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Mostrando entradas de enero, 2018

DOLOR

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El dolor de este amigo ante la muerte de su padre. Me hace el relato desde detrás del mostrador de su negocio, al que he acudido urgido por la sospecha de que el temido desenlace debía de haberse producido ya. Uno no sabe nunca qué decir en estos casos. También lleva uno dentro sus propias penas, de las que no ha querido dar cuenta a todo el mundo: ni siquiera a este cuaderno, hasta hoy. Mientras asisto al dolor de R., pienso en el mío: y no por egoísmo o por un reflejo de anteponer los sentimientos propios a los ajenos, sino por una consideración de que el dolor humano es uno y siempre el mismo para todos: el de la pérdida, el de la impotencia ante el destino, el de asumir lentamente la evidencia de que sólo el tiempo acaba, si no aliviándolo del todo, sí suavizándolo hasta hacerle perder sus aristas más desgarradoras. (29/1/17)

PAPIROS

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Me parece mentira que una película de 2003 -es decir, de ayer, según llevamos la cuenta acelerada quienes ya pasamos del medio siglo- me parezca tan indiscutiblemente un clásico; pero esa es justo la sensación que tengo al ver por segunda vez Master and Commander: The Far Side of the World  de Peter Weir. Produce esta película en el espectador la misma impresión de verdad y de gozo de dejarse llevar por una historia bien contada que causaban El hidalgo de los mares ( Captain Horatio Hornblower , 1951) o El mundo en sus manos ( The World in his Hands , 1952), ambas del insuperable Raoul Walsh. Y resulta evidente que, en plena edad de las animaciones por ordenador, esta película de aventuras marinas ambientada en las guerras napoleónicas se funda en otra clase de ilusionismo visual: el consistente en hacer que las situaciones se representen físicamente ante la cámara -es decir, que haya algún elemento de realidad en los barcos, las armas, los uniformes, las explosiones, las localiza

LA NUBE

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Vivir al cabo de la calle: hemos almorzado en un bar de polígono -unas estupendas patatas aliñadas, un filete empanado, unas natillas de sobre- y, después de una somera siesta, he dejado a M.A. en una reunión de trabajo y me he venido a echar la tarde, mientras la espero, ante uno de los ordenadores del instituto ahora vacío. Me encuentro con una compañera nueva, que hace la sustitución de una baja: "Me he venido aquí por el aire acondicionado; se está mejor que en mi piso", me dice. Yo me excuso vagamente por hallarme también en esta posición desairada de vagabundo que no tiene donde pasar la tarde. Fuera el temporal arrecia. Y es verdad que el aire acondicionado es muy de agradecer cuando, tras el ventanal que nos separa del paseo marítimo, se desatan los elementos.  *** Redacto estas notas antes de abordar otras faenas ligeras que me aguardan en mi cuenta de correo. La metáfora de "la nube", tan del gusto de los informáticos, no parece del todo inadecuada

SÓLO SÉ

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Otra versión (hastiada) del socrático "Sólo sé que no sé nada": Sólo sé que casi todo lo que sé me sobra.  *** Y esta extraña pareja con la que coincido en el café de los desayunos. Esquinado él -literalmente: se ha atrincherado, de cara al resto de la concurrencia, en el extremo del mostrador que linda con la pared del fondo-, respondona y gesticulante ella. Al primero le queda grande la ropa -la cazadora de cuero marrón, los tejanos raídos- y le presta un curioso aire de gallo de pelea el flequillo crespo, teñido de un rubio casi amarillo. Ella viste minifalda vaquera sobre leotardos negros -tiene las piernas bonitas- y calza unas potentes botas Dr. Martens, que casan bien con su predisposición general un tanto agresiva. Que están peleados con el mundo es evidente; como lo es, también, que no se recatan mucho de vocear los motivos de esa actitud defensiva. Desde donde estoy, no obstante, no alcanzo a oír lo que dicen: sólo constato que a él las palabras le salen mas

SIN GUANTES

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Finalmente, alcanzamos a ver la nieve: quedaba alguna en los tejados de las casas y en la cara norte del Cao, y también, en forma de espumarajos, en las umbrías y cunetas. Hay niños que, como nosotros, han venido a hacerle una visita in extremis , antes de que el sol la funda. Los padres los animan a tocarla, incluso a jugar con ella, lo que los niños hacen con escasa convicción, como si dudaran de que esas manchas espumosas, cuya blancura prístina ofrece un raro contraste con los colores sucios, mezclados, de los herbazales, correspondieran verdaderamente con lo que han venido a ver: la nieve falsa de las postales y de las películas navideñas.  Yo también me he agachado a tocarla: me ha devuelto el escalofrío de la primera vez que me encontré con ella, de niño, en Sierra Nevada. También, entonces, un cierto sentimiento de decepción: aquello no eran más que ralladuras de hielo, como las que se depositan al fondo del congelador. Y fue, quizá, esa falta de respeto la que me ll

