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Mostrando entradas de febrero, 2019

VIEJA AMIGA

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Me voy convirtiendo en testigo; quiero decir, en alguien que estuvo en el lugar de los hechos. Hace unas semanas me llamaban para entrevistarme para un documental sobre Fernando Quiñones y hoy recibo un mensaje de un biógrafo de Pablo García Baena pidiéndome información sobre una visita del poeta cordobés a Cádiz en febrero de 2008, con motivo de una conferencia en la que yo lo presenté. Pienso con melancolía en otros escritores ya idos de los que podría dar testimonio a sus posibles biógrafos. Es uno de los dudosos privilegios de la mediana edad: servir ya de repositorio de recuerdos que podrían serle útiles a alguien, en el caso de que alguien se interese por ellos. Pienso en otros de quienes guarda uno cartas, fotografías, dedicatorias, etcétera, de las que nadie jamás me ha pedido cuentas.  Ayer mismo, al reordenar por enésima vez mi desbordada biblioteca, tropecé con la docena mal contada de libros que guardo de L.J.M., todos ellos dedicados de puño y letra por el autor y

CIEN AÑOS

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Dan para mucho estos fines de semana en soledad, mientras MA. cumple su turno de cuidados familiares. Me he levantado tarde, he ordenado la casa, he ido a recoger el correo y luego he aprovechado lo que quedaba de mañana para pintar una acuarela. El almuerzo, la siesta, el rato ante el ordenador, quizá luego un rato de lectura y finalmente la película con la que cierro la jornada... De vez en cuando, un pitido del teléfono móvil crea ilusión de compañía; pero son sólo formalidades de la vida literaria: un acuse de recibo, un agradecimiento, una dirección que te envían para un futuro intercambio de libros... Entre esos mensajes, uno de un alumno que me manda los enlaces de algunos vídeos en inglés que ha visto en YouTube y que le parece que podrían interesarme para mis clases. A cambio, me pide que le recomiende cosas que puedan interesarle: documentales, artículos, películas. Todavía no he decidido qué contestarle. Pero lo que verdaderamente temo es el tono que pueda salirme: por na

ESPÍRITU TRIBUNICIO

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Llevaba cincuenta años publicando sus viñetas y chistes en diversos medios, y no es que yo lo haya seguido todos esos años, pero sí es muy posible que al menos durante los últimos treinta y siete o treinta y ocho: desde que empecé a leer con regularidad la prensa nacional y no sólo el periódico local que se compraba en mi casa, al filo de mis dieciocho años. Comprendo que eso mismo les pasaba a las decenas de personas que esta misma mañana, cuando me he asomado al mentidero de las redes sociales, se dolían de la muerte del dibujante en cuestión, Antonio Fraguas, "Forges". ¿Son sinceras, sentidas, todas esas declaraciones de dolor? Desde su aplastante sentido común, M.A. me dice que el sentimiento de pérdida es otra cosa: el que se experimenta ante la muerte de un cónyuge, del padre o la madre o de un amigo íntimo. El dolor socializado y esas condolencias masivas en los foros públicos, en cambio, tienen algo de rito impostado. Aunque quizá no del todo, en este caso: ha muert

REDUCCIÓN DE HORARIO

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Un compañero que lleva muy al día estas cosas me recuerda que el curso que viene gozaré ya de reducción de horario, un pequeño beneficio laboral que afecta a los mayores de cincuenta y cinco. No sé por qué, el recordatorio, que lo es de un hecho del que estoy perfectamente al tanto y que percibo como una mejora en mi calidad de vida, me llena de melancolía. Me he pasado todo el día pensando en ello, en mi escasa conciencia de hallarme, no ya al principio de un recorrido, como todavía me parece a veces, sino en sus últimos tramos. Dándole vueltas a lo mismo, le digo a M.A. que, cuando me llegue el momento de la jubilación, me jubilaré también de la escritura, que hoy por hoy es mi ocupación más onerosa, y dedicaré el tiempo a leer lo que me venga en gana, a pasear, a pintar acuarelas. Ella mueve la cabeza. "¿Cómo vas a dejar de escribir si ése es precisamente tu modo de vivir y no sabes hacerlo de otro modo?". "Bueno", le digo, "quiero decir que escribiré sol

