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Mostrando entradas de mayo, 2018

FANTASMAS

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En la carretera que atraviesa el polígono industrial sorteo un libro tirado en el asfalto y abierto de par en par por una página que deja ver un texto impreso a renglones partidos. ¿Un libro de poemas arrojado sin más a la carretera? El tiempo que tardo en formularme la pregunta me aleja considerablemente del despojo. No cabe darse la vuelta. Y me causa cierto remordimiento la impresión de que se trata, además, de un libro bien encuadernado —por eso se mantiene limpiamente abierto en la carretera— y quizá antiguo. Pero la imagen se desvanece pronto: las ocupaciones del día dejan poco espacio a esas insidiosas fantasías que comparecen en la primera toma de contacto con la realidad. Y no es hasta el mediodía cuando el fantasma se presenta de nuevo: esta vez son dos los libros arrojados al asfalto, o quizá es el mismo de antes, ahora dividido en dos sartas de pliegos. Ambas, de nuevo, abiertas de par en par y mostrando con toda claridad un texto en renglones partidos. Una vez más, me re

FUTILIDAD

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Imagen: pintura de Lita Cabellut Restemos los pasatiempos: ni cine ni lecturas, por ejemplo. Restemos también los actos imputables a los automatismos de la obligación y la rutina: las faenas domésticas, la ida y vuelta al trabajo, el propio trabajo. Restemos las actividades que responden a necesidades orgánicas o impulsos instintivos. Debe de quedar un margen de vida no condicionada, de libre deambular del pensamiento hacia regiones imaginativas no delimitadas de antemano por los estrechos márgenes de la cotidianidad. Un diario personal, estrictamente hablando, debería referirse únicamente a experiencias de ese tipo. Que suceda más bien lo contrario no contradice la idea anterior. Anotar la rutina viene a ser, en la escritura de diarios, lo que imprimar el lienzo en la pintura: un primer paso en el terreno todavía del prerrequisito, de la preparación, de la satisfacción de ciertas exigencias previas que harán posible el salto imaginativo posterior. Lleva uno doce años acudiendo pun

QUÉ HACEMOS AQUÍ

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This is a life of illusion, / Wrapped up in trouble, laced with confusion. / What are we doing here? (Es una vida de ilusión / con envoltorio de problemas y por lazo la confusión. / ¿Qué hacemos aquí?). No son palabras de un poema pesimista, sino sólo unos versos de "Grease", la canción que Barry Gibb compuso para que Frankie Valli la cantara en la obertura de la película homónima. Suelo verla por estas fechas con los alumnos que acaban el bachillerato, por eso de que ofrece una visión entre tierna e irónica de ese mismo momento en un instituto norteamericano de finales de los años cincuenta -la datación es imprecisa: hay una chica, entre las protagonistas, que se cartea con soldados destinados en Corea (la guerra en la península coreana terminó de facto con el armisticio de 1953), pero también hay una escena que sucede en un autocine en el que proyectan La masa devoradora ( The Blob ) que se estrenó en 1958-.  Alguna vez he anotado en este cuaderno que lo que me gusta

... Y TENDRÁ TUS OJOS

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Sólo las decepciones cumplen puntualmente las expectativas del programa de aspiraciones en que consiste la vida de un mortal medianamente ambicioso. Llegan siempre en fecha, irrevocables. Jalonan la existencia con una sucesión de antes y después. Y si entre alguna de ellas se cuela algún logro, éste siempre parece atenuado, por comparación. O quizá es que no resulta tan fácil distinguir una cosa de la otra, y es sólo el ánimo personal -en mi caso, aunque parezca lo contrario, siempre optimista- lo que retrospectivamente asigna su verdadera tonalidad emocional a cada uno de esos hitos de la vida propia: al cabo, todos logros, porque la vida sólo se explica como reafirmación.   ***  (Para una galería de actrices.) Leo el poema de Antonio Jiménez Millán sobre la actriz Constance Dowling, incluido en su libro  Clandestinidad (2011) y reproducido también en su reciente antología Ciudades . Consiste en una sobria pero muy efectiva versificación de los datos que pueden encontrarse