TUROFOBIA

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Fotos de Benaocaz nevado. Me las enseña J. de D., que ayer tarde no dudó en echarse a la carretera -hora y media de ida, otro tanto de vuelta- para ser testigo directo del acontecimiento. Estuve a punto de decirle que me iba con él. Pero tenía que redactar la reseña que me andaban pidiendo del suplemento... No podré ir hasta mañana y supongo que para entonces las nieves se habrán fundido. Me tendré que conformar con  les neiges d'antan  de la literatura; que, como todo el mundo sabe, no se funden nunca, pero tampoco deparan esa especie de gozo infantil que nos invade a los meridionales cuando presenciamos el infrecuente milagro de una nevada.  *** El discurso inaugural de Donald Trump: basura patriotera y eslóganes populistas, como en la campaña que lo ha llevado a la presidencia. Hoy mismo publica J.M.R. en CaoCultura un artículo sobre la relación entre esa victoria electoral y el deleznable estado de opinión que se respira en las llamadas "redes sociales". Lo qu

EN EL LIMBO

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Estos días en que el frío equivale a transparencia cristalina, como hay otros en que el calor se traduce en cierta turbiedad polvorienta, como de zoco muy paseado por camellos. *** La distribuidora de mi último libro comunica a la editorial la fecha de una presentación del mismo de la que ni yo mismo tenía noticia, y que evidentemente es producto de un error o de un malentendido. Ante mi cada vez más notorio desinterés por estas cuestiones, el fantasma de algún otro yo más entusiasta debe de haber forzado un acto de autopromoción... en el limbo de las vanidades deseosas del aplauso de las moscas.  *** L as mejores horas del día, físicamente hablando: las que median entre el final de la digestión de la última comida y el momento en el que se vuelve a tener ganas de comer. Ese breve intervalo en el que uno ha pagado sus deudas con la fisiología y parece hecho de una materia autosuficiente y apenas una pizca más densa que los propios pensamientos que la ocupan.   (17/1/17)  

BENDITOS

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Aun a pleno sol, nadie se quita las prendas de abrigo. Es lo que los boletines meteorológicos han venido llamando en estos días, no sin notoria impostación, "frío polar"; al que aquí, con motivo de la fiesta del patrón del barrio -que se celebra a iniciativa de los vecinos y sin la menor implicación del elemento oficial-, han hecho frente con una velada al aire libre, más o menos aliviada por un inefectivo sol de invierno y fortalecida por los poderosos condumios preparados al efecto: una enorme olla de callos con garbanzos y otra no menor de asaduras estofadas, a las que el mesón del barrio ha añadido un jamón más bien blanquecino, pero cortado con mucha ceremonia por un profesional con los debidos galones. Tampoco ha faltado el cura, a quien no debe de haber disgustado el aire de heterodoxia que se respira en la fiesta. Ha sido párroco en varios lugares de Hispanoamérica, siempre entre gente menesterosa, y sabe que un cura no está para estorbar ni para enredar a la feli

ILUSIONISMO

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Acaso todo el debate en torno a la informática y a las posibilidades de la tecnología se reduzca a una única cuestión: si somos partidarios o no del ilusionismo. Quien esto escribe, desde luego, se considera a sí mismo un áspero realista, que encuentra más placer en una descripción pormenorizada de algo que se pueda ver y tocar -y, por tanto, que de alguna manera refleje también la sensibilidad y la visión del mundo de quien sostiene esa mirada- que en la fantasía desbocada; lo que no quiere decir que haya desechado del todo la posibilidad de que el solo acto de percibir la realidad con los sentidos despiertos termine deparando la visión de aspectos de la misma que suelen escapar a la mirada adormecida por la rutina, la desgana, la falta de agudeza sensitiva o la mera cerrazón.  Por eso me fascinó, esta mañana, la simpleza de cierto dispositivo -prácticamente, una manualidad infantil- cuyo funcionamiento me describió un alumno. Yo les había emplazado a explicar en inglés cómo hacer

