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Mostrando entradas de abril, 2017

MALESTAR

Me causa un indecible malestar la visión de una gaviota arrancando las vísceras de una paloma muerta. Está ocurriendo ahí, a pocos metros de la balaustrada del paseo marítimo, en una de estas extrañas tardes de luz sin sombras que crea la dispersión del resplandor solar en un resto de bruma. Está ocurriendo del lado de acá de una especie de contrafuerte que el oleaje y los vendavales de los últimos días ha tallado en el frente arenoso, por lo que es posible que quienes toman el sol un poco más allá, en la cota algo más baja que se extiende en suave declive desde el otro lado del farallón hasta la orilla, no puedan ver la escena. Me alegro por ellas: dos mujeres de alrededor de treinta años, que han tenido la fantasía de... (De un diario demorado; entrada programada para el 27 de abril de 2018)  

DÍA DEL LIBRO

Día del Libro. Treinta y tantos escritores en una plaza, a pleno sol. Entre todos hacemos bulto: a falta de espontáneos que vengan a aplaudirnos y comprar nuestros libros, cada uno de los treinta tiene como público a los otros veintinueve. Ninguno, por supuesto, condescenderá a comprar los libros de otro, La vida, mientras tanto, bulle alrededor: hay gente que pasea y pasa de largo, sin acercarse a esa extraña concentración de postulantes; hay niños que juegan al fondo. Sería un milagro que... ( De un diario demorado ; la entrada completa podrá leerse a partir del 23 de abril de 2018)

CASA DE COMIDAS

Al menos una vez por semana nos gusta almorzar en cierto restaurante de menús del día en el que comen los trabajadores del polígono industrial cercano: es barato y la comida es buena, y además ese día nos ahorramos cocinar y fregar platos. No hay florituras ni ceremonias: al entrar, te dan una fotocopia con el menú y hay que anotar la comanda en un papelito adjunto. La comida llega a la mesa a los pocos minutos, y en cuanto la camarera, que también cocina, ve que estamos finiquitando el primer plato, planta en la mesa el segundo, no exactamente con brusquedad, pero sí con la presteza deportiva de un ama de casa que no quiere que la comida se alargue indefinidamente y está deseando acabar con el zafarrancho para echarse a descansar. Así es la rutina, semana tras semana, y ya incluso puede decirse que la camarera nos ha hecho la ficha: ya sabe que nunca vamos más de una vez por semana, que no me gusta el queso -si sospecho que ese ingrediente aparece en el plato, lo pregunto-, que nos lo

CALAIS

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C. ha vuelto a cruzar el Canal. Lo hizo ayer, de madrugada, en lo que imagino un deprimente recorrido por ese desagüe de Europa en el que se ha convertido Calais. Me llama la atención que esas tristes realidades del mundo contemporáneo me atañan ahora tan de cerca, más allá de esa curiosidad un tanto deportiva con la que hasta ahora afrontaba la lectura del periódico. No es que la casa se haya hecho más grande: la impresión es, más bien, que las paredes han volado y ya no hay casa propiamente dicha, sino una intemperie por la que vagamos a ciegas, fiados del simulacro de proximidad que presta de vez en cuando un mensaje de whatsapp  o una llamada telefónica. No es que antes anduviéramos menos perdidos: ese desamparo buscado ha sido siempre privilegio de la juventud. Pero esa huida se reducía a la llamada de un empleo en otra provincia, o a una escapada de fin de semana a Madrid. Que, paradójicamente, suponían una sensación de lejanía aún mayor, porque el cosmopolitismo de hoy no

JOYCEANA (GALERÍA)

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Vista de Dún Laoghaire (la Kingstown de tiempos de Joyce) desde la torre Martello de Sandycove, punto de partida del Ulises . Vista de Dún Laoghaire. La torre Martello (hoy, James Joyce Tower) de Sandycove. El lago inferior ("Lower Lake") de Glendalough. El puerto pesquero de Howth, en el extremo norte de la Bahía de Dublín. 

OCURI

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Visita en grupo a las ruinas de la ciudad romana de Ocuri, en plena sierra. La imagino como un pequeño pueblo serrano de entonces: donde la guía dice "foro" entiendo "plaza", donde "templos" pongo la imagen familiar de alguna de las ermitas que rodean la cercana Benaocaz. Lo único que no tiene equivalente moderno es, quizá, su condición de recinto cercado, de lo que dan fe los restos de una recia muralla ciclópea. Y no deja de conmovernos la historia de Juan Vegazo, el campesino que compró la finca con la esperanza de hallar en ella una nueva Pompeya, y se construyó a espaldas del foro, junto a un acebuche centenario que todavía sobrevive, una casa levantada con sillares procedentes de la ciudad circundante. Imagina uno la incomprensión de los vecinos, la condescendencia con la que se referirían a la chifladura de ese hombre obsesionado con las piedras antiguas. Todavía hoy, la mayor amenaza que pesa sobre el enclave es esa incomprensión, que lo ha h

A. A.

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En un banco del mirador, leyendo y de vez en cuando levantando la vista para ver, en la carretera serpenteante al fondo del valle, la larga hilera de coches que suben a disfrutar del día soleado. La Feria del Queso en el pueblo vecino hace de reclamo. Pero la multitud que ha llenado de pronto la plaza, a mis espaldas, no responde a ese estímulo festivo. Vienen, les oigo decir, de una misa de difuntos. Y como tengo la imprudencia de contravenir el verso de John Donne y preguntar por quién habían sonado las campanas en esta ocasión, me sorprende saber que el difunto era A. A., maestro en la escuela de adultos del pueblo y presencia habitual en los corrillos festivos que han hecho de esta plaza su lugar de reunión. Orondo, sonriente, socarrón y buen vividor, su perfil bajo su inseparable sombrero de ala ancha era inconfundible. Hace apenas un año anunció tranquilamente, en uno de estos jolgorios improvisados, que iba a ingresar en el hospital para empezar su lucha contra un cáncer que