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Mostrando entradas de octubre, 2020

Nieblas móviles

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25/10/2019 Durante el almuerzo improvisado con estos amigos el televisor, como es costumbre en  ellos, permanece encendido. En principio no molesta: el volumen está muy bajo y las imágenes amables de un cocinero haciendo lo que le es propio armonizan bien con los comentarios que nosotros mismos hacemos sobre la exquisita comida compartida. Pero luego empieza el boletín de noticias, que en el canal que ven mis amigos es de carácter sensacionalista. No oímos apenas al locutor, pero la naturaleza de las imágenes no deja lugar a engaño. En pocos minutos, todos los miedos e inseguridades de la clase media han sido despertados: en tal sitio unos okupas desaprensivos han desalojado a una anciana y el barrio entero ha tenido que salir a la calle para revertir la situación. En otros sitios ha habido otros sucesos igualmente alarmantes y de la misma naturaleza. Miro a M.A. Nosotros no vemos nunca estos programas alarmistas que tanto predicamento parecen tener entre la mayoría de la población.

DIGESTIONES

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19/1/2019 Ha estado uno en Waterloo con Fabrizio del Dongo, de la mano de Stendhal, y en Gettysburg de la mano de Stephen Crane, y una cosa he aprendido de las batallas: que quien está en medio de ellas no ve otra cosa que confusión, humo y carreras, y realmente no puede aportar ninguna información útil sobre lo que está ocurriendo, más allá del testimonio de la insignificancia del observador y de lo absurdas que resultan todas las batallas. Y me acuerdo de eso después de haber asistido, durante cuatro días consecutivos, a las prolijas retransmisiones televisivas de los disturbios que están teniendo lugar en Barcelona. Para lo que aportan a la comprensión de los hechos, lo mismo serviría que en cada una de esas noches hubieran vuelto a poner la grabación de lo ocurrido en la primera: humo, confusión, ruido. Para entender de verdad esos hechos habremos de esperar semanas, puede que meses o incluso años, y lo primero que habrán de hacer quienes se ocupen de hacer ese re

AGAZAPADO

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18/10/2019 Podría haber ido hoy a mi sesión de gimnasia en el polideportivo del barrio, pero el otro día el grupo reprochó al monitor, un muchacho al que todavía le falta un hervor o dos, que no se le entendían sus explicaciones y que nos confundía, lo que hizo que el interpelado perdiera lamentablemente los papeles y la queja degenerara en agrio cruce de reproches. Sensación de vergüenza ajena: si el amor propio no lo ciega demasiado, cabe pensar que el chico se arrepentirá de su falta de autocontrol, aunque no es seguro que encuentre el modo de disculparse o congraciarse con su ofendida clientela, entre los que somos mayoría los de mi edad. Casi ninguno, por cierto, acertamos a decir nada durante el incidente: a todos creo que nos atenazaba la misma sensación de bochorno. Aunque quizá lo más curioso del incidente hay sido su modo de poner de relieve la mucha distancia que hay entre un muchacho de veintitantos años -aunque más cerca de los treinta que de los veinte- y quienes tenemo

BLOOM

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15/10/2019 Ha muerto el crítico Harold Bloom. Nunca me interesó su faceta de divulgador, de elaborador de prontuarios para que los lectores que no lo son pudieran alardear de saber algo de literatura. Pero me deslumbraron, y aún me siento deudor de ellos, sus grandes libros sobre la poesía romántica  inglesa, The Visionary Company y The Ringers in the Tower , que no sólo me ayudaron a entender mejor un momento de la poesía universal que siempre me había fascinado, sino que me aportaron muy útiles ideas para mis propios estudios literarios -en particular, mi tesis sobre la poesía de Edgar Allan Poe- y me iluminaron sobre el funcionamiento de la imaginación poética en general. También me resultó fructífera su discrepancia con Eliot, su idea de que, frente a los momentos de discontinuidad en los que el norteamericano fundaba su teoría sobre los fundamentos de la sensibilidad moderna, la literatura occidental en general y la inglesa en particular respondían a una ininterrumpida trad

INVIABLES

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14/10/19 Entra en casa Ch., el gato del vecino, y busca a K. por sus escondrijos habituales, sin encontrarla, lo que parece causarle gran extrañeza. Peor lo más llamativo es que durante un buen rato se para a olisquear el rincón donde le poníamos el agua a nuestra gata en sus últimos días, cuando no sabíamos cómo facilitarle que comiera y bebiera. Y se da la circunstancia de que, llevada por su instinto, y aunque éste no le bastase ya para animarla a alimentarse, en esos días aciagos le dio por echarse a dormitar junto al cuenco de agua, justo en el lugar en el que, a pesar de que ya hemos limpiado el suelo varias veces desde entonces, el otro gato rastrea ahora ávidamente lo que debe de ser el último vestigio olfativo de su presencia. * Lo verdaderamente peligroso para este tambaleante país que llamamos España no es que se independice una de sus regiones -que quizá acabará siendo para el resto más o menos lo mismo que Portugal es ahora para sus vecinos peninsulares: un p