LO QUE DEBE QUEDAR

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Tarde gastada en una vana reclamación comercial, que me hace llamar a tres empresas y hablar con algún que otro robot de acento neutro, que me aconseja esperar o me ordena marcar tal o cual número en función de la gestión deseada. Impresión, al cabo, de que la cuantía de lo reclamado no vale lo que el tiempo perdido, que mejor podría haber empleado en disfrutar de la tarde azul y oro -tan juanramoniana, en fin- o en leer alguno de los libros que tengo sobre el escritorio. Al final, doy con una voz amable que me aclara la situación: quiero decir, que me alivia de esa especie de prurito de dignidad herida que nos mueve a veces a buscar reparaciones de pequeños agravios de la vida diaria que, si se dejan estar, tampoco suponen nada. Quizá buscaba uno solamente oír esa voz. *** La mañana también fue pródiga en minucias entre perturbadoras y pintorescas. Anoto sólo una. A S., que dejó su abrigo colgado en el perchero del café donde habitualmente hacemos el desayuno de media mañana,

ESTORNINOS

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Bandadas de estorninos sobre la ciudad a primera hora del día. Las veo desde el punto más alto del puente nuevo: manchas bulbosas, difusas, dotadas de una especie de dinamismo vertiginoso que las hace cambiar de forma constantemente y reorganizarse sin perder nunca la apariencia compacta, la sugestión de que todos sus componentes pugnan por estirar o romper una bolsa elástica cuyo tejido nunca cede. Y enormes: algunas de ellas cubren el equivalente a varias manzanas de edificios. Deben de contener millones de individuos, todos y cada uno de ellos misteriosamente conectados a la voluntad que rige el conjunto. Y tienen algo de amenazador, no tanto por las dimensiones de la nube, como por la evidencia de esa voluntad única, todopoderosa, similar a la que gobierna una plaga de langostas o un ejército de hormigas. Y de fantasmal, también: vuelan a tal altura que desde el suelo apenas son discernibles.  Es posible que ésa sea su táctica de supervivencia: confundirse durante el día con l

ESA PLAZA

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"Mucha poesía, pero sin renunciar al pincho de tortilla", me dice este conocido que me ha sorprendido en pleno desayuno con una antología de Pessoa en la mano y en la otra el tenedor con el que he empezado a atacar el citado condumio. Pero qué duda cabe de que, para leer al energético Álvaro de Campos, hay que venir por lo menos bien alimentado. *** La soledad: esa plaza bien soleada a la que otros se asoman y la creen vacía, cuando lo cierto es que es la propia plaza la que se llena a sí misma. *** La única soledad verdaderamente intolerable es la de quien busca una ocasión de hablar consigo mismo y encuentra que su interlocutor está siempre ocupado. *** La muerte: la intuición de un mundo que sucede sin nosotros y que por tanto, en rigor, también ha dejado de existir como objeto de tu pensamiento o tus sentidos. De un mundo que muere cuando tú mueres.  

ERRORES DE CÁLCULO

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Me alegra que esta simpática conocida haya ganado un importante certamen literario: para ella es un paso más en lo que concibe como una verdadera escalada que la ha llevado desde las posiciones más humildes -la poesía publicada en editoriales huidizas, la literatura infantil y juvenil más o menos por encargo, el activismo en la red, el periodismo a rebufo- a lo que seguramente considera un escalón bien alto, pero no el último. Treinta años de carrera que abocan a esto. Y merecidamente, porque lo hace bien y, además, es una trabajadora incansable. Ahora le toca navegar en otras aguas en las que quizá esas virtudes no le sirvan de mucho. Pienso en Ángel Vázquez, ganador del Planeta; o en Vicente Soto o Vidal Cadelláns, ganadores del Nadal: esos logros no les libraron de la pérdida de fe en sí mismos, de la conciencia de fracaso, de la condena a la literatura subalterna y sin reconocimiento. Algo me dice que ella sabrá esquivar esas trampas del ego insatisfecho y de la ingratitud del me

LA VIEJA HISTORIA

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Nos cuenta L. en la barra del bar la historia de cierta aficionada al cante flamenco en la que los entendidos locales habían puesto sus esperanzas. Tenía buena voz y lo que le faltaba, pensaban sus valedores, podía obtenerse a fuerza de preparación y buenos consejos.  No sirvió de nada: la susodicha no superó nunca los vicios adquiridos en su aprendizaje autodidacta y fracasó en todos los concursos en los que intentó hacerse valer, hasta que se dio por vencida: la vieja historia del talento desperdiciado o mal encauzado, o de las expectativas infundadas respecto a uno mismo. Y suele acabar en tragedia, como muy bien diagnosticó Somerset Maugham en un relato del que no he parado de acordarme mientras oía a L.: "The Alien Corn", sobre un joven aristócrata que renuncia al brillante futuro que le tiene reservado su familia y consagra sus esfuerzos a convertirse en pianista; sin conseguir, al cabo de muchos años de preparación, otra cosa que una aparente corrección que transp

