Promiscuidades

30/03/20 Esta mañana he dado mi paseo a pie más largo desde que empezó en confinamiento: desde mi casa hasta la caja de ahorros, a donde he ido a cobrarle la pensión a mi padre. Llevo puesto guantes y mi mascarilla de pintor, que hace que el aire expelido por la nariz salga proyectado de su borde superior hacia mis gafas, que llevo permanentemente empañadas; tanto, que, al llegar al cajero automático del banco en cuestión, he de quitármelas para ver las teclas que marco, al mismo tiempo que he de sacarme uno de los guantes para conseguir abrir la cremallera del bolsillo en el que llevo la libreta de ahorros... Los que van detrás de mí en la cola me miran, no sé si impacientes por el tiempo que estoy tardando o un tanto sorprendidos de que una persona que ha salido a la calle con todas esas protecciones (precarias, eso sí) prescinda de ellas justo cuando toca un objeto de uso público que podría estar contaminado de la miasma en cuestión. Todo ello hace que me sienta más b