TAN DELICADO

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Mediodía. En el metro va sentado a nuestro lado un hombre de unos cuarenta años, alto, bien vestido y con ese gesto de suficiencia que caracteriza a los ejecutivos y a ciertos cargos medios de la administración: recuerda vagamente a cierto tipo humano que abundaba mucho en la Sevilla de los años previos a la Expo y que se caracterizaba por guardar en un bolsillo el carné del partido gobernante y en el otro la agenda de negocios. Incluso su vestuario, en la gama alta de grises, recuerda esa época. Pero no es ese aire familiar lo que nos ha llevado a fijarnos en él. En la solapa de la pulcra chaqueta oscura lleva prendidos lo menos media docena de chapas, lazos e insignias, todos alusivos a las vicisitudes del reciente proceso independentista y a su hoy por hoy enrevesado desenlace, con su triste secuela de políticos encarcelados o huidos de la justicia. Pero es imposible asociar la imagen de este hombre con la melancolía de quienes, en otras latitudes, exigen al poder despótico de tu

LO BLANCO

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Lunes, lluvia y casi todos los museos cerrados. Menos el de Arte Contemporáneo (MACBA), a cuyas puertas, al filo de las 11, que es la hora de apertura, se ha concentrado una multitud en la que se mezclan desocupados, aplicados turistas japoneses y gangosos adolescentes norteamericanos de ambos sexos que parecen muy acalorados —muchos van, pese al frío, en manga corta—, quizá porque andan sobreexcitados por el roce mutuo y el exceso de hormonas. Y aquí estamos todos: se ve que no tenemos otro sitio al que ir en un día como éste.  Y la verdad es que el museo no resulta muy acogedor. En un documental de la BBC que vi hace poco se analizaba la historia del gusto artístico en función del predominio de ciertos colores: el azul, el dorado, el blanco. Y respecto a este último, que es el de este edificio, se advertía del ejercicio de mistificación que supuso su entronización como color predominante en tantas creaciones artísticas contemporáneas, desde ciertas pinturas del impresio

QUE LA CIUDAD LES PERTENEZCA UN DÍA

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No he venido a ver monumentos, me digo. Por eso me parece bien el plan que me proponen: subir al monte Carmel, que forma parte del parque de Guinardó, y contemplar desde la cima, desde lo que llaman "els bunkers", las vistas de la ciudad. De nuevo la mañana se presenta soleada, como corresponde a un domingo ideal de invierno. El parque está lleno de parejas, grupos de jóvenes y matrimonios con niños —y perros, muchos perros— que dedican la mañana a pasear bajo este sol benévolo. No quiere uno ser pedante, pero no puedo evitar comentarle a C., que va a mi lado conteniendo con dificultad los ímpetus de sus perros, que me he acordado de "Barcelona ja no es bona o mi paseo solitario en primavera", el poema que escribió Gil de Biedma a propósito de una mañana como ésta en otro monte de la ciudad, el de Montjuic. Claro que, la verdad sea dicha, el efecto de rememoración histórico-sentimental que se operaba en ese poema actúa aquí en sentido inverso: ya no se trata

