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Mostrando entradas de abril, 2018

BIEMPENSANTE

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Me causa un indecible malestar la visión de una gaviota arrancando las vísceras de una paloma muerta. Está ocurriendo ahí, a pocos metros de la balaustrada del paseo marítimo, en una de estas extrañas tardes de luz sin sombras que crea la dispersión del resplandor solar en un resto de bruma. Está ocurriendo del lado de acá de una especie de contrafuerte que el oleaje y los vendavales de los últimos días ha tallado en el frente arenoso, por lo que es posible que quienes toman el sol un poco más allá, en la cota algo más baja que se extiende en suave declive desde el otro lado del farallón hasta la orilla, no puedan ver la escena. Me alegro por ellas: dos mujeres de alrededor de treinta años, que han tenido la fantasía de envolverse el cuerpo en una especie de largo velo vaporoso, dejando las piernas al descubierto; una de ellas en pie, jugando a tirar un balón a una niña pequeña, la otra tumbada en una butaca plegable. El trozo de tripa no cede fácilmente y cada tirón que efectúa la g

EL MOSQUITO

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Aparece el primer mosquito nocturno de la temporada pre-estival: zumbón, hiriente, escurridizo y causante de una casi inexpresable aprensión. Lo oigo cernerse sobre mi oído derecho, en la oscuridad, y hago un impremeditado movimiento con la mano para atraparlo o aplastarlo. El zumbido desaparece, pero sólo por unos instantes: vuelvo a percibirlo, indeciso, a una cierta distancia de mí, como a la expectativa de un nuevo ataque que no tarda en producirse. Enciendo la luz y lo busco, en vano; debe de andar oculto entre las sombras. Vuelvo a apagar la luz y me resigno a conciliar el sueño con la cabeza bajo la sábana. Una vez dormido, ya no me importará que me pique o que se aburra: lo verdaderamente angustioso es asistir con plena conciencia a su amenazante presencia en la oscuridad, a pocos centímetros de tu cabeza. Ya Quevedo, a quien no arredraba escribir sobre estas pequeñeces de la vida cotidiana, le dedicó el correspondiente soneto, en el que le reprochaba precisamente esa manera

LABORIOSO SILENCIO EN COMPAÑÍA

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Extraño domingo. El levante sopla por ¿quinto, sexto día consecutivo? pero el embotamiento general no consiente una tregua. Hay trabajo que hacer y todo un día para hacerlo, por lo que no valen excusas. El artículo de cine de la semana, basado en un par de ideas claras, sale con facilidad, y también con facilidad sale el examen que tengo que preparar para mis alumnos. M.A., mientras tanto, estudia. Laborioso silencio en compañía: me ha salido endecasílabo, como para un soneto.  *** De todas las muertes absurdas y vanas que llenan los periódicos, ninguna lo es tanto como la de una persona de veintitantos años. Sería complicado argumentar esa primacía en lo doloroso, y quizá ofendería los sentimientos de quienes han perdido a seres queridos de otras edades. A partir de los cincuenta años, digamos, podemos asumir sin mucha resistencia que se vive de prórroga. Lo fundamental está hecho: quien tenía que tener hijos los ha tenido ya, e incluso puede que los haya criado; quien se esf

CASA DE COMIDAS

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Al menos una vez por semana nos gusta almorzar en cierto restaurante de menús del día en el que comen los trabajadores del polígono industrial cercano: es barato y la comida es buena, y además ese día nos ahorramos cocinar y fregar platos. No hay florituras ni ceremonias: al entrar, te dan una fotocopia con el menú y hay que anotar la comanda en un papelito adjunto. La comida llega a la mesa a los pocos minutos, y en cuanto la camarera, que también cocina, ve que estamos finiquitando el primer plato, planta en la mesa el segundo, no exactamente con brusquedad, pero sí con la presteza deportiva de un ama de casa que no quiere que la comida se alargue indefinidamente y está deseando acabar con el zafarrancho para echarse a descansar. Así es la rutina, semana tras semana, y ya incluso puede decirse que la camarera nos ha hecho la ficha: ya sabe que nunca vamos más de una vez por semana, que no me gusta el queso -si sospecho que ese ingrediente aparece en el plato, lo pregunto-, que nos

LEVANTE

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Aquí también vendría bien el verbo que Pla usaba para describir los efectos de la tramontana: desfibrarse. Desde un punto de vista estrictamente climático, el levante del Estrecho es muy distinto a esos vientos mediterráneos: suele ser cálido y casi siempre indisociable de una clara sensación de mar picada; aunque el mar, como sucede cuando el viento alcanza las comarcas de sierra interior, quede lejos y resulte invisible. Pero los efectos sobre el ánimo sí parecen ajustarse a lo que quería dar a entender el gran escritor catalán: sensación de nervios destemplados, de distonía en piernas y brazos, de somnolencia que fácilmente se confunde con una especie de generalizada desgana vital. Sacudido por el viento, lo sólido adquiere la versatilidad de lo líquido e incluso de lo gaseoso. Árboles, ropa tendida, toldos, peinados, se agitan como llamas, o mejor como celentéreos anclados a un arrecife y movidos por la corriente. Tendencia a no oponer resistencia, a dejarse llevar, si no fuera