UN ECO

12/10/19 También en la casa de la sierra se echa de menos, y cuánto, a K. La consideraba una especie de mágica prolongación de la otra. Conocía ya nuestros preparativos de fin de semana y sabía que, una vez empaquetadas las provisiones y hecho el equipaje, le tocaba el turno a ella de ser introducida en un transportín para, aproximadamente hora y media después, aparecer en la otra casa, que ella conocía tan bien como la habitual. También aquí disponía de cuanto necesitaba: sus cuencos de comida y agua, su arenero. Lo primero que hacía cuando le abríamos la puerta del transpotín era cerciorarse de que esas cosas estaban en su sitio. Luego, si era invierno, se instalaba lo más cerca posible del radiador o la chimenea, y de allí no había quien la moviera, salvo que hubiera en alguna parte algún poderoso acicate de su curiosidad: por ejemplo, que la puerta del patio estuviera abierta y fuera posible asomarse a atisbar las formas de vida blanda que encontraban refugio en las humedades y

DECORO

7/10/2019 Segundo día sin K. La verdad es que se la echa terriblemente de menos. Caemos ahora en la cuenta de los muchos gestos nuestros que respondían a su presencia, y que ahora, cuando los hacemos maquinalmente, redundan en una redoblada sensación de ausencia. Por ejemplo, cuando abríamos el portón de entrada, sabíamos que invariablemente la íbamos a encontrar al otro lado, porque percibía nuestra llegada prácticamente desde el momento mismo en el que oía pararse el ascensor, o incluso desde antes; o cuando yo terminaba una acuarela y tenía que plantearme no dejarla a secar en lugares a los que ella, llevada por su insaciable curiosidad, pudiera subirse y poner las patas en ella. Podría alargar mucho más la lista. Ella no hacía ruido, pero podría decirse que, ahora que no está, la sonoridad de la casa es otra. Todo parece más limpio, más seguro , menos expuesto a sus travesuras; y, sin embargo, ese sobrevenido decoro doméstico no resulta en absoluto acogedor, y sí gélido y hostil

LA CASA VACÍA

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6/10/2019 K. finalmente no aguantó más. Cuando ya parecía que iba recuperando el apetito, después de la última crisis, un nuevo episodio de vómitos volvió a sumirla en una de esas tenaces melancolías a las que tan proclives son los gatos, y que parecen dictadas por un implacable instinto de conservación y economía de la especie: si no estás en condiciones de sobrevivir, parece decirles una voz, reclúyete en un rincón tranquilo y déjate morir. Eso ha hecho en estos días: rehusar todo alimento y buscar rincones desusados donde entregarse a un letargo del que preferiría no despertar. En apenas unos días ha perdido la cuarta parte de su peso y casi todas sus fuerzas. Aún así, hemos intentado recuperarla; le hemos administrado, por prescripción facultativa, un protector estomacal,un antiemético y comida líquida. En vano. Así que, cuando hemos visto que su mal era irreversible, y que ella misma había tomado ya sus decisiones al respecto, nos hemos decidido nosotros también a facilitar

MANÍAS

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1/10/2019 Al mediodía, cuando llego a donde tengo aparcado el coche y me dispongo a montarme, se me acerca un anciano y me dice algo que al principio no entiendo, y que luego resulta ser que me pide que le guarde la plaza de aparcamiento mientras él va por su coche, que tiene aparcado a la vuelta de la esquina. No le veo razón de ser a la petición: si lo tiene aparcado tan cerca, para qué molestarse en cambiarlo de sitio; y, además, la acera de enfrente está prácticamente vacía y podría aparcar donde quisiera sin el menor problema. Pero es un hombre muy mayor, al menos en apariencia, y se expresa con cierta dificultad, así que me da apuro contradecirlo o hacerle dar más explicaciones. Le digo que sí y me siento a esperar. Y ya casi empezaba a impacientarme cuando veo llegar un Mercedes desvencijado, traqueteante y lleno de abolladuras, que en la escala de edad de los coches, y aun sin tenerla en cuenta, debe de ser casi tan viejo como quien lo conduce... Se ha detenido justo detrás