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Mostrando entradas de enero, 2017

ESPACIO

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El solar del antiguo cementerio visto desde las ventanas de la fachada este del instituto: donde se alzaban las hileras de nichos crece ahora un tupido herbazal, que las últimas lluvias han reverdecido. De las antiguas trazas del cementerio se conserva sólo el pavimento de sus calles y los monolitos que señalan algunas intersecciones o lugares prominentes del recorrido. También, restos de lápidas, que ahora no sabríamos decir si todavía cumplen la función de señalar dónde yace un cuerpo o simplemente ocupan el lugar que les ha asignado el azar en el proceso de desmantelamiento general del camposanto. El mar, al fondo, suma su amplitud a la del solar vacío, excepcional en medio de la apretada ciudad. Y en el vuelo sin obstáculos de la vista hasta el horizonte, se hace sentir el recuerdo de otros cementerios ahora igualados a éste en el abandono y en el matiz clemente que les presta la luz: pienso en el de Larache, por ejemplo, donde, entre los muertos de la antigua guarnición esp

RELATOS

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En el aeropuerto, esperando a C. Presentimiento de que quien va a aparecer de un momento a otro tras la barandilla de la sala de espera no va a ser exactamente la persona que vimos partir hace unos meses. Físicamente, desde luego, ha cambiado: más delgada, incluso se diría que más alta; y teñida de rubio, con el pelo a mordiscos, reminiscente del peinado que la propia M.A. gastaba a mediados de los ochenta, cuando todos -hasta yo mismo, ay, con mis patillas y mi pelo a cepillo- éramos un poco punkies . Un tanto endurecida, parece; aunque, curiosamente, el rostro se le ha aniñado, quizá porque ha empezado a perder la hosquedad propia de la adolescencia. En el coche, devora un bocadillo de queso y en casa hace lo propio con una gruesa tortilla de patatas. El excelente apetito nos reconforta. Trae también ganas de hablar, y todo aquello que queríamos preguntarle, e incluso las advertencias que queríamos hacerle y las obligaciones que creíamos necesario recordarle, salen a relucir en

MILAGROS

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Almendros en flor. Alguna vez hemos podido constatar la extraña armonía resultante de la coincidencia de estas flores blancas con la blancura del campo nevado. Este año no. Hemos salido a cuerpo, sin ropa de abrigo. E incluso nos hemos parado a descansar a la sombra de un fresno, cuando lo normal en estas fechas hubiera sido buscar el sol. Aun así, y a despecho de quienes, seguramente con razón, diagnostican toda clase de desarreglos derivados de la anomalía climática, hemos disfrutado de la benignidad de la mañana. Que no cabe comparar con la de una primavera anticipada: la luz es de invierno, como es invernal cierta nota amenazadora en el vientecillo fresco. Siente uno dentro también esa desconcertante mezcla, esa especie de insinuación de un temor antiguo en lo que a todas luces es una desacostumbrada sensación de bienestar. ***  Cuenta J., nuestro amigo pastor, cómo procedió a capar un cabrito de su rebaño para impedir que se apareara con las cabras de un rebaño vecino, a

COSTUMBRISMO

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Asomado a la ventana, con la vista puesta en el horizonte y una cierta voluntad de hacer abstracción del entorno urbano que me rodea, me asalta la plena convicción de que la imagen que tengo delante -la playa, unos escollos, el  cielo jaspeado de jirones de nubes- es la misma que pudo haber contemplado alguien que se hubiese situado en este lugar antes de que existiera, no ya el edificio en el que estoy, sino la propia ciudad o incluso los rudimentos mismos de sociabilidad de los que ésta ha surgido: un merodeador solitario que se hubiese parado a otear el mar desde la cima de un promontorio y que acaso hubiese tenido también la premonición de unas gentes extrañas levantando sus casas y afanándose en sus rutinas en ese mismo sitio muchos siglos después, alterando para siempre su fisonomía, pero manteniendo intacta la posibilidad de fascinación ante lo inmenso, en la que sólo cuenta la mirada y el horizonte que la circunscribe. *** A esta hora de la mañana el hospita

BRIXTON

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Nos cuenta C. que estuvo en el homenaje que el barrio de Brixton dedicó al recién fallecido David Bowie. Discursos emotivos, velas encendidas, interpretación de sus canciones a cargo de una banda "tributo". Extraña parafernalia cuasirreligiosa para una figura que encarnaba como ninguna otra -en eso aventajó a todos sus rivales- la idea de la modernidad como una especie de transformismo ejercitado sobre el vacío y, por tanto, difícilmente vendible como otra cosa que no fuera espectáculo, antes que ejemplo o guía. En eso, al menos, fue más sincero que otros "ídolos" de la cultura popular. De ahí, también, que el comentario que con más frecuencia se ha oído estos días a raíz de su muerte -al menos, en privado, cuando no había que reafirmar la filiación de uno a esa sedicente modernidad periclitada- ha sido el mismo en el que coincidimos C. y yo en nuestra breve conversación telefónica. "Oye -me pregunta-, ¿y a ti te gustaba Bowie de verdad? Lo digo porque en cas

CASA DIEGO

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Me está gustando este Wimbledon Green, el mayor coleccionista de cómics del mundo , la "novela gráfica" -¿no sería mejor decir "tebeo"?- del dibujante Seth que me regalaron por Reyes, y que utiliza la falsilla de la bibliofilia para tejer una amalgama de vidas desenfocadas y empeños sostenidos contra toda lógica.  Hoy he leído el capitulillo en el que el protagonista desgrana sus recuerdos y menciona la tienda de tebeos y chucherías en la que se abastecía de ese paliativo de la soledad que son las lecturas infantiles. Donde habla de "la tienda de Pete" leo yo "casa Diego" o "casa Maruja": bajo los dos nombres se conocía el humilde establecimiento en el que compraba mis tebeos, mis sobres de soldaditos y otros humildes juguetes y pasatiempos, que iban desde las planillas de naipes de la casa de Heraclio Fournier -para desprenderlos había que cortar a lo largo de una línea perforada, como los cupones-, hasta las pistolas de muelle qu