SADOMASOQUISMO

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Como las tiendas llevan dos días cerradas, la gente aprovecha la tregua del Sábado de Gloria para acudir a los supermercados. Multitudes ansiosas, aparcamientos saturados, ese nerviosismo generalizado que caracteriza a la gente en estas ocasiones en que la concurrencia masiva es percibida como una contrariedad. Yo también ando embotado y, al recular en un aparcamiento, golpeo el coche de un impaciente que, a pesar de haber percibido mi maniobra, no ha querido esperar. Asumo, de todos modos, mi culpa, aunque me basta poner pie a tierra para comprender que mi víctima no se va a conformar con mis disculpas y mi disponibilidad para cumplimentar rápidamente el parte de daños. Me hace saber, indignado, que le he estropeado las vacaciones y que el incidente seguramente le supondrá no disponer de coche en varios días, mientras se efectúa la reparación —que, a todo esto, apenas excede de una pequeña abolladura—. Asiento a todo, reiterando mis disculpas. Mientras, mi interlocutor ya ha despl

GORRIONES

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De nuevo, la fiesta como azar: de un rato en la terraza del bar de la plaza surge la ocasión y la compañía. Luego cada cual aporta al fondo común su previsión de almuerzo: las tagarninas recién cogidas, el guiso de sangre en tomate, unas chacinas, un puerro cocido y preparado en ensalada. Alimentos sencillos, sin pretensiones. Todo sabe exquisito en la cocina acogedora. También la conversación gira en torno a una tácita voluntad de armonía. La siesta, luego, es larga y abrumadora: ha digerido uno en ella, no sólo el exceso de comida y bebida, sino también una especie de sobreabundancia de calor cordial. Ahora la tarde, lo que queda de ella, es desabrida: la conciencia casi tan embotada como la voluntad. *** Los gorriones, dice el periódico, se están extinguiendo. Como para desmentirlo, o quizá para poner una nota dramática en mi sentimiento de contrariedad, un gorrión se descuelga de un canalón y acude a picotear unas migas. ¿O es, acaso, un verderón? Pero no quiero que mi ign

LA NOVELA DEL VIAJE

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  En la primera tarde vacacional, pinto dos acuarelas a partir de las fotos que he traído de Dublín. Tengo desde hace años la superstición, o quizá el prejuicio, de que las fotos por sí mismas -me refiero al tipo de fotos triviales y casi siempre torpes que suele hacer un turista- dicen poco del momento en que fueron tomadas, y que, en cambio, el dibujo o la pintura exigen una atención añadida que, independientemente del resultado que se obtenga, redunda siempre en un cierto grado de interiorización de la escena pintada o dibujada.  Esta vez, por supuesto, el ritual tiene truco: las acuarelas en cuestión han sido pintadas a partir de fotos; pero éstas son lo bastante recientes como para no haber borrado del todo la impresión directa del lugar, que es lo que cuenta. En todo caso, he disfrutado haciendo estas ingenuas acuarelas, que me confirman lo que siempre he dicho de los viajes: básicamente, suponen una incomodidad; pero lo realmente valioso de ellos es la huella que

ALGO EN MÍ

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Leo A Shropshire Lad ("Un muchacho de Shropshire") de A. E. Housman en el ejemplar que compré en el mercadillo dominical de Dún Laoghaire. Quién hubiera dicho que esta colección de poemillas aparentemente muy simples, ajustados a las formas de la balada tradicional, iba a salirme al paso precisamente en este escenario y en una etapa de mi vida en la que mi estado de ánimo parece en sintonía con lo que ellos expresan: un sentimiento de infinita piedad por la juventud malbaratada, por el desperdicio que supone acabar con la propia vida en nombre de un amor contrariado, una momentánea pérdida del sentido de la realidad o una bala extraviada en una guerra absurda; cuando no -y es la posibilidad más temible-, por un exceso de autoconciencia, que hace que la vida presente suponga una insoportable carga, que no existía en una añorada fase prenatal, anterior a la existencia misma, ni existirá después de la muerte.  El libro ahonda especialmente en esta última especie de la deses

LA EDAD DE LA RAZÓN

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Se acerca un chico tímido a mi mesa de bibliotecario y me pregunta si tenemos La edad de la razón de Thomas Paine. Hago la comprobación correspondiente y le respondo, un tanto avergonzado, que no, y ni siquiera me tranquiliza comprobar que la traducción al castellano de este ensayo está descatalogada desde hace lustros. Compruebo también si, por casualidad, no habrá alguna edición disponible en formato electrónico: la hay, en efecto, y de domino público, en los fondos de Proyecto Gutenberg, pero sólo en inglés. Como el chico sigue en la biblioteca -se ha sentado a hojear una especie de prontuario de ideas de Montaigne que yo mismo traje no hace mucho-, me acerco a él y le comento mis indagaciones. Se encoge de hombros cuando le digo que el libro está disponible en inglés: no domina ese idioma. Le pregunto por qué quiere leerlo. Hace un gesto vago, como quien intenta librarse con una evasiva de una pregunta impertinente.  Dedico el resto de mi hora de guardia en la biblioteca escol

MÁSCARAS

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La incorporación a la rutina habitual, después del intervalo de excepción que supone siempre un viaje. "No sabía que fueras tan hablador", me espeta una de mis acompañantes a Dublín, ante la evidencia de que en estos días podría decirse que he acaparado a mis sucesivos interlocutores y logrado que me cuenten poco menos que sus vidas. Pero se trata de una ficción: ni ellos, en el trance de confiarse a un extraño a quien posiblemente no volverán a ver jamás, son quienes son, ni yo, parapetado tras la máscara que supone expresarse en otro idioma y entre desconocidos, soy el hombre comedido y más bien inexpresivo que suelo ser en mi entorno habitual. *** También los solitarios, le digo a esta amiga entusiasta del asociacionismo bienintencionado, aportamos algo a la sociedad. Claro que no sé decirle exactamente qué. Tal vez un espejo en el que los gregarios, al mirarse, se encuentran tremendamente favorecidos. Y necesarios. *** "¿Sabe alguno quién fue James Jo