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Mostrando entradas de diciembre, 2018

PROSOPAGNOSIA

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Aprendo en el libro de AT la palabra que designa mi dificultad para recordar las caras de la gente: prosopagnosia. Y como en internet no hay manía o aprensión a la que no se dé pábulo, encuentro enseguida una benemérita página de la BBC que incluye un test para diagnosticar en qué grado padece uno el susodicho trastorno. Lo hago y saco una puntuación de 45 sobre 50, lo que la página en cuestión califica discretamente como "alto", aunque ahora pienso que quizá yo he exagerado un poco en las respuestas que he dado. ¿De verdad pienso que, como me pregunta el test, ofendo a la gente porque no recuerdo quiénes son? Nada que no pueda arreglarse con una sonrisa y una disculpa a tiempo.... En fin, ya tengo una nueva palabra con la que adornarme, como ya antes tenía "turófobo" -que padece aversión al queso- y alguna más. Ahora sé que también soy algo prosopagnósico, ma non troppo . De qué poca cosa estamos hechos. *** Último día del año. Quizá convenga anotar que

AQUELLOS DIARIOS

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Los diarios de AT. Es curioso cómo ha cambiado con los años mi relación con estos libros, que ya suman veintiuno y vienen publicándose desde 1990. Entonces, cuando apareció la primera entrega,  El gato encerrado , tenía yo veintisiete años y hacía mis primeros pinitos literarios en el suplemento Citas de Diario de Jerez. Allí precisamente vieron la luz en forma seriada los textos que luego compondrían la mencionada primera entrega, que tardó en encontrar acomodo editorial. Para quienes leíamos Citas , en cambio, el valor y novedad de aquello era evidente: una especie de bien urdida miscelánea en la que convivían anécdotas cotidianas con lúcidas impresiones de lectura y certeras tomas de temperatura a la elusiva contemporaneidad. Delineaban un personaje reconocible, con cuyos tics más característicos el lector no tardaba en familiarizarse. Y tenían el don de abrir horizontes, especialmente a quienes, como era nuestro caso, estábamos deseosos de encontrar referentes literarios, presen

EFUSIONES

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Cometí la temeridad de compartir en Facebook mi "descubrimiento" -que no era tal, sino la simple constatación de mi sorpresa al darme cuenta de que estaba viendo una copia de Qué bello es vivir que incluía escenas que no había visto antes-. Y de inmediato saltó un conocido y me dijo poco menos que estaba desfasado y que ese nuevo montaje de la película con las escenas restituidas lleva ya en el comercio unos años. Y añadía: "Decididamente tienes que actualizar tus métodos de visionado casero". Y tenía razón, porque la verdad es que, si algo caracteriza mi modo de acopiar películas desde que tengo uso de razón, es mi manía de acogerme siempre a los procedimientos más rudimentarios: desde los ficheros de recortes de los que me valía cuando empecé a escribir sobre cine, hace algo más de un cuarto de siglo, a mi colección de cintas de VHS grabadas en las recónditas madrugadas televisivas de las décadas de los 80 y 90, hasta las descacharradas grabaciones que hoy enc

REDESCUBRIMIENTO

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Finalmente la cena de nochebuena no resultó tan melancólica como esperaba. En ausencia de M.A., C. y yo acordamos preparar cada uno algo sencillo: yo aporto una ensalada y ella una de sus peculiares hamburguesas gourmet en versión vegetariana, que resultó muy apetitosa. Durante los preparativos y a lo largo de la cena escuchamos música: primero canción melódica y melosos cantantes italianos; pero luego, a raíz de un twist interpretado por Celentano, a C. le apeteció escuchar "Walk like a man", primero en la voz de Frankie Valli y luego en la disparatada versión de Divine, el conocido travestido que se hizo famoso por sus papeles en las descacharrantes películas de John Waters... A partir de ahí, es C. quien se ocupa de la banda sonora, casi exclusivamente compuesta de  punk añejo -The Undertones, The Rezillos, Buzzcocks, Anti Nowhere League-, que a mí me trae algún recuerdo de cuando yo mismo escuchaba música parecida hace treinta años. También ella, por lo que parece,

RUINAS

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¿Dónde estaría ese "mirador del paraíso de la Puerta de Atocha" desde el que, según consigna Cansinos-Assens. se veía, después de las lluvias, "un arco iris magnífico y clemente"? Lo deja consignado en la "anteportada" que precede la colección de cuentos que tituló El llanto irisado , que publicó en 1924 (he mirado la fecha por hacerme una idea de qué podría verse desde Atocha en esas fechas: una panorámica, imagino, de los campos y poblados dispersos que se extendían al sur de Madrid). Queda ahí esa nota realista, contrapuesta a toda la cursilería que destilan estos cuentos deudores de cierto modernismo... diríamos, infantilizado, en la estela de las prosas que Rubén Darío incluyó en Azul . Pero no hemos venido aquí, a este cuaderno, a hacer crítica literaria, sino a consignar una línea que, por motivos que sería largo de explicar, me ha tocado la fibra sensible. *** El libro lo he comprado en el mercadillo dominical; que hoy, por coincidir el

