FANTASMAS

En la carretera que atraviesa el polígono industrial sorteo un libro tirado en el asfalto y abierto de par en par por una página que deja ver un texto impreso a renglones partidos. ¿Un libro de poemas arrojado sin más a la carretera? El tiempo que tardo en formularme la pregunta me aleja considerablemente del despojo. No cabe darse la vuelta. Y me causa cierto remordimiento la impresión de que se trata, además, de un libro bien encuadernado —por eso se mantiene limpiamente abierto en la carretera— y quizá antiguo. Pero la imagen se desvanece pronto: las ocupaciones del día dejan poco espacio a esas insidiosas fantasías que comparecen en la primera toma de contacto con la realidad. Y no es hasta el mediodía cuando el fantasma se presenta de nuevo: esta vez son dos los libros arrojados al asfalto, o quizá es el mismo de antes, ahora dividido en dos sartas de pliegos. Ambas, de nuevo, abiertas de par en par y mostrando con toda claridad un texto en renglones partidos. Una vez más, me re