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Mostrando entradas de julio, 2017

UNA DE LOS NUESTROS

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Termino mi lectura veraniega de  Mansfield Park  de Jane Austen: una lección magistral de cómo construir un argumento, desarrollar personajes y poner en pie un mundo autosuficiente, que es el milagro que uno espera del arte de la ficción literaria. Y un prodigio de ambigüedad y  understatement , desde la espinosa cuestión de cuál es la fuente de la riqueza y estatus de la familia protagonista -sir Thomas, el dueño y señor de Mansfield Park, tiene propiedades en Antigua, en el Caribe, a las que tiene que acudir para resolver unas innominadas "dificultades", que posiblemente sean, si atendemos a la cronología de la época, un levantamiento de la mano de obra esclava- hasta la exquisita pudibundez, no exenta de picardía, con la que se alude a las "indiscreciones" cometidas por cierta pareja adúltera o al hecho de que los protagonistas, felizmente casados al final, alcanzan ese punto del matrimonio en el que cierto "acontecimiento" les exige "un aumento

OTRA LECTURA DE VERANO

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Otra vieja deuda de lectura: Mansfield Park de Jane Austen, que acabo de empezar. Ya la primera página casi asegura al lector uno de los más infalibles acicates para mantenerlo enganchado a una lectura de más de quinientas: el acierto tonal. ¿Es la ironía la que dicta frases como éstas: "Hace unos treinta años, la señorita Maria Ward de Huntingdon, con sólo siete mil libras, tuvo la suerte de cautivar a sir Thomas Bertram de Mansfield Park (...) y elevarse con ello al rango de esposa de baronet (...). [S]u propio tío el abogado reconoció que le faltaban tres mil libras al menos para tener justo derecho a él"? Podría hablarse incluso de cinismo: "[L]o cierto es que no hay tantos hombres acaudalados en el mundo como mujeres bonitas dignas de ellos". Ya sabe uno que, sea la historia la que sea, el mero placer de oír a la narradora va a merecer la pena: el espectáculo de la inteligencia aplicada al desentrañamiento de una situación mundana que quizá, al cabo, no nos

SYDNEY (UNA PELÍCULA DE HACE VEINTE AÑOS)

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La aporía moral que parece exponer  Sydney  ( Hard Eight, Sydney , 1996, de Paul Thomas Anderson) reside en la paradoja de que la búsqueda de redención personal -eso en lo que andamos empeñados de un modo u otro todos los adultos, a partir sobre todo de la edad en la que puedes dar por seguro que has apurado al menos la mitad de los años que teóricamente podrías vivir- frecuentemente conduce a la comisión de nuevos errores, de nuevos crímenes. Hacia la mitad de la película nos enteramos de que el amable protagonista, convertido en ángel de la guarda de un joven sin rumbo, tiene efectivamente un gran pecado que purgar, a la vez que constatamos que su voluntarioso empeño lo está conduciendo a un nuevo callejón sin salida. En estos casos el cine -cierto tipo de cine, en fin- admite siempre una solución expeditiva, y a eso se acoge Anderson. Pero el desenlace en realidad no resuelve nada: todos los personajes quedan a merced de sus propias debilidades e inconsistencias, unos -el protegi

UNA LECTURA

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Satisfago una vieja deuda de lectura:  Una vida  de Italo Svevo. No sé. Tal vez sea la traducción, descuidada y plagada de erratas, lo que me ha impedido el goce pleno de este presunto clásico de la literatura del siglo XX. La trama me es familiar: la historia de uno de esos jóvenes "incapacitados para la vida" que pueblan las literaturas europeas de aquellos años: nuestro barojiano Andrés Hurtado, el protagonista de  El árbol de la ciencia , o el de  La voluntad  de Azorín serían otros ejemplos característicos del mismo tipo humano, e incluso más logrados, porque las dos novelas españolas citadas están escritas desde una convicción que parece faltar en todo momento a la dubitativa novela del italiano. Aunque esa indecisión pueda considerarse, con la visión de conjunto que tenemos hoy de la obra de su autor, el rasgo más característico de su mundo moral e incluso de su modo de narrar. El joven en cuestión se gana la vida desganadamente en una anodina firma bancaria que ti

SOBRE LA TOLERANCIA

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Ya casi da pereza escribir sobre esto. Pero llama la atención el hecho de que, con todo lo que se ha dicho y escrito a propósito de la polémica desatada por el artículo de J.M. sobre Gloria Fuertes, nadie se haya fijado en uno de los aspectos más preocupantes de éste y otros casos: el creciente ensañamiento de ciertos sectores de la opinión pública con quienes expresan pareceres contrarios a los suyos. Ha ocurrido siempre, porque el respeto a la opinión ajena, por desgracia, no es un don que se haya prodigado nunca demasiado en nuestro país. Pero el fenómeno ha alcanzado en los últimos meses una virulencia que empieza a resultar preocupante. Pienso en otros casos, además del citado: en el linchamiento sin paliativos que la periodista Rosa Montero ha sufrido por haber escrito un artículo en el que se planteaba que quizá los partidarios de la medicina homeopática no son necesariamente unos irresponsables o unos memos, y que es posible que tengan sus buenos motivos para secundar esa prá