NOCHEBUENA

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Como estamos en tiempo de balance, quizá cabría decir que 2017 ha sido el año en el que más días he pasado solo. No se entienda en ello una queja; más bien, debiera congratularme de que estos intervalos de soledad han sido siempre ajenos a las dos partes afectadas y se han vivido por ambas con idéntica zozobra. Pero eso no lo aligera a uno del peso de los días, de la sensación de que cuanto se hace por llenar las horas responde más a automatismos que a esos hábitos consolidados y compartidos de los que está hecha la vida. Incluso comer y dormir responden a esos automatismos, y por ello mismo en esos días uno hace esas cosas como a destiempo y a otro ritmo, y sin guardar las formas a las que obliga el saberse en presencia de otro. Podría ser incluso una liberación, en determinadas circunstancias. Pero no cuando responde a estas urgencias sobrevenidas y cíclicas, a esta íntima sensación de haber dejado de vivir la vida propia para ponerla a disposición de las caprichosas disposiciones

LAS TORNAS

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M.A. se levanta a las seis, o puede que antes. No ha esperado a que sonara el despertador, quizá para no despertarme. Pero a mí me ha servido de poco la delicadeza, porque mi despertador, que ayer olvidé desactivar, sí que ha sonado a la hora acostumbrada y ya luego no he sabido conciliar el sueño. Así que, por no renunciar del todo al calor de la cama, me he puesto a leer y luego me he levantado y me he sentado a escribir en este cuaderno, mientras el día poco a poco se me va dibujando en la cabeza.  Es curiosa esta manera mía de cargar de obligaciones una jornada en la que podría permitirme el lujo de no hacer nada. He pensado en el artículo sobre F. Q. que me han encargado con motivo del aniversario de su muerte. Quise mucho a F. Q., de quien fuimos casi vecinos durante años y a quien nos acostumbramos a ver aparecer por casa casi a cualquier hora del día, a veces simplemente para dejar una esquelita en el patio, recordándonos alguna invitación o compromiso al que quería que as

LA SOLEDAD BUSCADA

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Días de tráfico difícil. De camino al trabajo cuento nada menos que cuatro incidentes, todos ellos dictados por la misma mezcla malsana de desconsideración, mala educación y nula contención de los instintos más primarios. Todos los años ocurre lo mismo por estas fechas: los compromisos sociales, el afán de aparentar y el gasto desbordado pese a la mala situación económica general hacen que la gente se muestre irritable y violenta, en lo que resulta una curiosa reversión de los valores que tradicionalmente se quieren asociar al relato que se conmemora en estas fiestas. Queda lo peor: el temido momento en que las familias se reúnen y se avivan las viejas heridas irrestañables, al calor del alcohol y bajo el efecto aturdidor de las comilonas. Tiene mala prensa la soledad en estos días: quien no participa en alguno de estos bárbaros rituales gregarios es considerado poco menos que un desgraciado. Pero ante el panorama de irritabilidad generalizada nada parece más aconsejable que cultiva

DODECÁLOGO DEL FRÍO

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Imposible sentarse al sol de invierno sin sentir que incluso los elementos, dado el caso, se apiadan de nuestra fragilidad. *** Pero también hay días despejados que no hacen otra cosa que aumentar nuestra sensación de estar expuestos, sin ni siquiera la somera protección que brindarían unas nubes, a toda la desolación de los espacios interestelares. *** Por lo mismo, el mosto sólo madura en los meses de frío, para convertirse de inmediato, junto con unas sopas de ajo y unas chacinas, en otro consuelo más contra las condiciones que lo han hecho posible. *** Por lo dicho, la única poesía que no se engaña respecto a la naturaleza humana es la anacreóntica. *** Viejos que, entre copa y copa, presumen de conservar intacta su potencia sexual: y me acuerdo de cuando, al filo de los cuarenta, presumía todavía de no acusar los síntomas de la presbicia que se me declaró apenas unos meses después. ***  Los pies fríos te avisan del engaño que supone tener cerca un foco

