamos una mesa en una terraza cuyos dueños parecen estar haciendo un esfuerzo suplementario por atraer al público. Han instalado unas parrillas y obsequian a todos los clientes con una ración suplementaria de carne asada. No estoy seguro de que sea una buena idea, porque su efecto más visible es que la mayor parte de la clientela, a la espera del bocado de cortesía, no pide nada, pese a que la modesta carta de la casa no carece de atractivos: los muergos, por ejemplo, son exquisitos. Pero tardan en servir, hay niños correteando entre las mesas y la clientela parece estar tan a sus anchas en el lugar que los no habituales nos sentimos como intrusos que hemos venido a