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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Sol de lunes

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30/12/2019 Historias de suicidas, que suenan un tanto extrañas en la terraza donde compartimos unas cervezas bajo un más que reconfortante sol de invierno. Ayer, oímos, enterraron a uno. Era un hombre mayor y acababa de sufrir recientemente la pérdida de una persona querida, lo que seguramente añadió un argumento irrefutable a la sospecha de sinsentido que suele rondar los últimos años de la existencia, abocados de cualquier forma al inevitable final... Nos quedamos pensativos. Y, quizá para romper el silencio sobrevenido, otro de los circunstantes cuenta el caso, ya lejano, de cierto hacendado local que, como el don Guido del poema de Machado, repintó sus blasones gracias a la fortuna de su mujer, que dilapidó del peor modo posible en mujeres y juego, hasta el extremo -nos cuenta este amigo- que, cuando ya no tuvo nada que jugarse, se jugó a su propia esposa... y la perdió. El ganador, por supuesto, no quiso cobrarse la deuda, pero sí hizo saber a la afectada la extraña ganancia que

Mansfield

29/12/2019 También en los cuentos de Mansfield resuenan músicas distintas y tradiciones literarias de muy diversa tonalidad, e incluso contradictorias entre sí: al “modernismo” impresionista de “En la bahía”, por ejemplo, hay que contraponer la influencia de Chejov en relatos como el titulado “Vida de Ma Parker”, del que cabe decir que parece casi una traslación a otro ambiente y circunstancias de “El cochero", un conocido cuento del maestro ruso: en ambos, un personaje de clase trabajadora monologa sobre las duras circunstancias que concurren en su vida, en presencia de un interlocutor burgués de quien no solamente cabe decir que se muestra absolutamente indiferente a las circunstancias de las que le están haciendo partícipe, sino que resulta irónicamente empequeñecido por esa incapacidad para la empatía. No es éste el único cuento en el que Mansfield se acerca al humor sardónico de su maestro: en “La lección de canto”, por ejemplo, aborda con exquisita ironía los cambio

Renuncia

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22/12/2019 ...Y es que a veces un poco de ruido viene bien para subrayar con trazo grueso una porción destacada de silencio absoluto. Sucedió esta mañana en el paseo marítimo. Venía un niño haciendo sonar la alarma de la motocicleta policial de juguete en la que iba montado. Era un ruido molesto, pero no lo bastante intenso como para anular el imponente rumor asordinado del mar en calma, apenas rizado por una brisa tenue. Es más: la irrupción de ese ruido hizo que se destacara, por contraste, esa particular modulación del silencio. Conforme se alejaban, el niño y su molesto estruendo iban quedando literalmente al margen, como un copo de hojarasca que el viento ha empujado contra las paredes de un patio, dejando en medio una superficie insólitamente limpia, libre de polvo y paja, como suele decirse... Y sí, se seguía oyendo el tronar de esa falsa sirena policial, pero lo que dominaba la atención era el latir de las aguas pulsadas por el viento, el golpeteo del agua al topar con la e

Unos diarios

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19/12/2019 Traigo del mercadillo un ejemplar de la edición que Ediciones del Cotal hizo en 1978 del Diario de Katherine Mansfield en traducción de Ester de Andreis. Lo he comprado precisamente porque me sonaba el nombre de la traductora, que también lo fue de los Sonetos del portugués de Elizabeth Barrett Browning y alcanzó, según leo ahora, cuando someto su nombre a la indiscreción de Google, algún reconocimiento como poeta al final de su vida. No es la primera vez que, rastreando el nombre de un traductor, descubre uno detrás a un escritor más o menos olvidado al que merece la pena dedicar siquiera unas horas de pesquisa y lectura. Y eso a pesar de que la traducción que ha motivado mi curiosidad está resultando más bien decepcionante; quizá por lo apresurada, o porque la traductora no dominaba lo suficientemente el inglés, aunque en estos casos casi siempre tiene más peso lo primero. Se debe a descuido, desde luego, el que, en muchas de las ocasiones en que la diarista se re

La ciénaga

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17/12/2019 Hoy, haciendo cola ante un semáforo en rojo, el conductor de una furgoneta de reparto hace sonar el claxon para que yo mueva el coche lo suficiente para que él pueda tomar una bifurcación momentáneamente bloqueada por los coches parados. Para ello, tendría yo que apurar la mínima distancia prudencial que me separa del que tengo delante, y aun así es dudoso que el impaciente pudiera pasar. Pero insiste, toca el claxon una y otra vez y hace aspavientos desde la ventanilla, así que me decido a apurar esa distancia mínima, con tal de que se calle. Pasa casi rozándome, y al poner su vehículo a la altura del mío se detiene para añadir algunos exabruptos más a los ya pronunciados. Hasta que se va, echando chispas. Casi no hay mañana en la que no me encuentre con alguien así,  lo que me lleva a preguntarme cuántas personas se lanzan diariamente a la calle con el ánimo dispuesto a la trifulca, o de qué insatisfacciones, de qué terribles carencias nace este malhumor generalizado,

