Sol de lunes

30/12/2019 Historias de suicidas, que suenan un tanto extrañas en la terraza donde compartimos unas cervezas bajo un más que reconfortante sol de invierno. Ayer, oímos, enterraron a uno. Era un hombre mayor y acababa de sufrir recientemente la pérdida de una persona querida, lo que seguramente añadió un argumento irrefutable a la sospecha de sinsentido que suele rondar los últimos años de la existencia, abocados de cualquier forma al inevitable final... Nos quedamos pensativos. Y, quizá para romper el silencio sobrevenido, otro de los circunstantes cuenta el caso, ya lejano, de cierto hacendado local que, como el don Guido del poema de Machado, repintó sus blasones gracias a la fortuna de su mujer, que dilapidó del peor modo posible en mujeres y juego, hasta el extremo -nos cuenta este amigo- que, cuando ya no tuvo nada que jugarse, se jugó a su propia esposa... y la perdió. El ganador, por supuesto, no quiso cobrarse la deuda, pero sí hizo saber a la afectada la extraña ganancia que