Maullidos lastimeros al pie del balcón. Un gato de la calle ha debido de intuir la presencia de otros gatos en el edificio y hace lo posible por apelar a nuestra conmiseración para que lo dejemos entrar; no tanto, creo, porque envidie el confort sedentario de los gatos domésticos, sino por simple curiosidad. Los nuestros están también alerta: acusan también la presencia del extraño, la amenaza que supone a su cómoda posesión de un territorio indisputado. Como personas, vaya. *** En el aeropuerto para despedir a C., que regresa a la Barcelona insurrecta , al igual que varias decenas de trabajadores y estudiantes a los que no les queda otro remedio. En el aeropuerto, ambiente de tristeza un poco impostada, en la medida en la que la gravedad de los acontecimientos, a fuerza de grotescos, resulta todavía un tanto difícil de calibrar. La preocupación, de todos modos, es palpable. Por hacer algo mientras esperamos, paseamos por las tiendas. En una de ellas venden trajes de flamenca.