Disidentes

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15/12/2019 Estábamos muy cansados y al llegar el fin de semana hemos hecho lo propio: descansar. Hoy nos hemos levantado a las once, que no es mala hora. Pero a las cuatro de la tarde, después de la siesta, estoy ya sentado frente al ordenador, como suelo hacer todos los domingos por la tarde desde que llegué a la conclusión de que el trabajo era el único medio de conjurar los síntomas de angustia y depresión asociados a esta particular tarde de la semana. Nunca he sabido explicármelo: salvo en ocasiones muy concretas, nunca me ha pesado reanudar mis rutinas laborales, y por tanto no tendría que haber motivo para que la víspera resultara angustiosa. Más bien creo que se trata de una especie de resaca: después de dos días de desajustes horarios y de muy previsibles excesos -sin exagerar, claro-, el cuerpo y el ánimo se resienten y el reajuste no es fácil. He aquí una nueva utilidad de la escritura en estas tardes desabridas: facilitar ese trance. * Por alguna razón, esta oveja s

El fumador

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12/12/2019 Cuando la terraza se vacia después de la hora punta de los desayunos, el camarero aprovecha para encender un cigarrillo, que deja en el cenicero de una de las mesas ahora desocupadas y sólo de cuando en cuando toma para darle una calada o dos y volver a soltarlo en su repositorio, como si uno de los clientes de la tanda anterior lo hubiera dejado allí. No es un hábito muy higiénico, quizá, pero aporta una nota de relajada despreocupación a un espacio en el que hace apenas unos minutos reinaban las prisas y el ruido. Y yo se lo agradezco, porque he aprendido a disfrutar del hecho de que mi horario de este año no coincida con el de la mayoría de mis compañeros y frecuentemente me vea obligado a desayunar a solas, a lo que me he acostumbrado, hasta tal punto que empieza a resultarme un tanto molesto que aparezca algún conocido y se siente a mi lado y me frustre mi media hora de soledad, en la que normalmente me acompaña un libro. También el camarero parece apreciar mi cont

Ansiedades

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9/12/19 Hay una ansiedad del tiempo libre que, si no se la controla bien, termina pareciéndose mucho a la ansiedad por exceso de obligaciones. También terminan por parecerlo las cosas que uno se propone hacer para llenar, por ejemplo, un puente festivo como el que hoy termina. Lo empezó uno con  muchas pretensiones: lecturas, paseos, ratos con amigos, incluso propuestas concretas de escritura y pintura. No he hecho ni la mitad de esas cosas, no ha habido tiempo ni, en el fondo, ganas. Y ahora, en vísperas de la vuelta al trabajo, me pesa ese balance insuficiente. Debo cambiar esto: abordar el tiempo libre como lo que debe ser: tiempo para la inactividad caprichosa, para dejarse llevar, para hacer caso a la apetencia súbita o al capricho sin motivo. Ahora que lo pienso, las dos o tres cosas que he hecho sin que estuvieran previstas son las que realmente me han divertido. Pero mi duda es: en caso de que esas cosas no hubieran surgido casi a contrapelo de mis previsiones, y hubiera hab

Epifanías

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1/12/2019 Me había pasado de la acera en sombra a la soleada, y entonces la sensación de reajuste brusco de las pupilas, como si el ojo un tanto desenfocado por una cierta involuntaria desidia de mirar de pronto se hubiera apercibido de esa dejadez y se hubiera esforzado por compensarla, coincidió con un arrebatado toque de campanas en una iglesia cercana, lo que redundó, no tanto en mero estruendo, como en la evidencia de que el aire terso de la media mañana -acababan de dar las doce- se había estremecido también al transmitir el sonido y eso había contribuido a que la luz se polarizara aún más, como sometida a un poderoso filtro que la librara de cualquier clase de impureza.  Todo esto ocurrió en una fracción de segundo: lo necesario para que también otros sentidos se pusieran en situación: ahora las mejillas, tersas de frío, percibían la caricia del sol, que se extendía por los brazos y la espalda, traspasando el cuero de la cazadora que los cubría. También, por efecto de que el