HA DEJADO DE SER JOVEN

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K. ha dejado de ser joven. A veces calcula erróneamente la distancia de un salto o sobrestima sus fuerzas, y el error se traduce en un gesto de desistimiento: vuelve desdeñosamente la espalda a la altura que pretendía saltar y se marcha, si no con el rabo entre las piernas, que no es gesto típico de gato, sí con un porte triste que resulta difícil describir, pero que se parece mucho a esa afectación de naturalidad, de "aquí no pasa nada", que vemos en las personas que involuntariamente han incurrido en motivo de ridículo. La evidencia es más triste aún por el hecho de tratarse de un animal sano, cuidado y de costumbres sedentarias. En los gatos callejeros la vejez se traduce en costurones y en ese característico aspecto desastrado que da la vida airada. No es el caso de K., cuyo único signo visible de envejecimiento, más allá de la pérdida de agilidad, es la tripa caída. En todo caso, la realidad es ineludible, y de poco sirve pensar que los gatos, como el resto de los ani

POR NADA

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El rato de lectura en la hora del desayuno, en la terraza de la cafetería. Me acompaña esta vez  Isabel y Essex , el librito de Lytton Strachey, en la muy azoriniana traducción de Rafael Calleja para Ediciones La Nave. No tiene pie de imprenta, pero las bases de datos de las librerías virtuales de Internet me aseguran que la edición es de 1945. Me la regaló P. B., que la encontró en el mercadillo dominical de Rota. Todos estos factores -el encanto de la edición añeja, el logrado calco de la prosa de Strachey, la grata trama amistosa por la que me ha llegado el libro- confluye en la impresión de plena felicidad con la que disfruto de estos cuarenta minutos.  No los cambiaría por nada; lo que no quiere decir que me resista de antemano a la posibilidad de compartirlos con otras personas. Hace un rato por ejemplo, se me ha acercado R. Está doblemente jubilado: de la enseñanza, que fue su profesión, y de la política, una devoción que quizá no le deparó las satisfacciones que segurament

MADRUGADORES

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Madrugadores: P., vestido de domingo a la puerta de su casa, con su eterna media sonrisa y un pronóstico optimista sobre el día, que ha amanecido soleado; la dependienta de la panadería, a la que desconcierta un poco que le pague el kilo y medio -he comprado pan para toda la semana- en calderilla: un montoncito de monedas doradas sobre el mostrador; los parroquianos que han venido a dar conversación al churrero y sorben bajo el alero del local un café en vaso; el propio churrero en su habitáculo con olor a fritanga, haciendo alarde de los modestos malabarismos que efectúa con las barras de hierro con las que voltea las roscas de masa en el perol de aceite; los perros del vecino, tímidos y asustadizos, que vuelven de su primera salida del día y se apelotonan en la puerta entreabierta en su apremio por ponerse a buen recaudo antes de que se les acerque el extraño que se dirige a la puerta de al lado; M. A., a la que despierto con el anuncio de que traigo churros recién hechos... 

UNA NECROLÓGICA

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Me entero hoy de la muerte de M. Un 23 de abril, Día del Libro, lo que no deja de tener su ironía, si se considera que el difunto se ganaba la vida en un establecimiento del ramo; en concreto, en nuestra librería de cabecera, en la plaza Mina de Cádiz. No sobrevivió al azaroso proceso que supone superar el trasplante de un órgano vital; aunque, por las noticias que tenemos, luchó hasta el final, o al menos mantuvo el tipo y transmitió cierta esperanza a los más cercanos: "Me canso mucho", decía, "pero según los médicos es lo normal". Deja mujer y dos hijas estudiantes, una de ellas todavía en el instituto. Su jefe y compañero de trabajo en todos estos años me comenta que se le echa mucho de menos en la librería, cuyo buen orden en gran medida dependía de él: tales debían de ser los misteriosos asuntos que lo mantenían ocupado en la mesa del fondo, mientras J., el dueño, atendía a la clientela desde una especie de puesto de avanzada situado junto a la puerta. Ayer,

