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Mostrando entradas de septiembre, 2015

ENDRINAS

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Después de poner las endrinas a macerar en casi un litro de anís seco, me tomo el remanente: una copa colmada. Y el repentino acaloramiento que me provoca me hace presentir, en la tarde todavía calurosa, las muchas ocasiones en que otros calores prestados me salvarán de ese intenso pesimismo en que consisten las largas noches frías del invierno por venir. Es sólo un adelanto. *** ¿Van cambiando los gustos de uno? Repaso las treinta columnas de "revisiones" cinematográficas que he escrito para el periódico CaoCultura y me da la impresión que, si bien no ofrecen un panorama de mis aficiones y querencias radicalmente distinto del que reflejaban los dos libros de cine que publiqué en 1999 y 2002, sí parecen ahondar en algunas cuestiones que en esos libros quedaban meramente apuntadas. El telón de fondo sigue siendo el mismo: mi inquebrantable adhesión a cierto canon de clasicismo cinematográfico, representado por el gran cine norteamericano de los años cuarenta y cincuent

AFICIONADO

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Después de darle muchas vueltas, me decidí a participar en el concurso de pintura que organiza mi barrio adoptivo, el de San Antón, en B., y no limitarme a curiosear en el trabajo de otros, como he hecho en años anteriores. Ha sido una osadía por mi parte; sobre todo teniendo en cuenta el nivel de los participantes. Pero en la categoría "Aficionados" cabe todo, y nadie me puede discutir que me cuente entre la modesta tropa de quienes aman la pintura sin tener demasiadas aptitudes para ejercerla. Además, hacía una mañana espléndida y el rincón que pude elegir, por madrugador -fui de los primeros en llegar-, garantizaba una agradable sombra hasta el mediodía. Allí planté una mesita plegable y dispuse mis acuarelas, que es la única modalidad pictórica en la que he perseverado algo más allá de la adolescencia, cuando pintaba casi con la misma regularidad con la que me ejercitaba en escribir mis primeros versos y cuentos. Así que allí estaba, a la vista de todos y expuesto a

BAZAR

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La política como circo de pulgas: todas ellas muy convencidas, eso sí, de la dimensión épica de sus actos. Pero, en definitiva, lo que se mueve es un tingladillo de hilos y alambres, que un simple soplo de viento podría desbaratar. *** La niebla: esa ilusión de lejanía de lo cercano. *** La capacidad de los gatos para convencernos de que han captado con la mirada una dimensión inadvertida de la realidad, cuando lo cierto es que están siguiendo el vuelo de una mosca. *** Primero usted, le digo a mi ego. Yo me quedo aquí fuera, sosteniéndole la puerta. *** Hacen bien algunas lenguas en escribir los gentilicios con mayúsculas: es un modo de verlos venir. *** Esa intimidad que tengo con el perfume de al menos cincuenta mujeres... *** No hay vertedero que no encierre, además de un tesoro, una biblioteca. *** La mayor parte de las horrendas utopías modernas nacen de una cierta idea pequeñoburguesa de la subversión. *** No es ta

DEL CAMINO

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Nos ha costado mucho esta vez la ascensión hasta Fardela. Y no tanto, quizá, porque estemos en baja forma física, como por la sensación de que las preocupaciones y el estrés pesan sobre nuestras piernas más que la propia fatiga. Para remontarse a según qué alturas hay que tener el alma ligera. O dotarse de alas más fuertes, si cabe. De un ala así, titánica, debe de proceder la enorme pluma leonada que hemos recogido del suelo en las inmediaciones de nuestro destino. Una pluma como para escribir con ella una página de la Consolatio de Boecio, por lo menos.   *** El tiempo ha seguido castigando la casa en ruinas: en toda la extensión de sus dos cuerpos sólo queda un pequeño espacio techado, en el que calculamos que se refugia de los elementos el solitario pastor que a veces hemos visto atendiendo la finca. Nosotros preferimos sentarnos en la banca de piedra adosada a la fachada norte, esperando que nos proteja de las rachas de viento de levante que de vez en cuando barren la

CELEBRANDO

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La caminata ha durado algo más de una hora. Y ha merecido la pena. Lo extraño, nos decimos, es que no nos hubiéramos decidido antes a llevarla a cabo. Y como todavía hay quien teme al calor, sólo nos hemos cruzado con una pareja de amables ciclistas que nos saludan efusivamente, con esa desacostumbrada cortesía entre extraños que se suele dar en estos lugares aislados, y con un grupo de excursionistas que, por contraste, nos vuelven ostentosamente la cara, o fingen ir absortos en sus teléfonos móviles. Nos llevaban una exigua delantera y han vuelto sobre sus pasos apenas alcanzado el final del trayecto. Nosotros no. Hay mucho que explorar: una casa en ruinas, la sima en la que desembocan unos arroyos ahora secos -y que toma su nombre, hemos leído, de un pobre hombre al que arrojaron a ella durante la guerra civil-, unos acogedores encinares... Elegimos uno de ellos para almorzar a su sombra y luego descabezar una siesta. Frente a nosotros, el paisaje ha tomado un sesgo familiar: el g

CANCERBERO

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El jurado de un concurso gastronómico -no nos habíamos visto en otra igual- no come: cata. Igual que el jurado de un premio literario. Y lo que te decide a favor de un libro... quiero decir, a favor de un plato en vez de otro, es siempre lo mismo: que la carne se desprenda del hueso, que esté jugosa, que el aliño esté en su punto justo, que lo dulce no empalague. Etcétera. *** Han limpiado el polvo de detrás de los libros, en la biblioteca, y ahora andan todos trastocados... de puro ofendidos, porque tampoco a ellos les gusta que les anden hurgando en los rincones y descubriéndoles las miserias. Sin embargo, les paso los dedos por los lomos y descubro que muchos de ellos conservan todavía esa otra clase de suciedad que viene a ser la vergüenza íntima más grande de cualquier libro: la que se acumula sobre los que nunca han sido abiertos. Y de ésos hay muchos, ay. *** También ha estado uno haciendo expurgo de libros donados. Amontonados en variopintas bolsas de plástico, en