UNA MAÑANA GÉLIDA

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Mañana soleada y gélida. Como es carnaval, en el obrador-cafetería donde desayunamos han tenido la humorada de hacer un dulce en forma de máscara. Cuando lo veo en la mesa, no puedo evitar pensar que es lo más parecido a una tarta de cumpleaños que he tenido en muchos años. Hoy cumplo cincuenta y cinco y empezar el día con un buen desayuno en compañía de mi mujer y mi hija no me parece la peor manera posible de celebrarlo. Hay también otras delicias en la mesa: una coca de verduras y salmón, unos cruasanes recién hechos, una aromática taza de té. Tiende uno a verlo todo a través del filtro de sus lecturas; y si las calles circundantes del Guinardó me han traído a la memoria el mundo de Juan Marsé, el banquete para empezar el día me hace pensar en el epicureísmo de Pla y de otros renombrados bon-vivants del país. Dedicaremos la mañana a pasear por el centro de Barcelona, que es tanto como decir que vamos a someternos a ese curioso ejercicio, no siempre remunerador, de confrontar

UNA LLEGADA

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Llegar por primera vez a una ciudad al filo de la madrugada, hay que reconocerlo, predispone un poco contra ella: ni el viajero está en su mejor momento ni la ciudad suele enseñar a esas horas su cara más amable. Y algo de eso sentí cuando, nada más llegar al Prat, nos enteramos de que la escalera mecánica por la que se sale de la terminal a la estación de metro estaba cerrada por obras. Para rodear el obstáculo hubo que salir de la terminal y avanzar al amparo de la marquesina exterior hasta encontrar otro acceso. Pero nadie, entre el centenar largo de pasajeros que acabábamos de bajarnos del avión de Sevilla, daba con esa entrada, y una misma impresión de desorientación nos envolvió a todos, mientras unos seguían avanzando hacia la salida prometida y otros volvían sobre sus pasos como intentando encontrar el punto en el que habían perdido el norte. Tampoco había a quien preguntar. Hasta que nos decidimos a abordar a una limpiadora y ésta no sólo nos dijo que en alguna parte había

PREPARATIVOS

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Preparativos para un viaje de cuatro noches a Barcelona. Me hace ilusión, pero se me hace un mundo. La verdad es que viajar es una de las cosas más engorrosas que conozco: ese amontonarse en los aeropuertos para subirse en un avión en el que ir apretujado entre extraños y entre rutinas ominosas, que constantemente te recuerdan lo antinatural que es todo esto, lo contrario a los ritmos y querencias normales en un ser humano. Mi consuelo es que este viaje, como casi todos los que hago, se resolverá en quehaceres sedentarios, que depararán durante unos días, no la sensación de estar en un lugar extraño, sino la de hacer vida cotidiana en un sitio del que hará uno lo posible por apropiarse. Y hay una novedad: no he programado nada, no he mirado la cartelera ni la programación de exposiciones (aunque no descarto que lo haga a última hora, puede que en cuanto cierre este apunte): C. se encarga de todo y parece que asume con gusto la responsabilidad, no sencilla, de mantener a su padre ocu

HERMANO RAFAEL

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Me manda Andrés Trapiello una foto de un sobre encontrado en el Rastro y dirigido a un tal Rafael Benítez Ariza. No lleva dirección y ostenta el sello de la sección de protocolo de un ministerio, por lo que cabe pensar que lo que contiene o contuvo es una invitación. ¿A qué? El remitente no me aclara si abrió el sobre y vio lo que había dentro. Quiero pensar que la existencia de este desconocido que llevó mis apellidos quizá no fuera muy distinta de la mía: que quizá fue funcionario y se adornó de alguna querencia artística, y que por eso, y porque la vida todo lo convierte en compromiso y rutina, recibía cartas de la sección de protocolo de Dios sabe qué entidad. Una cosa es segura: fuera quien fuera, debe de llevar muchos años muerto, como corresponde al propietario de un papel hallado en el Rastro. Por lo demás, no cabe llevar estas reflexiones mucho más allá. Google identifica a unos cuantos Benítez Ariza repartidos por todo el orbe y con destinos muy disímiles: desde preso polít