UN PESO A LA ESPALDA

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Me he echado a las espaldas la mochila de C. El peso casi me tumba. Y me divierte pensar que podría haberse ahorrado unos gramos, quizá un kilo, si no hubiera echado al equipaje una antología de William Blake que ha cogido de mis libros y los tres tomitos de la Historia social de la literatura y el arte de Arnold Hauser, que le he procurado porque me parece que le pueden ayudar en sus trabajos universitarios.  Con esa impedimenta hemos acudido al lugar donde se ha citado con el conductor con quien ha concertado compartir el viaje: cosas de la moderna sociabilidad en precario, confiada y barata, regida por internet. Y lo curioso es que el coche no ha llegado, ni el tipo que debía conducirlo ha condescendido a ponerse al teléfono y dar las explicaciones pertinentes. Con lo que volvemos a casa con la mochila a mis espaldas otra vez y C. echando chispas. Buscará un coche para mañana. Yo no digo nada. Me veo a mí mismo hace treinta años con una pesada bolsa Puma a cuestas, en un compar

URGENCIAS

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Estaba esperando fuera. Pero, como tenía ganas de orinar, he entrado en el vestíbulo del hotel. Me digo que tengo la excusa perfecta, si alguien me preguntara: estoy esperando a mi hija, que está haciendo uso del spa (no hay por qué decir que es gracias a un bono gratuito que me dieron en la comida de navidad del trabajo, celebrada precisamente en este hotel). Previamente, había intentado usar el retrete del quiosco de bebidas del parque cercano, pero tropecé con un cartel que dice que el servicio es sólo para clientes, y que hay que pedir la llave... Tampoco hay WC público en el parque, y como uno es tímido y no tiene ánimo para orinar contra una tapia, me he decidido a probar en el hotel.  Es un vestíbulo inmenso, lleno de sofás que parecen muy mullidos y en los que no hay nadie sentado. En el mostrador de recepción, a mi derecha, dos muchachos imponentemente enchaquetados -a su lado, debo de parecer un vagabundo, con mi chaquetón de cuero gastado, mis tejanos rozados y mi bar

MÁS HONDO

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Al filo del mediodía hemos ido a pasear por el camino entre pinos que llaman de La Chacona, en busca de la cañada que lleva a Medina Sidonia. Hace una mañana magnífica y sólo el viento de levante pone su nota destemplada, que nos recuerda que estamos en enero y no en esa falsa primavera anticipada que ha hecho florecer las matas de romero al borde de la vereda. Apenas quedan en ella algunos charcos de las últimas lluvias, en los que el perro de C. ha hozado gozosamente y metido las patas. Es su modo de celebrar la sobrevenida libertad y la confianza recuperada, después de que los estallidos reiterados de petardos y cohetes con los que los desaprensivos del barrio han celebrado las fiestas lo hayan tenido acoquinado y mohíno durante los últimos días.  No es que aquí estemos del todo libres de esos ruidos insanos: el estampido de un disparo de escopeta a lo lejos ha devuelto por unos instantes al perro su estampa de animal contrito, traducida en un peculiar modo de agachar la cabeza

ACASO LO MEJOR

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Acaso lo bueno de que la gente jacarandosa festeje algo durante toda la noche es que dejan la mañana del día siguiente para el solo disfrute de los silenciosos. Es lo que da a la mañana de Año Nuevo su cualidad específica: su condición de espacio retraído, reservado sólo para quienes anoche nos fuimos a dormir más o menos pronto, mientras otros apuraban su ración de sociabilidad ruidosa, de músicas bailables entre empujones y codazos, de licorazos indigestos. No se me entienda mal: no es que uno adopte en esas ocasiones la actitud desdeñosa de quien encoge la nariz ante el jolgorio ajeno. Las cosas suceden simplemente así: a uno se le acaba la cuerda pronto y se va a la cama no sin cierta melancolía y sin alguna secreta envidia de los que se quedan levantados, aunque también con la conciencia clara de que esa limitación tiene sus compensaciones. Recién desayunado, he bajado al paseo y me he sentado en un banco con un libro en la mano. De vez en cuando, el leve desgarro en el aire