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Mostrando entradas de junio, 2017

ESCALAS

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"Francamente, me resulta imposible suscribir que Gloria Fuertes fuese una grandísima poeta a la que debemos tomar muy en serio", afirma Javier Marías en su columna semanal en El País. No suele uno prestarse a suscribir las opiniones de este escritor, quizá más por una cuestión de forma que de fondo. Pero esta vez el mensaje es tan nítido como indiscutible. Y no porque no aprecie uno hasta cierto punto la obra y la figura de la autora cuyo centenario se ha celebrado este año hasta el empacho, sino porque esa celebración, impostada y fuera de toda medida, excluye el matiz de que un poeta -o una poeta, en este caso- por quien se puede sentir simpatía, y a quien incluso se puede conceptuar como necesario/a en una coyuntura de la que sólo se recuerdan hoy las actitudes y gestos francamente indigeribles de muchos otros, no tiene por qué cargar con el peso de una clase de estimación que no le corresponde. Grandes, grandísimos poetas fueron otros. A ella le correspondió el don de u

UNA ESCENA CALLEJERA

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Al principio me parece que están haciendo algo nefando al pobre animal. La escena está ocurriendo en la parcela ajardinada que tengo frente a mi ventana: un hombre joven trata de envolver a un perro, que parece no poder moverse, en una manta; a su lado, sentada en el césped junto a un cochecito de niño que parece haber sido usado para llevar hasta allí al animal impedido, una chica lo mira en silencio. Poco a poco, por fortuna, el cuadro va adquiriendo un sentido distinto al que quisieron darle mis temores. El animal, por razones que ignoro, no se sostiene sobre sus patas, y el hombre le ha pasado una manta bajo el tronco con la intención de sostenerlo poco menos que en volandas y ponerlo en situación de apoyar sus extremidades en el suelo y ejercitarlas. No quiero imaginar el origen del daño: fracturas debidas a un accidente, quizá, o a malos tratos -y quiero suponer, en ese caso, que las personas que se esfuerzan por hacerle recuperar sus fuerzas lo han rescatado de un entorno c

ON GROWING A BEARD

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Creo que mi ya crecida barba merece una mención, la primera, en este cuaderno. Me ha deparado una curiosa sensación de pudor retrospectivo: me parece que me resultaría incómodo volver a dejar al descubierto ciertas cicatrices faciales que tengo desde la infancia y que ahora, por primera vez desde que sufrí el accidente que me las causó, a los diez años, resultan invisibles. Alguien me ha dicho que esta profusión de pelo predominantemente blanco me hace más joven. No sé. Quizá quiere decir que contrarresta en cierta medida, y por la vía del desaliño, mi ya asentado aspecto de hombre formal: una condición que, ahora que lo pienso, siempre me ha parecido un tanto prematura.