UN PAR DE DETALLES

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Como estoy solo en casa, se me trastocan los horarios y por primera vez en mi vida permanezco levantado ante el televisor para ver en su totalidad la ceremonia de entrega de los premios Goya. Ya se sabe lo que estos actos tienen de pequeño teatro de vanidades: la actriz Marisa Paredes, a la que daban este año un premio por la totalidad de su carrera. aprovechó para soltar su pulla sobre lo que más le dolía, que era el hecho de no haber sido premiada antes por ninguna de sus interpretaciones. Es lo habitual y no deja de causar cierto embarazo en el público ajeno a los entresijos de ese mundo .  Pero hubo un par de detalles que me llamaron la atención en otro sentido. Primero, la mención en el recuento de fallecidos en el año -uno de los momentos reglamentariamente emotivos de la ceremonia- del escritor y divulgador Javier Coma, al que debemos algo todos los que hemos escrito libros de cine en este país, y más cuando lo hacíamos sin tener la cobertura de internet para solucionar laps

REALIDADES

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Leo en el fascinante diario de los Goncourt el juicio que el crítico Sainte-Beuve hace de Alfred de Vigny, "el muerto del día", en una de las cenas que los diaristas y un nutrido grupo de escritores celebraban periódicamente en el restaurante Magny: "No comprendía nada de la realidad, que no existía para él". Aporta ejemplos, que presentan a Vigny como un ingenuo y un despistado, lo que resultaba a veces muy contraproducente en los vericuetos de la vida literaria parisina. Pero lo que me impresiona del juicio no es tanto sus derivaciones anecdóticas como su posible aplicación a ciertos temperamentos en general y a mis propios ensimismamientos en particular.  Escribir, en realidad, no es sino la complicada manera que algunos tenemos de aproximarnos a una realidad que siempre se presenta como elusiva y ambigua, cuando no directamente inasible. Pienso en el paseo matinal que acabo de dar, en las impresiones recibidas a lo largo de ese paseo... Ya sé que mi pasión

SUBLUNAR

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También hoy le he dedicado mi saludo y enviado mi oración: qué bien pensada estaba aquella concepción del mundo que consideraba "sublunar" todo lo que ocurría en esta esfera, y que lo verdaderamente importante, lo que reduce todo lo nuestro a mezquinas pequeñeces, empezaba más allá... Pero no es eso lo que venía a contar, sino que, una vez en faena, en una de las muchas vueltas que doy de acá para allá, paso ante un ventanal y noto que la ya crecida luz del día todavía no la ha borrado del todo: que sigue ahí, ya casi transparente y como agrandada por esa sobrevenida condición gaseosa, un globo ígneo a punto de estallar. Tienen quizá demasiado prestigio las puestas de sol: cuánto más hermosa esta discreta, casi imperceptible disolución de la luna en la luz rabiosa de la mañana. *** Que nos hablen de "estado de bienestar" a quienes, pasada la cincuentena, asumimos ahora el cuidado de nuestros mayores, con todo lo que ello supone: renuncia absoluta a la vida

LA DIOSA BLANCA

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Una luna dorada y reluciente como una moneda de dos euros. Piensa uno que por fuerza ha de ser de buen agüero empezar el día bajo una influencia astronómica tan patente. La disfruto sólo por unos instantes: lo que tardo en recorrer el tramo entre el punto donde aparco el coche, en el paseo marítimo, y el lugar donde trabajo. Durante muchas horas ése será mi único intervalo de exposición a los elementos, mi único momento de, por así decirlo, comunión con la naturaleza. Luego vienen casi siete horas de vida en condiciones de planta de invernadero: pasillos con altos zócalos de azulejos, luz de fluorescentes, aire acondicionado. De vez en cuando, una rápida ojeada a la ventana, en la que va afianzándose poco a poco la luz del día. Pienso en mi amigo J.L., el pastor, que a estas horas estará sacando sus cabras del corral y llevándolas al monte. Sería ridículo hacer aquí una declaración de envidia por ese durísimo modo de vida: este fin de semana, sin ir más lejos, el cortante viento hela