MEJOR EN CASA

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Sensación de ciudad tomada. Hay un campeonato de motociclismo y las carreteras y poblaciones cercanas al circuito se han llenado de aficionados que, por razones que se me escapan, no han venido tanto a seguir a sus ídolos desde una tribuna como a emularlos en plena calle y a lomos de una moto. Los hay que, con la máquina inmovilizada, hacen girar la rueda contra el asfalto hasta que el neumático empieza a quemarse. Otros hacen absurdas y peligrosas cabriolas ante un público bobo que los aplaude desde los arcenes. A regañadientes, he venido hasta una de las poblaciones invadidas para cenar en casa de unos amigos. No es el mejor día, desde luego, para circular en coche. De cuando en cuando me rebasa un enjambre de motos. Las normas de tráfico habituales y las señales que limitan la velocidad siguen vigentes, que yo sepa, pero nadie se ocupa de hacerlas respetar. La afluencia, se dice, es buena para el comercio local. Es el mismo razonamiento que ha convertido todas las fiestas popular

LIMPIEZA

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Domingo de limpieza: he desengrasado la cocina y fregado el baño. Ya tengo el alma limpia para toda la semana. (7/5/17)

AERONÁUTICA

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Vamos entrando en confianzas con la señora que nos sirve el almuerzo; y que, según nos ha contado ella misma, es también quien lo prepara, por lo que adivinamos una agotadora jornada laboral cuyo último episodio, quizá, sea esta brega con la impaciente clientela. Le digo: "¿Queda sangre? " (me refiero a la sangre encebollada, que es uno de los platos del día que primero se agota, y al que casi nunca alcanzamos los rezagados). "Sí que queda. Y si no -aquí hace el gesto de clavarse un objeto punzante en la yugular- yo misma me saco la mía y te la cocino". Llevo semanas, por otra parte, buscando el modo más razonable de organizar el caótico y contundente menú para que se parezca lo más posible a nuestros almuerzos habituales de plato único. Se me ha ocurrido pedir que nos sirva los cuatro platos a la vez, y colocar en el centro, para compartir, las ensaladas y similares, mientras cada uno de nosotros da cuenta de su plato principal. "No le compliques la vida a l

LASTRES

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Ilustración: Manuel Martín Morgado Me pide M.A. que le busque algunas de sus espaciadas colaboraciones en la revista C., que necesita para un currículum; lo que me da motivo para repasar la colección completa,desde el lejano número 1 correspondiente a enero-febrero de 1996 y en el que yo ya colaboraba con unas traducciones de poemas de Kipling, hasta el último (marzo-abril 2017), en el que publico un ensayo y una reseña. Veinte años de colaboración casi ininterrumpida, en los que hay de todo: cuentos, poemas, ensayos, secuencias de artículos, extractos de mi diario y reseñas de libros; un fiel espejo, pienso, de los modos en los que he abordado la literatura desde que empecé a considerarla, pese a que no vivo de ella, como una actividad que exigía la dedicación y el esfuerzo de una verdadera profesión. Si la revista ha sobrevivido todos estos años, supongo, es porque hay quienes la compran y la leen, e incluso quienes la guardan celosamente, así que no dejo de preguntarme, con cier

CARACOLES

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Se ve que el hombre estaba deseando pegar la hebra. "¿Qué? ¿Se va a llevar usted todo el campo que tenemos aquí?". Lo dice por las fotos que me ha visto hacer. Está la tarde nublada y el cielo presenta una espectacular gama de grises. Y hemos aprovechado el carril de entrada de la venta para hacer una parada en nuestro viaje. Un cartel grande anuncia que hay caracoles. "¿Te apetece probarlos? Invito yo", me dice M. A. El hombre de la venta parece feliz de tener compañía. "¿Son ustedes de por aquí?", pregunta. "Casi. Vivimos en...". Pero la mención de una capital que se encuentra a menos de una hora de carretera de donde estamos no parece disuadirle de la idea de que somos forasteros momentáneamente atraídos por las bellezas del paisaje y, ya puestos, por las delicias de la gastronomía local. A pesar de la cercanía, nos comenta, él si acaso habrá ido a la capital tres o cuatro veces en su vida; lo que no significa que no haya viajado lo suyo: t