POR EL BUEN CAMINO

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En el mercadillo. Hojeando un ejemplar de la primera traducción española de Doctor Jivago , la que se hizo sobre el texto italiano que publicó Feltrinelli en 1957, cuando la novela estaba todavía proscrita en Rusia, me llama la atención la pulcritud y corrección métrica con que están vertidos los poemas que ocupan el capítulo final. Busco el nombre del traductor: Fernando Gutiérrez, de quien, tras hacer la correspondiente búsqueda informática, averiguo que fue un prolífico y premiado poeta, amén de traductor y gestor editorial, y que en su tiempo se apreciaba mucho su conocimiento de los entresijos de la censura -él mismo ejerció como censor- y, por consiguiente, su habilidad para sortearla. Entre sus méritos está haber fundado una apreciable revista poética, Entregas de poesía , en 1945, haber servido de guía y mentor a un principiante Juan Goytisolo y haber firmado -al parecer, para facilitar su aprobación por la censura- una antología de poesía en lengua catalana. Cuántas trayect

COMIDA PARA LLEVAR

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Mientras esperamos nuestro pedido de comida para llevar, tomamos unas cañas. El bar está abarrotado: se ve que en vísperas de festivo nadie tiene ganas de cocinar. A mi espalda, mesas en las que se abarrotan hasta ocho o diez personas, en animados grupos que trasiegan cerveza y devoran con muy buen apetito los sandwiches historiados y los grasientos "combos" de la casa. En la barra, algún solitario que se ve que no tiene mejor sitio donde cenar, y también algunos que sólo beben. Junto a la puerta, casi al relente, un matrimonio de mediana edad con una hija adolescente: los adultos callan y miran al vacío, mientras la niña, que luce una llamativa melena lacia color rubio platino, no quita los ojos del teléfono móvil. Al rato, musita algo a su padre y éste dispone el traslado del grupo al extremo más alejado de la puerta: la chica, que debajo de la cazadora corta luce un exiguo top de gasa negra que apenas le llega al ombligo, se ha quejado del frío. "Normal", m

DENTRO DE LA CAMPANA

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El regreso de la sierra ha agravado la congestión de oído que vengo padeciendo desde hace semanas. Estoy medio sordo; o mejor dicho: mi capacidad de audición ha perdido relieve, y basta un pequeño ruido de fondo -la radio encendida, por ejemplo- para emborronar cualquier otro sonido, incluidos los más cercanos. Así que heme aquí recluido en lo que podríamos denominar la expresión máxima de mi manera normal de estar en el mundo: el ensimismamiento. Ahora la madriguera va conmigo, como los caracoles llevan consigo su concha; o, mejor, como la portan los cangrejos ermitaños, que ni siquiera hacen la suya propia, sino que la toman prestada. *** Tal vez por ello, los acontecimientos externos me llegan como envueltos en una doble nube de extrañeza. Me escriben, por ejemplo, para invitarme a formar parte de una antología de poetas locales. Nunca he entendido la utilidad de este tipo de libros, o qué aporta a un mejor entendimiento del panorama poético agrupar a los poetas por pr

NOCHEVIEJA

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Algunas anotaciones sobre el paso de un año a otro. Esta vez, en el restaurante de unos amigos, Casi todos los congregados, menos nosotros y otras dos parejas, son familiares de los dueños. A casi todos los conocemos desde hace tiempo, así que no hay sensación de intrusión. Es nuestra primera nochevieja solos desde el nacimiento de C. Ahora ella está en Londres y hemos querido paliar la evidencia de su falta con esta nochevieja entre amigos.  Ha sido una cena hasta cierto punto circunspecta y morigerada. No ha habido embriagueces evidentes, ni vociferaciones a cuenta de discrepancias políticas o desavenencias familiares. Y no creo que sea por la presencia de tres parejas extrañas en medio de lo que parece una familia excelentemente avenida: más bien, se nota en todos ellos una cierta reserva, como si el parentesco no fuera razón suficiente para prescindir de ese fondo callado y discreto que suele tener la gente de estos pueblos. No quiero decir que no haya risas y bromas: no fa

(DE UN DIARIO INÉDITO)

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(Sábado 2/1/2016) Apenas hace un mes que me despedí de este cuaderno y ya estoy otra vez aquí. Lo echaba de menos y, sobre todo, acusaba la falta del intervalo de introspección que suponían los escasos minutos que cada tres o cuatro días le dedicaba.  Le he dado muchas vueltas a cómo continuarlo, porque una cosa sí tenía clara: la pausa debía servir para redefinir las reglas.Hasta ahora este cuaderno se concebía a sí mismo como diario abierto , lo que en la práctica se traducía en cierta inmediatez: se traían a él, diariamente al principio y más espaciadamente luego, todas aquellas vivencias y reflexiones que me parecían apropiadas a un cierto nivel de intimidad , dejando fuera, más por discreción que por pudor o recato, otras cuestiones que consideraba pertenecientes al ámbito de la mera privacidad . Naturalmente, los límites entre intimidad y privacidad son dudosos y posiblemente venían en gran medida determinados por ese compromiso de inmediatez: el que el lector leyera hoy