Y UN DEDAL
De regreso, parada en Loulé. Nunca habíamos estado allí y ni siquiera teníamos constancia de que tal sitio existiera, a pesar de que no es la primera vez que hacemos este camino y seguramente los carteles que anuncian esa ciudad nos habrán salido al paso en otras ocasiones. Cosas del Internet: unas habilidosas fotos en las que no se ve más que un modesto caserío acurrucado a los pies de un castillo... y aquí estamos. Pintoresquismo fácil, sí, pero quién va a negar que ésta es la clase de señuelos por los que se deja atraer un turista. Y lo que no esperábamos era encontrarnos, después de dar muchas vueltas y no hallar aparcamiento, en el corazón de una ciudad grande, populosa, llena de comercios, de reclamos culturales y de vida. Todo lo contrario, ay, de la melancólica Silves, con sus comercios abandonados, sus fábricas saqueadas, sus calles desiertas y su enorme cine de los años cincuenta cascado y roto como un viejo decorado. Entramos en el pulcro mercado, nos asomamos a los cal