CASTAÑOS

Hacia el valle del Genal, para ver los castaños amarillecidos. A las diez de la mañana el coche -vamos cuatro amigos- está ya enfilando la carretera de Cortes, en dirección al extremo sur del valle. Paradas obligadas: el mirador de Algatocín, el merendero junto al río en las cercanías de Jubrique y el propio Jubrique, desde donde recorremos a pie buena parte del camino someramente asfaltado que se dirige a Faraján. Antes, el prodigio del valle a la luz de una mañana soleada. A esa hora -quiero decir, antes del mediodía-, el sol cae raso sobre el techo del bosque y hace el efecto de uniformar la masa de encinas, quejigos y alcornoques en una sola mancha verdigrís, de la que sobresalen, singularizándose, los castaños amarillos, encendidos como fanales en medio de una tiniebla espesa de la que brotan, aquí y allá -discutimos si se deben a la quema de rastrojos o a las chimeneas de las casas de labor ocultas bajo la masa arbórea-, lentas columnas de humo que se diluyen en la cas