EN CARNE AJENA

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Aprovecho estos veinte minutos antes del comienzo de mi jornada laboral para hacer alguna anotación en este cuaderno, que tengo descuidado desde el domingo. No me preocupa el carácter apresurado de lo que salga: el cuaderno está para eso, para calentar motores, romper inercias, poner a prueba la capacidad de sintonía entre el pensamiento que deambula y la palabra que asume en la pantalla, también evanescente, rasgos de ilusoria permanencia. Ya habrá tiempo de escribir más despacio y reposado. Ahora lo que urge es constatar que los dedos siguen ágiles y la palabra presta a acudir al teclado. Et tout le reste...   *** Tras sonar el despertador, el gesto de apretar el interruptor de la lámpara de la mesa de noche -la lámpara china, que le decimos, por la forma como de techo de pagoda de su pantalla- se revela infructuoso. "Ya se ha fundido otra vez la bombilla", comento. Pero el interruptor de pared tampoco consigue el efecto deseado. Tardamos todavía unos segundos en p

MOSTO

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Puente festivo en la sierra después de casi un mes y medio sin disponer de un solo fin de semana para dejarnos caer por aquí. Primer encendido de la chimenea este invierno y comprobación de que, aunque la casa aparenta estar muy fría, y más después de tantos días sin ocupación, estos fríos sobrevenidos son todavía epidérmicos y fáciles de contrarrestar: en apenas unas horas la casa está ya caldeada y acogedora. Tampoco el exterior es todo lo desabrido que cabría esperar. Nuestra única salida, el sábado por la mañana, fue para acompañar a los pastores en la jornada festiva en la que, para celebrar su oficio, conducen un rebaño de ovejas desde un punto de las afueras hasta el centro del pueblo. Y allá que fuimos, por cañadas y veredas, siguiendo a la punta de ganado y pronto acalorados por el esfuerzo de la marcha y molestos por tener que cargar con las prendas de abrigo que habíamos creído necesarias. Pero lo verdaderamente curioso fue que empecé el día con la

DOS A LA VEZ

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El sol ha tocado una esquina de la mesa llena de papeles -se han juntado la corrección de exámenes trimestrales y la revisión de los textos de mi Trilogía-. Y K., con ese tino para estas cosas que solamente tienen los gatos, ha intuido de inmediato que ése es el único punto cálido en toda la casa recién amanecida y sumida todavía en el helor de la noche; y, ni corta ni perezosa, ha saltado sobre los papeles y se ha acomodado en esa esquina. Dos veces la he quitado, en vano, porque las dos ha vuelto impertérrita a su bien hallado lecho de sol. Y allí la he dejado, a pesar del estorbo que supone, y feliz en el fondo porque en la casa haya quien, después de todo, no padece la incomodidad y el frío como una agravante más del castigo bíblico que nos obliga a trabajar. *** He empezado a leer dos libros a la vez: uno por placer, otro por obligación; uno, ameno y divertido hasta decir basta, el otro más bien predecible y aburrido. Y ni decir tiene hacia cuál se me va la mano cuando, en

MÁS SOLEDADES

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No pedir mucho a esos escritores que ya han dado tanto de sí y de quienes pretender a toda costa que se mantengan a esa altura sería quizá exigir demasiado. Algunos, sin embargo, no requieren estas cautelas. Empiezo la lectura de la última entrega de los diarios de AT y, cuando llevo apenas cuarenta páginas, doy con una maravillosa anotación en la que describe su encuentro durante un paseo, dice, "de apenas veinte minutos" con unas adolescentes atribuladas, unos ancianos también cuitados y una loca que le pide unas monedas. No hay la menor afectación en esa página; cualquiera que salga a la calle con los ojos abiertos sabe que esos cruces se dan y que en ellos tiene uno a veces la ocasión de apreciar las verdaderas dimensiones del desamparo humano y la propia impotencia para remediarlo ni siquiera una pizca... Luego la vida nos absorbe y olvidamos lo que acabamos de constatar. A no ser que se escriba, claro, como ha hecho este *** Días de soledad sobrevenida, de la

EN SACO ROTO

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Este ser querido vive ya en ese limbo en el que las personas pierden incluso la conciencia de quiénes son, o de quiénes han sido. Toca ocuparse de él. Y lo de menos son las noches mal dormidas, los ajetreos que nos impiden atender como es debido nuestras obligaciones y compromisos, la impotencia ante la maraña de problemas acumulados, la casi total ausencia de asistencia pública para estos casos... Todo eso se sobrelleva más o menos bien, e incluso con cierta secreta alegría que nace de no sé qué sensación de devolver con ello sólo una pequeñísima parte de lo recibido de esa misma persona en particular y de la vida en general, que es la que arma estos laberintos del afecto. Lo peor es lo otro: la evidencia, ante el deterioro ajeno, de que ése es quizá el destino que nos aguarda a todos, si vivimos lo suficiente. Y de que quizá, cuando llegue esa terrible ocasión, nos pille incluso más desasistidos. *** Una parte de la vida se va en juntar cosas; otra, en aprender a desinteresa