BALANCES

Balance literario del verano: nueve poemas, después de una sequía que ha durado todo el invierno y según un patrón -inviernos absolutamente refractarios a la poesía, veranos muy productivos- que se repite desde hace tres años. Casi da vergüenza confesarlo: ¿me habré convertido en un poeta vacacional, igual que soy -y eso no me importa reconocerlo- acuarelista de verano? Quiero pensar que las cosas son un poco más complejas. En invierno acumulo estímulos, ideas, incluso anoto algún que otro principio de poema que luego no llega a ninguna parte. Hago una especie de esfuerzo de contención, a la espera de días en los que la escritura no se constriña a ese hueco que saco de mi apretado horario cada dos o tres tardes, y que normalmente dedico a este diario, a mis reseñas, a los encargos, etcétera. Ceñirse a esa disciplina tiene sus ventajas, pero he constatado también que los horarios caprichosos del verano y el cambio de escenario y rutinas que implica el desplazamiento a la sierra resul